Las relaciones de la política y del periodismo con los ciudadanos circulan cada vez más por las emociones y sentimientos que por certezas compartidas. Lo peor, en palabras de Johan Huizinga, es esa indiferencia a la verdad que se observa en todas partes y que llega a su apogeo en el tratamiento de las cuestiones públicas.
La nueva primera ministra británica, Theresa May, es, de alguna manera, hija de la mentira política. A las dos horas de conocerse los resultados del Brexit el día 24 de junio, sus principales inspiradores políticos afirmaron que dos de los argumentos más importantes eran falsos. No era cierto que se ahorrarían 350 millones de libras semanales que en vez de ser enviadas a Europa se invertirían en el sistema de sanidad británico ni tampoco estaba probado que la inmigración se reduciría con el triunfo del Brexit.
La mentira se ha paseado por la historia con total impunidad. Pero las mentiras políticas no se admitían a las dos horas de conocerse los resultados de unas elecciones. El ministro Michael Gove, partidario de abandonar Europa y el más notorio traidor, que al conocerse los resultados apuñaló al exalcalde de Londres,Boris Johnson, dijo que “los británicos están hartos de los expertos”, es decir, que no importa tener talento, sino conectar con las emociones de los ciudadanos. Fue el mismo Gove el que comparó a los diez premios Nobel contrarios al Brexit con los científicos alemanes que apoyaron a Hitler.
El respeto que solemos conceder a la verdad o a las realidades compartidas desde la veracidad carece de fundamento, según los posmodernos. Se insiste en que, simplemente, todo depende de cómo se miren las cosas.
En unas reflexiones sobre el orden mundial formuladas por Henry Kissinger en su último libro, se afirma que sólo las personalidades muy fuertes pueden resistir los juicios desfavorables digitalmente difundidos por una gran masa crítica de actores en las redes sociales independientemente de si son ciertos o no. Dando la cara o desde el anonimato. Parece como si la verdad estuviera en el exilio.
Se transmiten sentimientos, emociones y gustos en detrimento de intercambio de ideas que fomenten el debate y el respeto a las opiniones de los otros. De esta dinámica tan anómala es natural que nazcan corrientes de desencuentro, de odio y de desprecio.
El que fue comandante del Cibercomando de Estados Unidos, Rex Hughes, ha advertido que la próxima guerra comenzará en el ciberespacio. Puede venir de los insultos, de las palabras falsas, de los intereses defendidos con mentiras y de un cambio de paradigma global en el que los hechos se consideraran una cuestión del pasado, una reliquia de lo escrito en papel, y construyéramos un mundo basado en emociones, voluntades, imaginarios pequeños o grandes que no tuvieran que ver con la realidad.
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