La izquierda, la mano invisible de Adam Smith
La fuerza de una metáfora, de una buena metáfora, de una bella metáfora, es ilimitada, atemporal y no pocas veces transciende a sus autores.
Por 04 JUN 2016, |
En ‘La riqueza de las naciones’, Adam Smith escribió que ‘la mano invisible’ del mercado era un mecanismo efectivo para generar la prosperidad general, como un resultado colateral de la búsqueda de la prosperidad individual.
“No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de la que esperamos nuestra cena, sino de su preocupación por su propio interés”, escribía Smith en la famosa obra publicada hace 240 años.
Los defensores a ultranza del libre mercado se han aferrado a esa imagen para promover la mínima regulación posible para el mercado, porque este sería autosuficiente para regularse a sí mismo, y la autorregulación –interpretan– es la mejor opción para producir con eficiencia bienestar individual y colectivo.
Más, que había que coger con un grano de sal cualquier propuesta de ley que viniera de los hombres de negocios, porque siempre buscaban el beneficio propio en detrimento de la mayoría.
El filósofo y economista entendía que el modelo más conveniente para las sociedades era el de una economía mixta, donde una parte de las actividades económicas, las de interés público, las desarrollara el gobierno; y otra parte, las de interés privado, la desarrollaran los emprendedores.
Todas estas ideas de talante izquierdista están escritas en los libros de Smith, obras fundacionales de la llamada ‘ciencia lúgubre’, pero solo se ha popularizado la metáfora de ‘la mano invisible’.
Los think tank conservadores, los medios de comunicación, las grandes firmas de lobby y todo un tinglado de influenciadores de derecha, entre ellos algunos Premios Nobel de Economía, han hecho posible que la mano invisible sea la única visible en el pensamiento del economista escocés.
Como se ve, hasta una disciplina académica árida y abstracta, como la economía, puede ser revestida de atractivo a través de la comunicación, cosa que recalco casi hasta el aburrimiento en mis cursos sobre estrategia, creatividad y escritura para los equipos de mercadeo y comunicaciones de las organizaciones. En el mundo corporativo se necesitan más frases como puños, para que los mensajes dejen una marca en las audiencias.
Para que una idea impacte, se arraigue y expanda no basta con un buen contenido. Es necesario también una buena imagen, como “la mano invisible” de Adam Smith, quien, como se ha visto, pegaba fuerte tanto a la izquierda como a la derecha.
“No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de la que esperamos nuestra cena, sino de su preocupación por su propio interés”, escribía Smith en la famosa obra publicada hace 240 años.
Los defensores a ultranza del libre mercado se han aferrado a esa imagen para promover la mínima regulación posible para el mercado, porque este sería autosuficiente para regularse a sí mismo, y la autorregulación –interpretan– es la mejor opción para producir con eficiencia bienestar individual y colectivo.
Adrede se han olvidado de otras ideas que Smith defendía incluso con mayor vehemencia que ‘la mano invisible’ del mercado.
El llamado Padre de la Economía, por ejemplo, promovía los bajos beneficios empresariales y altos salarios para los obreros, porque lo contrario, decía, hace a las sociedades infelices y las conduce a la ruina.
Smith veía a los empresarios como sospechosos habituales. Escribió que rara vez una reunión de comerciantes de un mismo sector no culmina en una conspiración contra el bienestar común o en una estratagema para subir los precios, incluso cuando el propósito inicial de dicha reunión fuese la mera diversión.
Más, que había que coger con un grano de sal cualquier propuesta de ley que viniera de los hombres de negocios, porque siempre buscaban el beneficio propio en detrimento de la mayoría.
El filósofo y economista entendía que el modelo más conveniente para las sociedades era el de una economía mixta, donde una parte de las actividades económicas, las de interés público, las desarrollara el gobierno; y otra parte, las de interés privado, la desarrollaran los emprendedores.
Todas estas ideas de talante izquierdista están escritas en los libros de Smith, obras fundacionales de la llamada ‘ciencia lúgubre’, pero solo se ha popularizado la metáfora de ‘la mano invisible’.
Los think tank conservadores, los medios de comunicación, las grandes firmas de lobby y todo un tinglado de influenciadores de derecha, entre ellos algunos Premios Nobel de Economía, han hecho posible que la mano invisible sea la única visible en el pensamiento del economista escocés.
Como se ve, hasta una disciplina académica árida y abstracta, como la economía, puede ser revestida de atractivo a través de la comunicación, cosa que recalco casi hasta el aburrimiento en mis cursos sobre estrategia, creatividad y escritura para los equipos de mercadeo y comunicaciones de las organizaciones. En el mundo corporativo se necesitan más frases como puños, para que los mensajes dejen una marca en las audiencias.
Para que una idea impacte, se arraigue y expanda no basta con un buen contenido. Es necesario también una buena imagen, como “la mano invisible” de Adam Smith, quien, como se ha visto, pegaba fuerte tanto a la izquierda como a la derecha.
http://www.diariolibre.com/estilos/columnas/la-izquierda-la-mano-invisible-de-adam-smith-BB3883641
Adam Smith: una sociedad sólo será próspera si una mayoría suficiente de sus ciudadanos producen bienes o servicios útiles, sean públicos o privados, y no aspiran tan sólo a vivir como rent-seekers ("chupópteros") y consumir, gracias a sinecuras, prebendas u otras rentas o pensiones no contributivas, los bienes y servicios producidos por los demás. (Leido en el artic.Teoría del chupóptero,de M.Conthe)
http://www.expansion.com/blogs/conthe/2013/03/05/teoria-del-chupoptero.html
"En los tiempos de Adam Smith, la mayoría de las fábricas (y granjas) pertenecían a —y estaban dirigidas por—capitalistas o sociedades integradas por un pequeño número de individuos que se conocían y hacían causa común. Por lo general, esos capitalistas se involucraban personalmente en el proceso de producción; a menudo hacían acto de presencia en la planta fabril para organizar a sus trabajadores, darles órdenes, insultarlos e incluso golpearlos. Hoy en día, la mayor parte de las fábricas pertenecen a —y son dirigidas por—personas «jurídicas», no físicas; esto es, a corporaciones. A su vez, estas pertenecen a una multitud de individuos que compran acciones y se transforman así en sus dueños parciales. Pero ser accionista de una compañía no convierte a nadie en un capitalista en el sentido clásico. Tener 300 de los 300 millones de acciones de Volkswagen no da derecho a presentarse en la fábrica de Wolsfburg, en Alemania, y dar «órdenes» a los trabajadores de «su» fábrica por el hecho de poseer una millonésima parte de su jornada laboral. En las empresas más grandes, la propiedad y el control de las operaciones están muy separados. Hoy por hoy, los propietarios de las corporaciones más grandes solo tienen responsabilidades limitadas. En una sociedad anónima —ya cotice o no en bolsa—, si algo anda mal en la empresa, los accionistas solo pierden el dinero invertido en sus acciones y allí acaba la cosa. En la época de Smith, la mayoría de los dueños de empresas tenían responsabilidades ilimitadas, lo cual significaba que, cuando los negocios fracasaban, tenían que vender sus activos personales para saldar las deudas, y si no conseguían hacerlo terminaban en la cárcel.* Smith se oponía rotundamente al principio de responsabilidad limitada. Argumentaba que quienes gestionan sociedades anónimas sin ser sus dueños están jugando con «el dinero de los demás» (en sus propias palabras, que también dieron título a una famosa pieza teatral y una película en 1991, protagonizada por Danny DeVito), y que por lo tanto no serán tan cuidadosos en sus tareas de dirección y gestión como quienes se ven obligados a arriesgar todo lo que poseen. Las empresas actuales están organizadas de manera muy diferente. En tiempos de Smith, la mayoría eran pequeñas y tenían una sola planta de producción, cuya estructura de mando era muy simple, integrada por unos pocos capataces y trabajadores y quizá por un «encargado» (así llamaban entonces al gerente). Hoy en día muchas empresas son inmensas y con frecuencia dan trabajo a decenas de miles de trabajadores o incluso millones en todo el mundo. Walmart emplea a 2,1 millones de personas, mientras que McDonald’s, incluidas las franquicias,* emplea a cerca de 1,8 millones. Estas megacompañías poseen estructuras internas complejas integradas por departamentos, centros de beneficios, unidades semiautónomas y demás, y contratan personal bajo especificaciones laborales y tablas salariales enrevesadas dentro de una estructura de mando burocrática y compleja."
Ha-Joon Chang. Economía para el 99% de la población (2015)
Las dos manos:
"...aquellos que tienen el mayor interés en defraudar y n imponerse al público son los que con frecuencia dictan la regulación del comercio" Adam Smith 1759.
http://articulosclaves.blogspot.com.es/2016/05/adam-smith-que-mano-de-las-dos-que.html