Neoludismo
Vivimos una era extraordinariamente contradictoria. El renqueante crecimiento de las economías desarrolladas tras la gran crisis financiera de 2008 y los muy bajos tipos de interés reinantes desde hace años son, para economistas influyentes como Larry Summers o Robert Gordon, consecuencia del estancamiento secular. Es decir, de una tendencia a que el crecimiento económico sea cada vez menor debido a que ya no existen oportunidades significativas de mejoras tecnológicas.
Al mismo tiempo, se está difundiendo la idea de que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación impulsarán la robótica y la inteligencia artificial hacia cotas desconocidas hasta ahora. De tal manera, se argumenta, dicho progreso técnico hará redundantes muchos puestos de trabajo, lo que afectará a las cualificaciones intermedias, ya que los robots serán capaces de llevar a cabo tareas cada vez más complejas, y no meramente mecánicas y repetitivas. Para muchos, las consecuencias sociales de estos avances serían nefastas, puesto que aumentaría la polarización de la sociedad, al centrarse las mejoras en los puestos de trabajo y los salarios de las clases medias.
Sin embargo, este es un relato incoherente, e incluso falaz. Si los avances tecnológicos y el progreso técnico causan problemas de empleo no pueden conducirnos al mismo tiempo al estancamiento y al marasmo económico. Las mejoras tecnológicas, como el propio término «mejora» indica, amplían nuestras capacidades. Ensanchan el potencial productivo. Permiten hacer más con menos. O, en el lenguaje de los economistas, expanden la frontera de producción, permitiendo que unos mismos factores productivos generen un mayor producto, es decir, más renta y, en última instancia, más bienestar.
El Dossier de este Informe Mensual trata de arrojar algo de luz sobre este debate. Su tesis central merece resaltarse ante la creciente presencia de ideas neoluditas en los medios de comunicación y algunas corrientes de opinión. El progreso tecnológico es bueno para nuestras sociedades y es además, en definitiva, el único factor de crecimiento económico y de generación de bienestar social que es inagotable. Los recursos naturales son finitos, los rendimientos del capital físico son decrecientes, pero no así la capacidad del ser humano de generar y difundir nuevas ideas.
El auge reciente de la visión neoludita se explica fundamentalmente por razones políticas. En primer lugar, los avances tecnológicos no son neutros en términos del reparto de sus beneficios en la sociedad. Y menos aún en lo que se refiere a sus efectos adversos, como ya sucedió en el siglo XVIII en Inglaterra con la introducción de los telares mecánicos que provocaron el movimiento ludita, que se dedicaba a destruir la nueva maquinaria.
En segundo lugar, la diseminación por toda la economía de las oportunidades que genera el progreso técnico depende en gran medida de cómo esté organizada la sociedad. Es decir, de sus instituciones económicas y sociales, y de si son suficientemente flexibles y dinámicas para adaptarse a las nuevas circunstancias y facilitar la aparición de nuevas ocupaciones, empresas y sectores que acaben sustituyendo los puestos de trabajo y las fuentes de bienestar y riqueza erosionados por el cambio tecnológico. La rigidez o adaptabilidad de estas instituciones es una cuestión eminentemente política, reflejo a menudo de la tensión y los intereses contrapuestos entre diversos grupos sociales. Entre aquellos, normalmente los grupos ya establecidos, que, bien organizados, se resisten al cambio, y los grupos emergentes que podrían aprovecharlo, que tienen a su favor el empuje de las nuevas ideas y tecnologías, pero que a menudo apenas constituyen un grupo homogéneo con suficiente poder político para alterar el statu quo.
Es un gran reto de las sociedades democráticas avanzadas encauzar este gran debate social y combate político de tal modo que se consiga promover el cambio tecnológico y, al mismo tiempo, asegurar que sus beneficios lleguen a toda la sociedad.
Jordi Gual
Economista jefe
31 de enero de 2016
Automatización: el miedo del trabajador
En un mundo donde las máquinas no solo ejecutan órdenes y piensan, sino que empiezan a aprender, las posibilidades de automatización de los trabajos podrían ampliarse hasta límites inimaginables. Pero, si las máquinas desempeñan nuestro trabajo, ¿qué haremos nosotros? Este es el miedo de muchos trabajadores y de no pocos economistas. Sin embargo, lo que algunos entienden como una amenaza, otros lo perciben como una oportunidad. Un contraste de visiones que se repite cada vez que un cambio tecnológico sacude el statu quo de nuestra sociedad.
La automatización puede afectar al empleo a través de distintas vías. En general, aquellos que temen que las máquinas puedan reemplazarnos en el trabajo se basan en el llamado «efecto sustitución». Porque la automatización fue, es y será un claro sustituto de numerosos puestos de trabajo, lo que comporta la destrucción de empleo en ciertos sectores y ocupaciones. Así, a principios del siglo XX, algo más del 40% de la fuerza laboral estadounidense estaba empleada en el sector agrícola, lejos del 2% actual. Sin embargo, EE. UU. sigue siendo uno de los principales productores y exportadores de productos agrícolas en el mundo y su tasa de paro se sitúa en un muy bajo 5%.
A pesar de las similitudes que podemos encontrar entre la situación actual y lo ocurrido en el pasado, hay varios factores que sugieren que el ciclo que estamos viviendo es distinto. La explotación del big data y los avances en la tecnología visual y del reconocimiento del lenguaje pueden suponer una auténtica revolución en el desarrollo de la inteligencia artificial. Una Cuarta Revolución Industrial, como ya se empieza a denominar. Una máquina, en un futuro no muy lejano, podría ejercer de taxista o de radiólogo. Según un informe reciente de la consultora McKinsey, la actual revolución tendría la capacidad de sustituir el 45% de las tareas que realizan los trabajadores en la actualidad. Un porcentaje que, aun así, se acerca a la reducción del 40% al 2% en el sector agrícola estadounidense comentada más arriba (véase «¿Llegará la Cuarta Revolución Industrial a España?» en este mismo Dossier, para más detalles sobre los distintos estudios que tratan la cuestión y para un análisis elaborado del caso español).
Además del efecto sustitución, existe también el efecto complementariedad. Hay puestos de trabajo en los que la automatización complementa al trabajador. En estos casos, de hecho, las máquinas incrementan la productividad de los trabajadores, lo que repercute también en un aumento de su remuneración. Más allá de estos dos efectos (sustitución y complementariedad), lo que los críticos a la automatización suelen obviar es que la innovación tecnológica expande la frontera de producción: con los mismos recursos se puede producir más (crece el PIB o el tamaño del pastel, o renta, para repartir). De esta manera, el nivel de actividad económica aumenta claramente si los recursos que las nuevas tecnologías liberan se utilizan para realizar otras tareas y producir otros bienes y servicios (que pueden tener que ver o no con la tecnología desarrollada). Este es el análisis que efectúan economistas como David Autor, del Massachusetts Institute of Technology, y que atenúan los temores a la nueva era de máquinas inteligentes. Al fin y al cabo, dice en uno de sus artículos, «los dos últimos siglos de automatización y progreso tecnológico no han hecho obsoleto al trabajador».1 Es más, la Revolución Industrial (1760-1840) trajo consigo el crecimiento económico en mayúsculas.2
Aunque las virtudes a largo plazo de la Revolución Industrial son evidentes, a corto plazo no todo el mundo ganó con el cambio. Obviamente, los primeros perjudicados fueron el conjunto de trabajadores que perdieron el empleo sustituidos por las nuevas máquinas. Además, los trabajadores que no perdieron el empleo no vieron aumentar su salario real durante décadas, aunque su productividad mejorara sustancialmente (véase el gráfico que recoge el lento avance de los salarios entre 1800 y 1860).3 Por otro lado, tampoco aumentaron los salarios de los trabajadores con mayores conocimientos técnicos, a pesar de la ventaja que representaban tales conocimientos durante la época de la industrialización (el efecto wage skill premium, en su voz inglesa).4
Joel Mokyr, experto en historia económica de la universidad norteamericana de Northwestern, ofrece como una posible explicación a la falta de traslación de las mejoras de productividad en los salarios el papel de las instituciones.5Menciona, por ejemplo, tradiciones como la obligación de los campesinos de hacer uso del molino del señor o el propio sistema mercantilista como prácticas que permitían que unos pocos capturaran las rentas generadas mediante el progreso tecnológico. En este sentido, destaca cómo las reformas institucionales, que permitieron la desaparición de los monopolios y los privilegios que frenaban la competencia, proporcionaron el entorno adecuado para una mejor distribución de las rentas y para asegurar progresos tecnológicos sostenidos.
El descenso de la participación del factor trabajo en la renta (frente al factor capital) en la mayoría de países avanzados durante las últimas décadas se esgrime como prueba del impacto en el mercado de trabajo de los avances tecnológicos actuales, así como de la necesidad de cambios institucionales que frenen esta tendencia (véase el artículo «¿Cómo aprovechar el impacto positivo del cambio tecnológico en el empleo?» en este mismo Dossier, para saber más sobre las actuaciones institucionales que se proponen ante la revolución actual). Sin embargo, es importante comentar que no solo la tecnología puede haber provocado esta disminución. Entre otros elementos, destaca la globalización (con la entrada de trabajadores procedentes de los países pobres en el mercado laboral de los ricos a través del comercio y del offshoring) o la pérdida de poder de los sindicatos.6
El efecto de la automatización sobre la polarización de los salarios de los trabajadores, en cambio, sí parece ser un fenómeno sobre el cual existe mayor consenso entre los expertos. El hecho de que los nuevos robots sean capaces de sustituir a un perfil de profesionales con conocimientos intermedios y salarios medios podría ser un factor importante que explique el aumento de dicha polarización. Con todo, en este aspecto, elementos como la globalización entran de nuevo en escena causando el mismo tipo de dicotomía.
En suma, es complejo predecir los efectos que tendrán las máquinas del futuro sobre el trabajo tal y como lo entendemos hoy en día. Pero parece probable que, si los creamos, los C-3PO y los R2-D2 del mañana tengan como objetivo hacernos la vida más cómoda. Aun así, los ajustes en el proceso de mejora global pueden ser importantes para los trabajadores más directamente afectados por la competencia de las máquinas que puedan hacer su trabajo. Por este motivo, son necesarias unas instituciones que favorezcan el desarrollo tecnológico sin olvidarse de las personas que puedan resultar más perjudicadas a corto plazo.
Clàudia Canals
Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios, CaixaBank
1. Véase Autor, D. H. (2015), «Why are there still so many jobs? The history and future of workplace automation». The Journal of Economic Perspectives 29, no. 3 (2015): 3-30.
2. A partir de la Revolución Industrial se produjeron avances significativos en el PIB per cápita, según estimaciones de Angus Maddison.
3. Véase Allen, R. C. (2009), «Engels' pause: Technical change, capital accumulation, and inequality in the british industrial revolution». Explorations in Economic History, 46(4), 418-435.
4. Véase Mokyr, J. (2005), «Long-term economic growth and the history of technology». Handbook of economic growth, 1, 1113-1180.
5. Íbid.
6. Véase CaixaBank Research (2014), «Las rentas del trabajo en perspectiva», Dossier del Informe Mensual de febrero de 2014.