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En defensa de la mujer.....(1931)

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Cuentan las crónicas del 30 de septiembre de 1931, que el Congreso de España debatía aprobar el sufragio femenino. El parlamento estaba compuesto por 470 diputados, de los cuales sólo tres eran mujeres. Dos socialistas (Margarita Nelken y Victoria Kent) y la liberal Clara Campoamor.
Clara Campoamor era la única de las tres, que defendía aprobar el sufragio femenino, mientras que las diputadas socialistas rechazaban que las mujeres pudieran votar. Victoria Kent llegó incluso a decir: "es peligroso conceder el voto a la mujer".
A pesar de la oposición de la izquierda, Clara Campoamor se centró en convencer a los todavía reacios compañeros de partido que se alineaban con la izquierda y no querían otorgar ese derecho a la mujer. No fue fácil convencerlos, pero finalmente consiguió que la derecha, federalistas gallegos y catalanes, aceptaran aprobar por primera vez en la historia de España el sufragio femenino a pesar de los votos en contra del líder del PSOE Indalecio Prieto y sus correligionarios.
No obstante, en las primeras elecciones en las que se permitió el voto femenino, Clara Campoamor no resultó electa, debido a la propaganda realizada por la izquierda española que se dedicó a manchar su imagen y a manipular a la masa a través de la repetición constante de mentiras como las que se dicen el día de hoy.
La sociedad española no le otorgó a Clara Campoamor el merecimiento justo, no así la historia, que siempre la recordará como la verdadera artífice que luchó para que las mujeres pudiesen votar, mientras la izquierda sólo las utilizó para fines electorales.
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Huelga feminista 8M: el discurso de Clara Campoamor por el derecho a votar de las mujeres que conviene recordar

Las cortes españolas vivieron el 1 de octubre de 1931 uno de los debates más intensos y famosos de la historia de nuestro país. Clara Campoamor y Victoria Kent se enfrentaban por el derecho al voto de las mujeres.
laSexta.com | Madrid | 08/03/2019
Clara Campoamor
Clara Campoamor | antena3noticias.com
La revolución feminista en España tiene mucho nombres propios. Entre ellos, el de Clara Campoamor, que en 1931 se enfrentó en un intenso debate con la también política Victoria Kent sobre el derecho de la mujer al voto.
Más de ocho décadas después de aquel discurso que marcaría otro punto de inflexión del movimiento por la igualdad entre hombres y mnujeres, reproducimos a continuación las palabras de Campoamor con las que logró que se aprobara el sufragio femenino en España.
Señores diputados: lejos yo de censurar ni de atacar las manifestaciones de mi colega, señorita Kent, comprendo, por el contrario, la tortura de su espíritu al haberse visto hoy en trance de negar la capacidad inicial de la mujer. Creo que por su pensamiento ha debido de pasar, en alguna forma, la amarga frase de Anatole France cuando nos habla de aquellos socialistas que, forzados por la necesidad, iban al Parlamento a legislar contra los suyos.
Respecto a la serie de afirmaciones que se han hecho esta tarde contra el voto de la mujer, he de decir, con toda la consideración necesaria, que no están apoyadas en la realidad. Tomemos al azar algunas de ellas. ¿Que cuándo las mujeres se han levantado para protestar de la guerra de Marruecos? Primero: ¿y por qué no los hombres? Segundo: ¿quién protestó y se levantó en Zaragoza cuando la guerra de Cuba más que las mujeres? ¿Quién nutrió la manifestación pro responsabilidades del Ateneo, con motivo del desastre de Annual, más que las mujeres, que iban en mayor número que los hombres?
¡Las mujeres! ¿Cómo puede decirse que cuando las mujeres den señales de vida por la República se les concederá como premio el derecho a votar? ¿Es que no han luchado las mujeres por la República?¿Es que al hablar con elogio de las mujeres obreras y de las mujeres universitarias no está cantando su capacidad? Además, al hablar de las mujeres obreras y universitarias, ¿se va a ignorar a todas las que no pertenecen a una clase ni a la otra? ¿No sufren éstas las consecuencias de la legislación? ¿No pagan los impuestos para sostener al Estado en la misma forma que las otras y que los varones? ¿No refluye sobre ellas toda la consecuencia de la legislación que se elabora aquí para los dos sexos, pero solamente dirigida y matizada por uno? ¿Cómo puede decirse que la mujer no ha luchado y que necesita una época, largos años de República, para demostrar su capacidad? Y ¿por qué no los hombres? ¿Por qué el hombre, al advenimiento de la República, ha de tener sus derechos y han de ponerse en un lazareto los de la mujer?
Pero, además, señores diputados, los que votasteis por la República, y a quienes os votaron los republicanos, meditad un momento y decid si habéis votado solos, si os votaron sólo los hombres.¿Ha estado ausente del voto la mujer? Pues entonces, si afirmáis que la mujer no influye para nada en la vida política del hombre, estáis -fijaos bien- afirmando su personalidad, afirmando la resistencia a acatarlos. ¿Y es en nombre de esa personalidad, que con vuestra repulsa reconocéis y declaráis, por lo que cerráis las puertas a la mujer en materia electoral? ¿Es que tenéis derecho a hacer eso? No; tenéis el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros, pero no tenéis el derecho natural fundamental, que se basa en el respeto a todo ser humano, y lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo.
No se trata aquí esta cuestión desde el punto de vista del principio, que harto claro está, y en vuestras conciencias repercute, que es un problema de ética, de pura ética reconocer a la mujer, ser humano, todos sus derechos, porque ya desde Fitche, en 1796, se ha aceptado, en principio también, el postulado de que sólo aquel que no considere a la mujer un ser humano es capaz de afirmar que todos los derechos del hombre y del ciudadano no deben ser los mismos para la mujer que para el hombre. Y en el Parlamento francés, en 1848, Victor Considerant se levantó para decir que una Constitución que concede el voto al mendigo, al doméstico y al analfabeto -que en España existe- no puede negárselo a la mujer. No es desde el punto de vista del principio, es desde el temor que aquí se ha expuesto, fuera del ámbito del principio -cosa dolorosa para un abogado-, como se puede venir a discutir el derecho de la mujer a que sea reconocido en la Constitución el de sufragio. Y desde el punto de vista práctico, utilitario, ¿de qué acusáis a la mujer? ¿Es de ignorancia? Pues yo no puedo, por enojosas que sean las estadísticas, dejar de referirme a un estudio del señor Luzuriaga acerca del analfabetismo en España.
Hace él un estudio cíclico desde 1868 hasta el año 1910, nada más, porque las estadísticas van muy lentamente y no hay en España otras. ¿Y sabéis lo que dice esa estadística? Pues dice que, tomando los números globales en el ciclo de 1860 a 1910, se observa que mientras el número total de analfabetos varones, lejos de disminuir, ha aumentado en 73.082, el de la mujer analfabeta ha disminuido en 48.098; y refiriéndose a la proporcionalidad del analfabetismo en la población global, la disminución en los varones es sólo de 12,7 por cien, en tanto que en las hembras es del 20,2 por cien. Esto quiere decir simplemente que la disminución del analfabetismo es más rápida en las mujeres que en los hombres y que de continuar ese proceso de disminución en los dos sexos, no sólo llegarán a alcanzar las mujeres el grado de cultura elemental de los hombres, sino que lo sobrepasarán. Eso en 1910. Y desde 1910 ha seguido la curva ascendente, y la mujer, hoy día, es menos analfabeta que el varón. No es, pues, desde el punto de vista de la ignorancia desde el que se puede negar a la mujer la entrada en la obtención de este derecho.
Otra cosa, además, al varón que ha de votar. No olvidéis que no sois hijos de varón tan sólo, sino que se reúne en vosotros el producto de los dos sexos. En ausencia mía y leyendo el diario de sesiones, pude ver en él que un doctor hablaba aquí de que no había ecuación posible y, con espíritu heredado de Moebius y Aristóteles, declaraba la incapacidad de la mujer.
A eso, un solo argumento: aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros. Desconocer esto es negar la realidad evidente. Negadlo si queréis; sois libres de ello, pero sólo en virtud de un derecho que habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por su claridad y no con espíritu agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer.
Yo, señores diputados, me siento ciudadano antes que mujer, y considero que sería un profundo error político dejar a la mujer al margen de ese derecho, a la mujer que espera y confía en vosotros; a la mujer que, como ocurrió con otras fuerzas nuevas en la revolución francesa, será indiscutiblemente una nueva fuerza que se incorpora al derecho y no hay sino que empujarla a que siga su camino. No dejéis a la mujer que, si es regresiva, piense que su esperanza estuvo en la dictadura; no dejéis a la mujer que piense, si es avanzada, que su esperanza de igualdad está en el comunismo. No cometáis, señores diputados, ese error político de gravísimas consecuencias. Salváis a la República, ayudáis a la República atrayéndoos y sumándoos esa fuerza que espera ansiosa el momento de su redención.
Cada uno habla en virtud de una experiencia y yo os hablo en nombre de la mía propia. Yo soy diputado por la provincia de Madrid; la he recorrido, no sólo en cumplimiento de mi deber, sino por cariño, y muchas veces, siempre, he visto que a los actos públicos acudía una concurrencia femenina muy superior a la masculina, y he visto en los ojos de esas mujeres la esperanza de redención, he visto el deseo de ayudar a la República, he visto la pasión y la emoción que ponen en sus ideales. La mujer española espera hoy de la República la redención suya y la redención del hijo. No cometáis un error histórico que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar; que no tendréis nunca bastante tiempo para llorar al dejar al margen de la República a la mujer, que representa una fuerza nueva, una fuerza joven; que ha sido simpatía y apoyo para los hombres que estaban en las cárceles; que ha sufrido en muchos casos como vosotros mismos, y que está anhelante, aplicándose a sí misma la frase de Humboldt de que la única manera de madurarse para el ejercicio de la libertad y de hacerla accesible a todos es caminar dentro de ella.
Señores diputados, he pronunciado mis últimas palabras en este debate. Perdonadme si os molesté, considero que es mi convicción la que habla; que ante un ideal lo defendería hasta la muerte; que pondría, como dije ayer, la cabeza y el corazón en el platillo de la balanza, de igual modo Breno colocó su espada, para que se inclinara en favor del voto de la mujer, y que además sigo pensando, y no por vanidad, sino por íntima convicción, que nadie como yo sirve en estos momentos a la República española.

Clara Campoamor Rodríguez (Madrid, 12 de febrero de 18881​ - Lausana, 30 de abril de 1972)23​ fue una escritora, política y defensora de los derechos de la mujerespañola. Creó la Unión Republicana Femenina4​ y fue una de las principales impulsoras del sufragio femenino en España, el cual se logró en 1931, y por primera vez fue ejercido por las mujeres en las elecciones de 1933. A causa de la Guerra Civil tuvo que huir de España y finalmente murió exiliada en Suiza
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https://www.lasexta.com/noticias/sociedad/huelga-feminista-discurso-clara-campoamor-derecho-votar-mujeres-que-conviene-recordar_201903085c829a5b0cf2f61c937c0fc4.html 
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La defensora del voto femenino, Clara Campoamor (1888-1972)



Feminista, abogada, política, comprometida con sus ideales hasta el último día de su vida, Clara Campoamor es una de las grandes figuras de la historia del siglo XX en nuestro país. Cuando las mujeres eran una exagerada minoría en las universidades españolas, Clara consiguió hacerse un hueco y se licenció en derecho. Cuando ellas raramente ejercían, Clara trabajó como abogado y tramitó los primeros divorcios. Cuando las mujeres no existían en el Parlamento, ella entró en el hemiciclo defendiendo sus derechos. Cuando incluso había mujeres que no aceptaban el voto femenino, Clara Campoamor luchó por conseguirlo.

Un largo camino hacia la universidad
Clara Campoamor Rodríguez nació en Madrid el 12 de febrero de 1888. Hija de un contable, Manuel Campoamor, y una costurera, María Pilar Rodríguez, Clara no pudo estudiar de jovencita como habría querido. Con trece años quedaba huérfana de padre por lo que tuvo que abandonar sus estudios y ayudar a su madre cosiendo, como dependienta y telefonista.

Tenía 21 años cuando aprobó unas oposiciones al cuerpo auxiliar de Telégrafos y posteriormente como profesora de taquigrafía y mecanografía. Con estos trabajos que compaginaba haciendo de secretaria en distintos periódicos pudo ahorrar el dinero suficiente como para iniciar sus estudios de bachillerato. Tenía entonces 33 años. Tres años después se había licenciado en derecho.


©Isabel Ruiz Ruiz

Abogada y política
Que una mujer consiguiera una licenciatura en aquellos primeros años del siglo XX era algo más que anecdótico. Pero que una mujer quisiera ejercer la profesión en la que se había licenciado era aún más extraño. Clara no dudó en solicitar su inscripción en el Colegio de Abogados y empezar a ejercer como tal.

Ya durante sus años de trabajo y estudio, Clara fue formando sus ideales feministas y republicanos y empezó a colaborar en asociaciones en defensa de la emancipación de la mujer y con ideales de izquierdas.

Pero su gran oportunidad llegó de la mano de la II República Española. En 1931 se modificaba la ley electoral y permitía a las mujeres mayores de 23 años poder ser elegidas en el Parlamento. Clara Campoamor, junto a Victoria Kent y Margarita Nelken fueron las tres únicas mujeres que consiguieron su escaño.



El voto femenino
Uno de los temas que se debatieron con gran intensidad en aquel parlamento republicano fue el derecho al voto de la mujer. Lo curioso fue que el enfrentamiento más vehemente lo protagonizaron dos diputadas. Mientras Clara defendía que la mujer, como el hombre, debía de tener pleno derecho a votar, fuera cual fuera su tendencia política, Victoria aseguraba que el sufragio femenino supondría una amplia derrota de la izquierda pues estaba convencida de que las mujeres defenderían mayoritariamente las ideas de derechas.

Clara se arriesgó y siguió defendiendo su postura hasta que consiguió su aprobación el 1 de octubre de 1931. Cuando dos años después las urnas dieron la razón a Victoria Kent, Clara tuvo que asumir su derrota y las críticas que sobre ella llovieron desde los partidos de la izquierda.

Clara no consiguió un escaño de nuevo pero no se resignó y decidió continuar en la política. En 1934 abandonaba el partido Radical e intentó encontrar un sitio en otros partidos de izquierdas aunque no lo consiguió.



Un largo exilio
Cuando en 1936 estallaba la Guerra Civil Española, el exilio fue el camino de muchos, entre ellos, el de Clara. Primero en Lausana y después en Buenos Aires, buscó en varias ocasiones la manera de volver a su patria. Pero una injusta y no demostrada acusación de pertenencia a la masonería se lo impidieron.

Clara Campoamor terminó sus días en Lausana, donde moría de cáncer el 30 de abril de 1972. Tenía 84 años. Sus restos fueron trasladados a San Sebastián. Su vida y su legado ha sido desde entonces recordado como el de una mujer valiente y luchadora que no dudó en dedicar todos sus esfuerzos en defender la causa en la que ella creía fervientemente.

 Si quieres leer sobre ella

Ellas mismas, María Teresa Álvarez
Nueve mujeres en las cortes de la II RepúblicaFrancisco Márquez Hidalgo
La mujer olvidada, Isaías Lafuente
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https://www.mujeresenlahistoria.com/2013/12/la-defensora-del-voto-femenino-clara.html
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