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¿Quién teme a los moderados?JUAN-JOSÉ LÓPEZ BURNIOL La decada moderada-Ramón M.ª de Nárvaez-Pedro José Pidal edit 2000- Editorial LV 27/10/2013 reeditado y 2015

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2013
JUAN-JOSÉ LÓPEZ BURNIOL
Cuando la tensión parece imponerse como método y estado de ánimo, ha llegado la hora de reivindicar la moderación. Hacen falta moderados en este momento político, algunos de cuyos perfiles nos retrotraen al periodo 1976-80, cuando en España –y en especial en Catalunya– triunfó la alianza entre audacia y prudencia. O sea, el sentido de la realidad. Moderación significa voluntad de pacto; no debilidad, ni indeterminación.
La moderación es más necesaria que nunca cuando las posturas son antagónicas. Ser beligerantes en favor de la moderación constituye, pues, un ejercicio de responsabilidad. Estamos dispuestos a defender la moderación incluso con vehemencia para que emerja en medio del diálogo de sordos al que, con preocupación, estamos asistiendo.


Se aproximan tiempos de ajuste y de cambios en el marco político-institucional como consecuencia del paso del tiempo en un modelo de convivencia que ha aguantado más de tres décadas sin modificaciones sustantivas. El desgaste por el paso de los años, con los consiguientes relevos generacionales, se ha visto acelerado por el impacto de una crisis económica que la mayoría de la sociedad está encajando con ejemplar estoicismo, pero no de manera pasiva. Vienen tiempos de reajuste y probablemente Catalunya, como ya ha ocurrido en otros momentos de la historia española, esté actuando como avanzada de los cambios necesarios. Se aproxima un ciclo electoral muy azaroso y no todos los relojes marcan el mismo tiempo histórico. Unos van más adelantados que otros y hay momentos en los que su sincronización parece muy difícil.



Por primera vez en su historia contemporánea, España es hoy un país en el que parece erradicada la violencia política. España está en paz y a la vez está en tensión como consecuencia de la incertidumbre económica. Formamos parte de Europa y vivimos en libertad. En consecuencia, toda deliberación pública discurre con muy pocas inhibiciones. El ruido es hoy gratuito. Por ello, hacen falta los moderados. Los partidarios del pacto y de los puentes. Y los moderados deberán alzar la voz, puesto que la moderación es una actitud positiva. La moderación debe afirmarse en Catalunya.



El momento es interesante porque se plantean verdaderos asuntos de fondo. No es verdad que estemos ante un simple estallido emocional, aunque los sentimientos siempre han influido mucho -a veces, demasiado- en la política catalana. Se está discutiendo sobre asuntos de fondo y, a pesar del ruido ambiental, es alentador ver como crecen, en toda España, las opiniones y pronunciamientos favorables a la revisión y reforma del modelo de 1976-80, forjado con gran consenso y también bajo una fuerte presión fáctica que hoy ha dejado de existir. La fuerza de propulsión de aquel momento histórico se está extinguiendo. Hoy en día, más del 70% de los ciudadanos españoles no votaron la Constitución de 1978. Las constituciones no suelen tener cláusulas de revisión generacional, pero en las democracias avanzadas el debate al respecto no resulta tabú. La corriente de opinión favorable a las reformas va creciendo, aunque no todos sus actores digan lo mismo, ni abriguen los mismos objetivos. Y no hay duda de que Catalunya es el desencadenante de esta corriente.



Defendemos el diálogo, pero no somos ilusos. Las posibilidades de entendimiento hoy parecen bloqueadas. Mientras la corriente favorable a las reformas se va ampliando -desde un Partido Popular de Catalunya que aboga por una revisión a fondo del sistema de financiación hasta los sectores socialistas que apuestan, ahora sí, por la superación del desdichado café para todos-, la gama de propuestas es cada vez más amplia. Mecanismos de control objetivo de la solidaridad, federalismo asimétrico, reconocimiento de la singularidad de Catalunya, consulta catalana en el marco de la Constitución, revisión de la Constitución... Estas ideas hoy comienzan a aparecer en los medios de comunicación españoles. Hace cinco años, parecía imposible. ¿Quién ha dicho que nada se mueve? ¿Quién sostiene que el diálogo es imposible?



Paradójicamente, mientras crecen las ideas reformistas, el Gobierno español parece estar hoy más interesado en el choque que en el diálogo; parece preferir el hermetismo a la apertura. Parece que teme a la consolidación de una tercera vía catalana, dispuesta a una negociación real y efectiva. ¿Tiene miedo el Gobierno de España de los moderados catalanes? Esta es hoy la pregunta pertinente. Y no es de recibo el intento de desviar a terceros la solución de un grave problema político. La sociedad civil catalana es plural, también su empresariado, y se ha comportado siempre con sensatez. El Gobierno que reclama la unidad de España como bien primordial no puede apelar a terceros para afrontar una cuestión sustantivamente política que se ha agravado como consecuencia de erróneas decisiones políticas y emocionales sobre las que en su día ya advertimos. El pacto hallará siempre fuertes apoyos en la sociedad civil catalana. Pero la política de ninguna manera puede inhibirse de sus responsabilidades. 
Conviene repetir la pregunta. ¿Tiene miedo el Gobierno de España del pluralismo interno de las sociedades catalana y española? ¿Tiene miedo de los moderados catalanes? ¿Tiene miedo del éxito de una tercera vía? 
La misma pregunta es aplicable al Gobierno de Catalunya y a los partidos que lo apoyan en el Parlament. ¿Tiene miedo el Govern de la Generalitat de los moderados catalanes? Si la respuesta fuese positiva, estaríamos ante un hecho muy preocupante. Nos hallamos inmersos en un proceso político muy complejo, afortunadamente delimitado por nuestra irrenunciable pertenencia a la Unión Europea, cuyos centros de decisión comienzan a estar atentos a lo que ocurre en Catalunya y al debate interno español. Si se confirmase un clima de renovada y sistemática hostilidad del centro político español hacia las posiciones moderadas, la deliberación del asunto catalán adquiriría la máxima urgencia en las instancias europeas. Entretanto, son muchos los catalanes, muchos más de los que pueda parecer, que insistirán y perseverarán en la vía de diálogo que en este momento parece levantar tantas reticencias. Señal inequívoca de que es la buena vía.

2015
JUAN-JOSÉ LÓPEZ BURNIOL

¿Dónde están los moderados?, de Juan-José López Burniol en La Vanguardia

La reacción del ‘establishment’ a Podemos ha sido una mezcla de prepotencia, cobardía y cálculo ramplón
Nuestras élites están desconcertadas. Habían creído que lo tenían muy fácil. Después del desplome del sistema comunista, pensaron que había llegado el fin de la historia: el Estado de derecho y la economía de mercado se consolidarían por todo el orbe de forma espontánea. Después de años de guerra fría, Occidente había ganado. Y el vencedor merecía un premio: el mundo era suyo. Nadie podía ponerle cortapisas. Todo tenía que liberalizarse: el sistema capitalista suplantaba por fin al Estado. Y así, con el pretexto de la liberalización, llegó la desregulación salvaje. Hoy, el mercado impone su ley. Un mercado que es, para la economía, lo mismo que el derecho natural fue para el orden jurídico: la única verdad, resultante de la naturaleza de las cosas y que como tal verdad es absoluta, inapelable e indiscutible. Un mercado que, como una nueva deidad, se presenta con rasgos humanos, y así -dicen algunos- el mercado rechaza, acepta, niega, impone, aconseja, proscribe, absuelve, condena, premia y consagra. Un mercado cuyos agentes y operadores de primer nivel son consagrados como sumos sacerdotes de un colegio global en el que se concentra el poder y se acumula el dinero.
Pensaban que iba a ser así para siempre, pero erraron. De repente estalló la crisis en el corazón del imperio. Enron y Arthur Andersen la presagiaron; Lehman Brothers la certificó. ¿Su causa? Dicho al modo anglosajón: nadie puede engañar a todo el mundo toda la vida. Dicen que, durante la primera reunión en Davos posterior al inicio de la crisis, se notaba el miedo y que incluso se redujeron los saraos. Pero pronto pasó. Una crisis cíclica más -se dijo-, que había que tratar y reconducir. En Europa el tratamiento ha sido de caballo, y puede resumirse en un lema: “Socialismo de Estado para los ricos y los bancos; neoliberalismo de manual para las clases medias y los pobres”. Ahora bien, la indignación provocada por esta política, que salva a los bancos en dificultades con ingentes sumas de dinero, pero que dilapida el futuro de toda una generación de jóvenes, ha abierto una enorme brecha entre los instalados y los no instalados o indignados que tendrá consecuencias de enorme calado. En suma: se trata de un proyecto europeo trazado y administrado, desde arriba, por las élites politicoeconómicas (con su intendencia mediática debidamente engrasada), y rechazado, desde abajo, por las clases medias y populares, indignadas por una desigualdad obscena y una corrupción impune.
Esta indignación de las clases medias y populares busca un cauce para proyectarse y, al desconfiar de los grandes partidos turnantes integrados en el establishment, se condensa en un movimiento de protesta espontáneo, de enorme dimensión, que puede representarse con la imagen de una inmensa ola que amenaza con arrastrarlo todo. Una ola que rompe, en cada país, por el sitio más accesible. Así, en Francia, nación conservadora donde las haya, la ola impulsa al Frente Nacional, mientras que en España, tierra de raíces anarcoides, ha generado un movimiento popular a cuyo frente han saltado, alzándose como surfistas en la cresta de la ola, los universitarios de Podemos. Estos no han sido ni de lejos los impulsores del fenómeno: simplemente han aprovechado la ocasión.
Y ahí están: Pablo Iglesias, radical y mediático; Monedero, frío y metálico, y Errejón, con toda la dureza del aparentemente frágil. No tienen nada que perder, son osados y hábiles, y, aunque sin experiencia alguna de gestión, tienen por oficio los conocimientos precisos para desarrollar acciones de agitación y propaganda. Ante esta situación, ¿cómo ha reaccionado el establishment español? Con una mezcla de prepotencia, cobardía y cálculo ramplón. Prepotencia manifiesta en el desdén con el que trata a los dirigentes de Podemos, desde una pretendida superioridad moral hoy en entredicho. Cobardía expresada en su resistencia a reconocer la realidad de los hechos, es decir, el injusto reparto de los costes de la crisis, unido al aumento de la desigualdad. Y cálculo ramplón, porque todo lo fía a una descalificación personalizada y brutal de los líderes del movimiento, con olvido de las raíces de este.
La actual clase dirigente española no parece consciente de la gravedad de la situación, puesta de manifiesto en la creciente desafección al sistema de un amplio sector de la población. Tal vez le suceda que hace tiempo ha sustituido la realidad por el espejismo de una forma de vida en trance de extinción. Lo mismo sucedió justo hace un siglo en la vieja Europa, cuando las élites pensaron que iban a una guerra dinástica más y se encontraron con la primera guerra total. Con el resultado de que el nivel de comercio internacional alcanzado en 1913 no se recuperó hasta mediados los años setenta.
Total que, entre unos y otros, la casa sin barrer. Según unos, el dios mercado nos dice que todo va bien; ¿para qué, entonces, hacer reformas en la casa? Según otros, hay que derribar la casa y construirla de nuevo. La pregunta surge sola: ¿dónde están los moderados?
http://www.caffereggio.net/2015/02/07/donde-estan-los-moderados-de-juan-jose-lopez-burniol-en-la-vanguardia/


La decada moderada
JUAN-JOSÉ LÓPEZ BURNIOL

La década moderada

Johan Cruyff, hablando de los eternos fracasos de la selección nacional española de fútbol, dijo: "¿Cuánta gente en España dice que es española? Son gallegos, vascos, catalanes, andaluces. Es un elemento muy importante. Y, además, mucha gente de otras regiones son tus enemigos. Creo que hay ahí una materia que es muy interesante de ver. Algo tiene que pasar, porque si ocurre una vez dices: vale. Pero pasa siempre".
Con su peculiar lenguaje, Cruyff resalta una realidad incontrovertible: que, en comparación -por ejemplo- con el sentimiento nacional francés, con su unidad casi sin fisuras, el patriotismo español ha sido y es harto menguado. Cabe discutir si esta debilidad del sentimiento nacional español es resultado de la impotencia del liberalismo jacobino (es decir, de la precariedad del Estado unitario y centralista), o bien de la imposibilidad de hacer tabla rasa de la pluralidad real de los pueblos hispánicos. Así, David R. Ringrose ha puesto de relieve como, a lo largo del siglo XIX, no puede hablarse con propiedad de una economía nacional de España, sino de un conjunto de redes de economía regional, que coinciden en gran medida con el ulterior trazado del Estado autonómico. Se trata, por tanto, del valor normativo de los hechos, que proclaman la naturaleza plurinacional de España. Pues los pueblos -las naciones- son un hecho histórico, y su raíz no se halla en una pretendida psicología colectiva, imprecisa y contingente, sino en un complejo tejido de realidades, vivencias e intereses con vocación de permanencia.
Por ello, los krausistas ya vieron claro, desde fines del siglo XIX, que no existía otra forma racional -y viable- de entender España que considerarla como un conjunto de círculos con personalidad propia. Muchos años después, Ferrater Móra expresaba la misma idea, al decir que la cuestión española es un problema de integración entre las distintas Españas. Lo que significa que es vano el intento de corregir la debilidad actual del espíritu colectivo español por la vía de la imposición cultural, con la pretensión de reforzar aquella trabazón que hace natural la cohesión social y la solidaridad interterritorial. Desde esta óptica, es desafortunado el "Informe sobre los textos y cursos de historia" de la Real Academia de la Historia, pues resulta obvio que lo que perturba a la Academia es que la historia que se enseña pueda alejarse del "canon" vertebrado en torno al eje castellano, secularmente adoptado e impuesto como definitorio de lo español. Y es también un mal síntoma el manifiesto de San Millán de la Cogolla, más que por lo que dice por lo que da a entender: que la definición cultural de España corresponde al Gobierno, pues por algo está legitimado por una mayoría absoluta. Una mayoría que a mí me provoca una reflexión distinta.
En efecto, al consumarse el triunfo del PP, pensé en la gran ocasión que se le ofrece a José María Aznar, al poder gobernar con mayoría absoluta en tiempo de bonanza económica, para hacer efectivo el pleno reconocimiento de la realidad plurinacional de España (resolviendo así el contencioso vasco); para consumar la "transición económica" (es decir, la liberalización de la economía); para simplificar la Administración (disminuyendo la burocracia); y para reformar la gestión de los servicios públicos (en especial de la sanidad). Dos referencias históricas me vinieron entonces a la memoria: la primera, una frase de Churchill en la que aconseja, llegada la victoria, magnanimidad; y la segunda, una etapa fecunda del siglo XIX español: la "década moderada".
La invocación de la "década moderada" no es gratuita. A partir de 1844 se produjo, a impulsos del Partido Moderado, una desviación conservadora de la revolución liberal española. Su sentido eminentemente "administrativo" impulsó "la organización del Estado y la organización del mercado". Mejoró los servicios, distrajo a los parlamentarios de estériles debates partidistas, para obligarlos a discutir sobre seguridad, presupuestos, enseñanza y ferrocarriles. Cuidó de la defensa de la ley y el orden, creando la Guardia Civil. Firmó el Concordato con la Santa Sede, cerrando la polémica en torno a la desamortización. Creó la Administración local. Estableció un sistema nacional de educación secundaria y universitaria. Regularizó y homogeneizó la Administración de justicia. Abrió el camino a la creación de los cuerpos de la Administración del Estado (profesorado, fiscales, notariado, inspección de hacienda, etc.). Y reformó la Hacienda, racionalizando el sistema tributario, para acabar con el déficit crónico del Estado. Detrás de esta tarea estuvieron un ideólogo -Pedro José Pidal- y un hombre de acción -Ramón M.ª de Nárvaez, "el espadón de Loja"-, a quien Fernando de Lesseps -embajador francés- vió así: "Espíritu audaz y práctico. Facilidad de entendimiento. Imaginación. Rapidez para intuir. Vigor en la ejecución. Fácil palabra. Deseo y hábito de lucha." No fue, en suma, un personaje vulgar, porque supo conciliar libertad y orden; es decir, porque fue un moderado. (...).

                                                              JUAN JOSÉ LÓPEZ BURNIOL. La Vanguardia - 13/08/2000

Ramón María Narváez

Impulsó la elaboración de la Constitución de 1845, que se mantuvo vigente hasta 1868; pero también otras muchas leyes importantes, como la reforma fiscal de Mon (1845), el Código Penal (1848) o las reformas administrativas de Bravo Murillo.

  • Francisco Cánovas Sánchez, José María Jover Zamora: El Partido Moderado, Centro de Estudios Constitucionales, 1982. ISBN 84-259-0665-2
  • Francisco Cánovas Sánchez: Los generales y el Partido Moderado (1843-1854)]: contribución al estudio de un problema básico de la época isabelina . Revista de la Universidad Complutense, ISSN 0210-7872, Nº. 116, 1979 (Ejemplar dedicado a: Estudio de historia moderna y contemporánea. Homenaje a D. Jesús Pabón III), pags. 105-122

Pedro José Pidal 

 Plan Pidal mediante Real Decreto de 17 de septiembre de 1845: «La enseñanza de la juventud no es una mercancía que pueda dejarse entregada a la codicia de los especuladores, ni debe equipararse a las demás industrias en que domine sólo el interés privado»; aunque también intervinieron en su confección otras personalidades, como Antonio Gil y Zárate; este plan es el precedente más importante de la decisiva reforma educativa conocida como Ley Moyano de 1857. En 1844 fue nombrado ministro de la Gobernación por el general Ramón Narváez, cargo que dejó en 1847 para volver en 1848 como ministro de Estado. Presidió el Congreso de los Diputados y acompañó a Narváez también en 1856. En 1857 fue nombrado embajador en Roma y también ocupó la presidencia de la Academia matritense de Jurisprudencia y Legislación.

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