LA GALLINA SEPARATISTA
El filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein afirmó -dicen algunos- (ver "attributed", séptima cita)- que se podría escribir una historia seria de la Filosofía a base de chistes. Sea o no cierta, la frase encierra una profunda verdad: muchos chistes descansan en confusiones y absurdos relacionados no solo con algunos debates filosóficos, sino también con algunos insidiosos problemas de la vida real.
Lo ilustra Woody Allen cuando en la película Annie Hall inicia sus reflexiones sobre las relaciones de pareja con este absurdo diálogo entre dos huéspedes de un hotel de montaña:
"-Chica, ¡qué pésima la comida de este hotel!".
- "Desde luego; y además ¡qué pequeñas las raciones!".
La falacia del pueblo homogéneo
Pero partiré del célebre chiste de Groucho Marx "No me gustaría pertenecer a ningún club que me admitiera como socio".
Un mecanismo de exclusión semejante aparece en la novela de Joseph Heller "Catch-22" (1961), en la que se describe el criterio que sigue el médico de una base americana en la Italia de la Segunda Guerra Mundial -el Doctor Daneeka- para excluir a ciertos pilotos de las peligrosas misiones de bombardeo.
El médico debe conceder la baja a los pilotos que considere trastornados, siempre que se la pidan; pero los muchos pilotos ya desquiciados por la guerra a los que el médico estaría dispuesto a librar del servicio desprecian el riesgo y siguen jugándose la vida; y quienes, por el contrario, atenazados por el miedo, le solicitan la baja... ¡sólo demuestran que están cuerdos y que deben seguir volando! "Nadie que quiere evitar los combates está en realidad loco".
En el chiste de Groucho y en el dilema del doctor Daneeka late una clásica paradoja lógica, en una de cuyas múltiples variantes -la "paradoja del cocdrilo"- un cocodrilo anuncia en las orillas del Nilo que se comerá a la criatura que tiene entre sus fauces si su madre no acierta a pronosticar la conducta del saurio. La angustiada madre sume, sin embargo, al cocodrilo en la perplejidad cuando le anuncia que devorará a su hijo, pues aunque el cocodrilo razona que si devuelve al niño a su madre el errado pronóstico justificaría que se lo hubiera comido, la madre le replica que si devora al niño ¡su pronóstico habría sido acertado y el cocodrilo tendría que haberlo dejado libre!
La paradoja del cocodrilo, emparentada con la del mentiroso del cretense Epiménides ("todos los cretenses somos unos mentirosos") y con otras muchas variantes, guarda también relación, en mi opinión, con el insidioso mecanismo político que los nacionalistas usan para identificar a los verdaderos miembros del homogéneo "pueblo" al que dicen representar.
Ese mecanismo lo explicó así el escritor vasco Jon Juaristi en "El bucle melancólico" (1979) cuando describió cómo los nacionalistas vascos se atribuían la representación exclusiva de todos los vascos:
"Vista la dificultad de trazar una frontera social entre vascos y españoles siguiendo el criterio de los apellidos...de modo tácito va a ir imponiéndose en el partido la convicción mayoritaria de que el único criterio fiable para distinguir entre vascos y españoles es el de las lealtades políticas. En otras palabras, fuera del nacionalismo no hay vascos...Pero si sólo es vasco quien pertenece a la comunidad nacionalista, no habrá otra comunidad posible que esa misma comunidad nacionalista. Todos los demás habitantes del país, cualquiera que sea su apellido y lugar de nacimiento, serán españoles, maquetos, advenedizos, invasores".
La falacia del derecho a decidir
Esa primera falacia -que, por construcción, garantiza la absoluta pureza y amor a su verdadera patria de todo el "pueblo"- arrastra, como las cerezas, la falacia gemela de su "derecho a decidir", eufemismo de apariencia democrática para referirse al derecho de secesión unilateral del Estado que teóricamente aherroja a ese irredento pueblo.
Pero al invocar ese derecho a la secesión de su "pueblo" los nacionalistas caen en una contradicción: niegan la soberanía del conjunto de ciudadanos del Estado para decidir colectivamente su destino y tildan de antidemocrático el precepto de la Constitución que consagra esa soberanía; pero, cegados por la falacia del "sol poble", consideran incuestionable que solo ese "pueblo", nacido de una cultura, una historia y una lengua comunes, tiene derecho a ejercer colectivamente ese derecho de secesión, que basan en la declaración de Naciones Unidas sobre el derecho de autodeterminación de los "pueblos" y pretenden consagrar sin pudor en su futura Constitución (como muestran los artículos 2 y 6 de la suspendida Ley de Transitoriedad).
De ahí el genial acierto de los impulsores de la idea de "Tabarnia": al invocar para los habitantes de Barcelona y de Tarragona un "derecho de decidir" y la posibilidad de separarse del resto de Cataluña (esto es, de Lleida y Girona, los grandes bastiones del separatismo), hacen como la madre del Nilo y ponen de manifiesto la arbitrariedad de negar la soberanía del conjunto de los ciudadanos españoles para atribuírsela, en exclusiva, al conjunto del poble catalán, y solo a él. La idea de Tabarnia muestra que la supuesta legitimidad democrática del "derecho a decidir" invocado por los nacionalistas esconde, en realidad, la afiliación obligatoria de todos los catalanes a un teórico "pueblo" catalán soberano y unitario, del que nadie puede separarse.
El dilema de Annie Hall
Yo no descartaría que los dos principales partidos y coaliciones separatistas catalanes, JuntsxCat y ERC, tras su relativo éxito en las elecciones del pasado 21 de diciembre, puedan adoptar una política más pragmática y realista que la de la legislatura pasada, como hizo en Grecia Alexis Tsipras tras varios enfrentamientos infructuosos con el resto de la zona euro (como expuse en su día, tanto el "juego del Grexit" como el "desafío soberanista" tenían la estructura de un "farol visto" y estaban llamados a fracasar)..
Es cierto que la pretensión del Sr. Puigdemont de encabezar un nuevo gobierno -tal vez desde Bruselas- y el deseo de muchos nacionalistas de que lo haga -para así "restaurar" el orden perturbado por la aplicación del artículo 155- no son un buen augurio, rozan el absurdo y hacen el futuro político en Cataluña todavía imprevisible.
Estoy seguro, sin embargo, de que entre los dirigentes nacionalistas catalanes tiene que haber muchos que consideran que Puigdemont ha perdido el sentido de la realidad política y que sería disparatado pretender investirle de nuevo.
Pero me temo que esos nacionalistas sensatos a los que les gustaría abandonar el mesianismo y no seguir hundiendo a Cataluña en la crisis económica, la fractura social y la incertidumbre política se enfrentan al dilema con el que Woody Allen concluye Annie Hall:
"Un tío va al psiquiatra y le dice: 'Doctor, mi hermano está loco. Cree que es una gallina?'. Y el médico le responde: 'Bien ¿y por qué no le internas?". Y el tipo dice: "Ya me gustaría, pero necesito los huevos".
Muchos políticos, adalides y medios nacionalistas no pueden abandonar el mesianismo gallináceo de Puigdemont, porque viven de sus huevos. Esperemos, sin embargo, que ellos y sus votantes acaben reconociendo no solo que la aventura separatista está teniendo resultados pésimos, sino que la ración está siendo demasiado grande.
http://www.expansion.com/blogs/conthe/2018/01/02/la-gallina-separatista.html
¿FIN DE LA QUIMERA SOBERANISTA?
Un médico americano, Peter Ubel, dirigió hace años un experimento con pacientes que habían sufrido la extirpación del colon. Tras la intervención, a unos pacientes les dijeron que la operación era reversible: al cabo de varios meses otra operación les restablecería el funcionamiento ordinario de su sistema digestivo. A otros les indicaron, por el contrario, que la extirpación era irreversible y tendrían que adaptarse a su nueva vida.
Cuando al cabo de cierto tiempo los investigadores analizaron la situación anímica de los pacientes, comprobaron que los que eran conscientes de la irreversibilidad de su situación se mostraban más felices que los primeros. La razón, según Ubel, era que "la esperanza tiene un lado oscuro. Si nos hace retrasar nuestra adaptación a las circunstancias de la vida, puede ser un obstáculo hacia la felicidad. Los pacientes [con consciencia de la irreversibilidad de la operación] eran más felices porque se habían adaptado a su nueva vida. Eran conscientes de las cartas que les habían tocado y reconocían que no tenían otra opción que jugar con ellas".
La conclusión general del estudio es que los mensajes esperanzadores, cuando están poco fundados, pueden ser perturbadores, porque interfieren con la adaptación emocional. "No debemos quitarle a la gente de esperanza. Pero debemos tener cuidado en aumentarla tanto que posterguemos su adaptación a la vida real".
Uno de los economistas que participó también en la investigación, George Loewenstein, aplica esa conclusión a la vida en pareja y afirma que se recupera antes quien enviuda que quien se separa o divorcia:
"Si tu cónyuge muere, hay un punto final (closure). No subsiste posibilidad alguna de reconciliación".
Esa necesidad psicológica de un punto final como paso necesario para superar un episodio adverso explica también por qué los familiares de víctimas de accidentes, aunque tengan la certeza de la muerte de sus familiares, no descansan hasta que se encuentran sus restos humanos y les dan sepultura.
La DUI, el colon soberanista
Mi impresión es que, tras lo acontecido los últimos meses en Cataluña -fuga masiva de empresas, paralización de las inversiones, caída del empleo y del turismo, rechazo en la Unión Europea del secesionismo catalán, uso del artículo 155, aplicación rigurosa (a mi juicio, en exceso) de la legislación penal a los líderes secesionistas responsables de alzamientos sediciosos-, todos los líderes soberanistas -con la excepción probablemente de los de la CUP-saben en su fuero interno que la independencia de Cataluña es una irrealizable quimera, aunque durante la campaña electoral no quisieran renunciar a ella para no encolerizar a sus votantes.
Por eso, a pesar de la mayoría escaños que lograron ayer, en conjunto, los tres partidos y coaliciones independentistas (aunque apenas superaran el 47% de los votos), los líderes de JuntsxCat y ERC debieran, en mi opinión, seguir el consejo de Ubel y no continuar haciendo promesas y esfuerzos vanos en pos de una independencia que nunca llegará.
La Declaración Unilateral de Independencia (DUI), aunque vista por los soberanistas más enfervorecidos como parte esencial de su identidad, creció en realidad como un tumor maligno que, extirpado jurídicamente por la acción conjunta del Tribunal Constitucional y del artículo 155 de la Constitución, no solo no concita el apoyo de una mayoría de los ciudadanos catalanes, sino que no tiene posibilidad de reproducirse.
Tan pronto los líderes independentistas más sensatos acepten esa inexorable realidad y hagan pública esa renuncia, podrá abrirse para la sociedad catalana una perspectiva de retorno de la inversión, de recuperación económica y de inicio de un diálogo político con el Estado que, basado en la lealtad, busque respuestas razonables, aceptables para todos, a los agravios reales o aspiraciones legítimas -en materia, por ejemplo, de servicios públicos, inversión pública o financiación- de los ciudadanos catalanes.
Ética de la responsabilidad vs ética de la convicción
El nuevo Gobierno catalán, cualquiera que sea su presidente, composición y apoyos parlamentarios, deberá olvidar la quimera de la independencia de Cataluña, ni unilateral ni pactada, por mucho que le duela a su base electoral -amplia pero ni siquiera mayoritaria-, y deberá buscar la felicidad de todos los catalanes en el mundo real, como parte de España y de la Unión Europea.
Me hubiera gustado que Ciudadanos e Inés Arrimadas hubieran logrado un resultado todavía mejor del éxito histórico que ayer tuvieron y que los partidos constitucionalistas se hubieran acercado a una mayoría en votos. Pero aun así soy optimista: no solo celebro el acusado descenso en votos y caída en la irrelevancia política de los anticapitalistas de la CUP -cuya república no es de este mundo-, sino que no descartaría que los líderes de al menos uno de los grandes partidos independentistas, JuntsxCat o ERC, demuestren en esta nueva legislatura el seny y el sentido de la realidad que les faltó en la anterior.
Tengamos presente que JuntsxCat y ERC ya no precisarán del apoyo de la CUP para gobernar: les bastará con conseguir la abstención de algún otro partido -como los comunes-.
Pocas veces los líderes de dos formaciones políticas con visos de gobernar se enfrentarán con mayor claridad al célebre dilema político que enunció Max Weber entre la "ética de la responsabiilidad" (Verantwortungsethik) -hacer lo que, a la vista de sus consecuencias prácticas, es bueno para el conjunto de la sociedad- y la "ética de la convicción" (Gesinnungsethik) -seguir ciegamente las propias convicciones, con independencia de sus consecuencias-.
Esta última -que se manifestaría en la continuidad del próces- ahondaria en Cataluña el desastre económico (y perjudicaría también al resto de España). Por el contrario, la aceptación de la "ética de la responsabilidad" -que entrañaría la renuncia expresa al independentismo, acompañada de una oferta genuina de negociación política con el Estado español- abriría un nuevo horizonte para Cataluña y para España.
En la historia política ha habido bastantes casos de políticos sensatos que, tras triunfar en unas elecciones, atemperaron sus convicciones y, enfrentados a la realidad, acabaron dando muestras de responsabilidad.
No caigamos, pues, en un pesimismo prematuro sobre el futuro de Cataluña y de España.