Las tensiones llegan al bolsillo
Todo ha cambiado desde las elecciones del 21 de diciembre aunque aparentemente todo sigue igual. El Estado gobierna en Catalunya sigilosamente pero sin complejos y con una cierta eficacia. Empieza a controlar las cuentas, que es una de las formas más directas de decidir en política.
El director de la Televisió de Catalunya dijo ayer que no se podrán contratar programas elaborados por empresas ajenas a la corporación. No lo afirma con entusiasmo, sino como una fría e inevitable operación contable. Quizás es una de las formas para que la televisión pública catalana sea competitiva con el criterio de la proporcionalidad entre la abultada plantilla con los resultados conseguidos por los empleados en el ente público.
Empieza el año con la incerteza de cómo se administrarán los resultados del 21 de diciembre. Y quién será el presidente y qué equipo formará. Repetir una fórmula unilateral, con Puigdemont en Bruselas y con Junqueras en la cárcel o recién salido de ella, no levantaría la intervención directa del Estado a través del artículo 155.
No sé cómo ha calculado el ministro Guindos los mil millones que Catalunya ha podido perder durante la efervescencia del proceso en el último trimestre. Los gobiernos manejan los datos según más convenga. Pero lo que es cierto es que la marcha de empresas y la inseguridad jurídica que muchos inversores ven en el futuro de Catalunya frenará la actividad económica.
Habría que bajar las tensiones porque los efectos económicos de la crisis política afectan a todos, tanto catalanes como españoles. Estamos en el momento en que la responsabilidad de lo que ha ocurrido es absolutamente del otro. Y de aquí nadie se apea y la situación no puede sino empeorar.
En su libro Catalanisme o nacionalisme, Rafael Jorba decía hace unos años que “estamos delante de la última oportunidad de poder edificar una Catalunya libre y plena, en el marco de un Estado español que haga de la aceptación de la identidad del otro el fundamento de su fortaleza”.
La aceptación del otro pienso que es preciso alcanzarla entre los catalanes que no pensamos lo mismo sobre una cuestión mayor como es el mantenimiento de la relación con España. Los resultados electorales muestran un empate técnico entre independentistas y constitucionalistas. Hay que empezar a construir un consenso que nos permita estar de acuerdo en unas pocas cuestiones básicas.
Ya sé que hay palabras desfasadas que han caído en desuso. Me refiero al patriotismo, que es una vinculación indestructible con la familia, la lengua, la propia ciudad, el país, sus tradiciones y su historia. El problema
es, como decía Isaiah Berlin, “cuando el patriotismo se convierte en nacionalismo agresivo y deviene detestable en todas sus manifestaciones”.
La sensación de pertenecer a una nación es algo natural y me parece absurdo criticarlo o condenarlo. Pero cuando mi nación es considerada mejor que la del otro y se quiere imponer sobre los demás se entra en una forma de extremismo patológico que conduce a horrores inimaginables.
No hay una única manera de sentirse catalanes políticamente como tampoco la hay de sentirse españoles. La pluralidad que sale de las urnas en todas las elecciones no se traduce en políticas que hagan del respeto al adversario una de las imprescindibles reglas de juego.
No tengo fórmulas mágicas pero el contencioso entre Catalunya y España tiene que entrar en un periodo de racionalidad, de aceptación y respeto hacia el otro, de construir un espacio de convivencia cívica y política que nos permita vivir en paz entre nosotros los catalanes y con los demás ciudadanos de España y de Europa.
Es conveniente huir de la barbarie de la ignorancia sobre la propia historia y la de los demás. Mi patria, dice George Steiner, es donde yo puedo trabajar, aquel lugar en el que a uno le dejan trabajar.
Para construir un proyecto independentista habrá que hacerlo con más tiempo, ganándose la adhesión de mayorías claras e indiscutibles, pensando que el mundo no observará con indiferencia cuanto ocurra en Catalunya.
Y para mantener una cierta unidad de España habrá que ser más flexible y actuar con más respeto a las diferencias. Es una pedagogía que exige quitarse el sombrero del Estado intervencionista y cubrirse la cabeza con la generosa aceptación del otro.
Rajoy no lo puede hacer a golpe de leyes, sino dando un viraje que se traduzca en una mayor comprensión de lo que significa la catalanidad, la lengua y la cultura, y, sobre todo, dotar con los recursos que corresponden a un pueblo que aporta dos veces más de lo que recibe a las arcas del estado. Si Rajoy no se atreve lo tendrá que hacer otro. Es demasiado lo que está en juego para todos.
Publicado en La Vanguardia el 3 de enero de 2018
http://www.foixblog.com/2018/01/03/las-tensiones-llegan-al-bolsillo/
El nacionalismo, como la religión y otros fenómenos irracionales en todas sus formas es tribal y se nos presenta por los miembros de la tribu como algo real, pero no existe
y es, por tanto, involutivo. Los sentimientos se superan a lo largo de la historia del hombre con la razón, por eso el hombre se convierte en evolución consciente. La tribu y el sentimiento de pertenencia tubo su función en la evolución pero es un concepto superado. Sin embargo el inconsciente involutivo se resiste a morir.
y es, por tanto, involutivo. Los sentimientos se superan a lo largo de la historia del hombre con la razón, por eso el hombre se convierte en evolución consciente. La tribu y el sentimiento de pertenencia tubo su función en la evolución pero es un concepto superado. Sin embargo el inconsciente involutivo se resiste a morir.
Respecto a que la situación “frenará la actividad económica” en realidad ya la ha frenado, y el tiempo y dinero invertido no se recuperara.