Más allá del proceso kafkiano en el que se haya inmerso el pulso de la república catalana, lo cierto es que la situación ha generado un efecto que, al menos desde el análisis filosófico, es interesante de observar: el abandono de la economía por parte de la política. ¿Puede la política desarrollarse al margen de la economía? ¿Puede la economía prescindir de la política? ¿La divisibilidad del tándem política-economía es viable, responsable e incluso moral socialmente?.
Si entendemos que la política es la ciencia que trata de la organización de los bienes sociales, de la res publica, queda en evidencia que no hay organización posible de la actividad pública sin el instrumento de la economía, ya que ésta es la ciencia social en que las sociedades -y con ellas las personas-, sobrevivimos, prosperamos y funcionamos. O como decía Aristóteles: la economía es la ciencia que se ocupa de la manera en que se administran unos recursos o el empleo de los recursos existentes con el fin de satisfacer las necesidades que tienen las personas y las sociedades.
Así pues, podemos afirmar metafóricamente que en un estado democrático -dentro de la ortodoxia occidental- la política y la economía es como una biga (carreta romana tirada por dos caballos) que dirige un auriga (jinete) elegido por sufragio universal. En otras palabras, no hay política sin economía (ni economía sin política, aunque este punto merece una reflexión a parte en un contexto global), en un estado democrático de corte europeo, ya que nuestras Democracias se fundamentan sobre uno de los grandes hitos conseguidos por la humanidad: el Estado de Bienestar Social. Es decir, los derechos adquiridos como ciudadanos al libre acceso a los servicios sociales, los servicios sanitarios, los servicios educativos y las pensiones u otras prestaciones económicas de garantía de ingresos para la subsistencia, requieren de una financiación previa. Y para ello se requiere de la Economía (productiva, generada por el sector privado), sin la cual la Política no puede gestionar los recursos públicos para beneficio del conjunto de la sociedad.
Llegados a este punto, si hay Política sin Economía, podemos afirmar que el abandono de la Economía por parte de la Política que gestiona el proceso de la recién declarada y autosuspendida república catalana no es ni viable ni responsable a nivel social. Solo hay que observar el impacto negativo que el proceso secesionista está registrando, en el momento incluso anterior a su culminación, en los datos objetivos de los indicadores micro y macro económicos catalanes.
Como apuntaba ayer (día de la declaración de la república catalana) en tono un poco jocoso en las redes sociales, proyectando sobre una parte un mensaje crítico incisivo para el conjunto implicado, con el objetivo de poner en evidencia lo absurdo de la situación, publiqué la siguiente simulación de anuncio oficial: “Requerimiento a los payeses independentistas que en el día de hoy sacan sus tractores a la calle en apoyo a la DUI (Declaración Unilateral de Independencia): por favor, pasen por el departamento de Agricultura más cercano y firmen su baja voluntaria a las ayudas económicas que reciben de la UE. Gracias”.
Si bien queda evidenciado que Política sin Economía produce el mismo efecto social irresponsable que el de desprenderse de uno de los dos caballos que tiran de una biga romana, la última pregunta que nos cabe por hacernos es si dicha actuación es moral o no desde un punto de vista social.
Hablar de moral es enjuiciar la ética de una conducta, una materia tan amplia y diversa como pensadores han existido y existirán a lo largo de la historia de la humanidad. No obstante, de entre todas las dimensiones existentes, cabe que nos circunscribamos a la moral política que es la que nos ocupa. En este sentido, ya que la reflexión objeto del presente artículo es la relación entre Política y Economía, y la economía si por algo se caracteriza es por su fría faceta objetiva en su manifestación sobre la realidad (hay o no hay dinero), la evaluación de la moral política del proceso de la república catalana debe realizarse bajo el tamiz del objetivismo. Una postura filosófica que afirma que la única forma de alcanzar la moralidad es por medio de la razón y la aceptación de la realidad en forma objetiva, independiente de la percepción del ser humano. En este sentido, la moral política objetivista considera que es moral todo aquello que va en la dirección del sostenimiento, sustento y realización de la vida de una persona dentro de la sociedad, mientras que lo contrario es inmoral políticamente. Un concepto de moral que va íntimamente ligado al concepto tradicional de política como actividad que vela por el bien común.
Resumiendo, toda acción pública explícita o de facto de abandono de la Economía por parte de la Política es manifiestamente inviable, irresponsable e inmoral socialmente en un Estado moderno Social y de Derecho, que solo tiene un escenario posible: el empobrecimiento de los ciudadanos. Como se reza desde la antigüedad: “por sus frutos los conoceremos” (a los falsos profetas).
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Cataluña independiente o la gestión de la frustración social ante el principio de la realidad
Tras la declaración de la República Independiente de Cataluña a la gallega por parte del presidente de la Generalitat, los independentistas catalanes abandonan el principio de la épica y la fantasía en beneficio de retomar el principio de la realidad. Y no, no me refiero a la realidad subjetiva fruto de una percepción sesgada de la experiencia más inmediata (con ayuda de efectos especiales de una burbuja creada artificialmente), sino de la realidad objetiva con la que como sociedad construimos una evidencia -en este caso política y jurídica- que nos permite afirmar que algo es verdadero frente a otras opciones consideradas como falsas.
Retomar de nuevo el principio de la realidad objetiva por parte del movimiento independentista catalán no es una tarea fácil en materia de psicología colectiva, pues más allá de las razones propias del intelecto entra en juego la gestión emocional, y más concretamente la gestión de una frustración social que no por ser anunciada se aprecia de menor gravedad. Puesto que con independencia de la fata de responsabilidad por parte de unos dirigentes que han enarbolado la creencia popular de alcanzar la Ítaca republicana catalana, la imposibilidad de sus troyanos de satisfacer el sueño secesionista conlleva un estado general de tristeza, una emoción básica de repliegue del ser humano que mal gestionada puede convertirse en una emoción básica expansiva como es la rabia social. Y la rabia, como bien sabemos, se manifiesta como un impulso emocional, de difícil control individual y aun más colectivo, que empuja a responder negativamente contra todo aquello que consideramos que nos hace daño, que es injusto o que percibimos como una amenaza.
Llegados a este punto, la pregunta que debemos hacernos para el bien común de la concordia y la convivencia social, es cómo gestiona la frustración una gran parte de la sociedad catalana que, como acérrimos guerreros (muchos de ellos de nueva generación), se sienten derrotados por la implacabilidad del principio de la realidad. Lo cierto es que no hay gestión de la frustración sin aceptación de la realidad, la cual pasa a su vez por renunciar a la tentación de adaptar un rol del victimismo. Pero también no es menos cierto que, en un ambiente constructivo de armonía social, no puede haber aceptación real de la situación y renuncia de un victimismo que retroalimenta la frustración, sin la capacidad de poder vislumbrar una posible solución al estado que ha generado el problema.Una solución que necesariamente debe venir propuesta por el establishment de la realidad que se impone, pues en toda contienda son los vencedores quienes tienen la capacidad y la responsabilidad de reconstruir los puentes que se hayan podido dinamitar en el fragor de la batalla.
El principio de la realidad siempre se impone por fuerza puramente gravitatoria, a pesar de los infructuosos intentos de unos pocos o unos muchos por mantenerse suspendidos en el aire de la ficción. Pero si algo caracteriza la realidad es que no es excluyente, sino incluyente, ya que por definición se compone del conjunto de todo aquello que, aun diverso y múltiple, fundamenta su propia naturaleza. Por lo que volver a la normalidad colectiva del principio de la realidad pasa indiscutiblemente por la integración de todas y cada una de sus partes, la cual cosa significa -en el marco de la situación del frustrado pulso secesionsta catalán-, por acoger a los independentistas en un reactualizado marco político y social integrador (A buen entendedor, pocas palabras; ya que la intencionalidad de esta reflexión es filosófica, no política). Lo contrario es temporizar la teoría del caos que, como el aleteo de la mariposa de Brasil que con el tiempo provocó un tornado en Tejas, podría transmutar el principio de la realidad ya no solo español, sino previsiblemente europeo. (Y a las orejas del lobo que han visto los dirigentes de la UE en estos días me remito).
Es hora pues, de curar las heridas de la fractura social en Cataluña, poniendo un especial énfasis en el cuidado de la gestión de la frustración de una parte importante de sus ciudadanos (mis vecinos). Una tarea solo apta para una política de Estado. Mientras tanto, en un Estado de Derecho democrático con división de poderes, que la Justicia depure responsabilidades sin dilaciones sobre aquellos que hayan sido irresponsables en sus funciones públicas y sociales.
10 de Octubre de 2017,
Noche de la V República de Cataluña Declarada
y Suspendida temporalmente a la vez
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