Cambiemos de tema. Hablemos de las cosas. Utilizando 12 variables relacionadas con la economía y las condiciones de vida de la población, el Foro Económico Mundial ha elaborado un Índice de Desarrollo Inclusivo (IDI12) para 109 países del mundo en el año 2015. Aquellos países que mantienen o mejoran la posición en el ranking del IDI respecto a su posición en el del PIB son considerados países virtuosos en la transformación del crecimiento en progreso social. Aunque se puede mejorar (dos profesores de Economía de la Universidad de Vigo, Albino Prada y Patricio Sánchez, lo han hecho) este tipo de indicadores son de extraordinaria importancia para identificar y afrontar algunos de los principales problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades. Por su parte, la Unión Europea elabora también un nuevo Índice de Progreso Social regional que mide algo similar para las regiones europeas. Ni España, ni Catalunya en particular, son ejemplos virtuosos. Este mal comportamiento es anterior a la crisis, pero ha empeorado con sus efectos. Y el retorno del crecimiento y del empleo, con ser excelentes noticias, no traen progreso social. Mucho del nuevo empleo es de “trabajadores pobres”. Y los salarios han perdido la conexión con los beneficios.
¿Por qué este mal comportamiento? Una primera respuesta es que España es un país poco sofisticado en cuanto a políticas e instituciones que median entre el crecimiento y el progreso. Así, por ejemplo, la flexiseguridad que aplican otros países en las relaciones laborales aquí tiene mucho de flexibilidad pero poco de seguridad.
Pero, como nos muestra el IDI, el problema de la pérdida de conexión entre crecimiento y progreso social es más general. El crecimiento ha dejado de ser un buen indicador de desarrollo inclusivo. Lo fue en las décadas que siguieron a la II Guerra Mundial en las que la economía de base industrial producía empleos estables y salarios dignos. Pero este vínculo comenzó a romperse desde los años noventa. Y la nueva economía digital colaborativa está acentuando esa desconexión.
http://www.lavanguardia.com/opinion/20170906/431079469397/crecimiento-sin-progreso.html
¿Será posible volver a restablecer la conexión entre crecimiento y progreso? ¿Cómo? En primer lugar, hay que sofisticar el cálculo del PIB, a la vez que se incorporan nuevos indicadores de desarrollo inclusivo al cuadro de mando de navegación de la economía. Algunos países ya han comenzado a hacerlo. Un paso de gigante ha sido la decisión de la Reserva Federal norteamericana –de la mano de su anterior presidente, Bern Bernanke, y de la actual, Jane Yellen– de utilizar la tasa de paro como un vector determinante de la política monetaria.
Pero más allá de sofisticar los instrumentos de política macroeconómica, la gestión de la economía y la reflexión de los economistas tiene que recuperar el aliento moral que ha animado a lo largo de la historia el mejor pensamiento económico y que se ha perdido.
Necesitamos de nuevo economistas que se comporten como worldly philosophers, por usar la expresión manejada por el economista Robert Heilbroner en su celebrado libro publicado en 1953: The worldy philosophers: the lives, times and ideas of the economic thinkers.
John Maynard Keynes señaló en una ocasión que los economistas deberían ser como los dentistas, profesionales capaces de enfrentarse con problemas concretos y aliviar el dolor de la gente. Pero el propio Keynes, enfrentado al mundo convulso de los años veinte y treinta del siglo pasado, dejó de lado esa dentistry approach para adoptar la visión de un wordly philosopher: elevó su mirada desde las pequeñas cosas para fijarla en el funcionamiento del sistema capitalista como un todo. Al hacerlo incorporó ese aliento moral que la investigación económica y la política necesita para orientarse al progreso social. Logró introducir un nuevo lenguaje económico necesario para analizar el funcionamiento del capitalismo y enfrentarse a las grandes cuestiones de la economía política clásica, como es la de la distribución. Su visión global del sistema fue capaz de proponer reformas y políticas que civilizaron el capitalismo sin control de finales del siglo XIX y comienzos del XX y reconciliarlo con el progreso social y la democracia. Hoy necesitamos algo similar.
Sin restaurar el vínculo entre crecimiento y progreso no habrá estabilidad social y política en nuestras sociedades. Esa es, a mi juicio, la madre de todas las batallas actuales que estamos viendo.