El cerebro y el sexo
http://jralonso.es/2017/08/16/el-cerebro-y-el-sexo/
Si hay un tema que se pueda calificar de «campo minado», ese es sin duda el de las diferencias sexuales en el cerebro entre hombres y mujeres. Los lápices se afilan y los prejuicios afloran, pero en un alarde de valentía —o de inconsciencia suicida— vamos a ver si podemos contar algo interesante sin dejar muchos pelos en la gatera.
Es evidente que el exterior de nuestros cuerpos es diferente —¡gracias, gracias!— y aunque es menos evidente, el interior del cuerpo también lo es. Uno de los órganos con una clara heterogeneidad sexual, con diferencias entre hombres y mujeres, es el cerebro, aunque al final del artículo matizaremos esto. Es la explicación más sencilla de que nuestros comportamientos, resultado de la actividad cerebral, sean diferentes. Las testículos fetales producen hormonas sexuales que modifican el cerebro y lo masculinizan. Por eso algunas áreas cerebrales son distintas desde la infancia y las funciones mentales diferentes modifican, junto con el resto del cuerpo, nuestra actuación diaria. Eso hace que, por ejemplo y en general, los hombres tengamos más agresividad o más interés por la pornografía que las mujeres, por poner dos ejemplos vergonzantes.
Hay tres factores biológicos clave para entender las diferencias sexuales cerebrales: las hormonas sexuales, los cromosomas sexuales y el sistema inmunitario. El desarrollo cerebral es influido por aspectos genéticos, tales como el número de repeticiones CAG en el gen receptor de andrógenos —que van a marcar la sensibilidad del receptor— o la expresión de genes ligada al sexo. Por su parte, también hay claros aspectos ambientales como el peso al nacer, los efectos de la nutrición prenatal, el estrés, las infecciones maternas y los cuidados postnatales tempranos que afectan al desarrollo cerebral a través de mecanismos epigenéticos.
La exposición temprana a esteroides sexuales es un factor organizador clave que influye en la expresión posterior de las diferencias sexuales en el sistema nervioso. Las hormonas esteroideas influyen en diversos procesos celulares incluida la expresión génica y son, por tanto, candidatos ideales para ejercer efectos epigenéticos sobre el cerebro en desarrollo. Con respecto a los cromosomas sexuales, tanto el X como el Y contienen numerosos genes que se expresan de manera diferente en el cerebro de hombres y mujeres. Se calcula que unos 6.500 genes, en torno a un tercio del total, tienen una expresión diferente dependiendo del sexo en al menos un tejido. Usando animales transgénicos se ha conseguido disociar el efecto de los cromosomas sexuales del de las hormonas sexuales pero parece claro que ambos actúan para dar el fenotipo de un cerebro diverso sexualmente.
Los estudios han encontrado diferencias ligadas al sexo en el volumen cerebral de niños, adolescentes y adultos. Las diferencias globales, por ejemplo la distinta proporción sustancia gris:sustancia blanca en hombres y en mujeres, van acompañadas de diferencias específicas en cada lóbulo encefálico. Un estudio del grupo de Michael Lombardo y Simon Baron-Cohen de la Universidad de Cambridge ha visto que los niveles de testosterona fetal predicen las diferencias volumétricas que se observan en distintas regiones cerebrales de niños y niñas. Zonas como la corteza orbitofrontal lateral posterior tienen más sustancia gris en niños que en niñas, en concordancia con los niveles de testosterona fetal. Otras regiones como la unión temporoparietal derecha-surco temporal superior posterior, el plano temporal/opérculo parietal son más grandes en niñas que en niños y hay una relación inversa con la testosterona fetal. Finalmente, otras regiones de la amígdala y el hipotálamo son sexualmente dimórficas, mayores en niños que en niñas) pero el volumen no es predicho por la testosterona fetal. Todos estos datos indican que la testosterona fetal es un factor organizador del cerebro en desarrollo y un determinante de la variabilidad cerebral ligada al sexo.
En el ámbito de la neuroeducación el sexo del cerebro es también importante porque algunos de los trastornos de más interés en la actualidad en el mundo escolar, como los trastornos del espectro del autismo (TEA), el trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), los trastornos de la conducta, el síndrome de Tourette, la alteración específica del lenguaje y otros más son más frecuentes en niños que en niñas, mientras que hay otro grupo en el que están la depresión, el trastorno de ansiedad y la anorexia nerviosa, que son más frecuentes en niñas que en niños. En el caso de los TEA y el TDAH el número de niños diagnosticados es entre el triple y el cuádruple que el de niñas. Si entendemos en qué son diferentes los cerebros de niños y niñas podemos entender las razones de esa prevalencia tan distinta.
Otro aspecto importante es la temporalidad del desarrollo. Hay cada vez más evidencias de que los cerebros de los niños y los de las niñas maduran a velocidades diferentes. No es extraño, también es así con los cuerpos y las chicas son más altas, de media, que los chicos al comienzo de la adolescencia y luego ellos las pasan al final de la adolescencia. Los cerebros, tanto el conjunto de la sustancia gris, como específicamente los lóbulos frontal, parietal y temporal, maduran entre uno y tres años antes en las niñas que en los niños. Otra prueba de esa variación en la temporalidad del neurodesarrollo es que distintos trastornos aparecen a distintas edades en niños y en niñas. El autismo tiene un sesgo masculino desde la infancia, la esquizofrenia es más frecuente y más temprana en varones mientras que la depresión y los trastornos de ansiedad al llegar la adolescencia son más del doble en ellas que en ellos. Y sin embargo, nuestras cohortes escolares son niños nacidos en el mismo año. Parece que sería más lógico adaptarnos a su realidad, establecer grupos de maduración similar aunque tuvieran distinto año de nacimiento que obligarlos a entrar en nuestros esquemas de talla única. En otros países, como Estados Unidos, no es extraño que un adolescente de quince o incluso de trece años inicie la universidad si cumple los requisitos, si pasa las pruebas de acceso que son las mismas para todos. Aquí es imposible.
Curiosamente las regiones cerebrales que muestran diferencias sexuales más marcadas también presentan diferencias estructurales entre individuos con un desarrollo normal y varias condiciones neuropsiquiátricas, incluyendo los TEA, el TDAH, la depresión y la esquizofrenia. Entre ellas están áreas del sistema límbico como la amígdala, el hipocampo y la ínsula. Una hipótesis sugerente es que estas áreas sean más plásticas y eso las haga más frágiles, que su propia predisposición a sufrir cambios como resultado, por ejemplo, de los factores hormonales haga que tengan un mayor riesgo de que algo cuaje mal y el resultado sea uno de esos trastornos.
Un estudio reciente ha llegado a la conclusión de que no existe eso que se dice de un cerebro masculino o un cerebro femenino. Daphna Joel y sus colegas de la Universidad de Tel Aviv partían de lo que siempre hemos pensado: cuando el feto desarrolla los testículos, estos secretan testosterona que masculiniza el cerebro. Eso llevaría a dos opciones: con testosterona o sin ella, masculino o femenino. El grupo de investigación miró los escáneres cerebrales de 1400 personas entre 13 y 85 años y analizaron los tamaños de las principales regiones cerebrales y a las conexiones entre ellas. En total identificaron 29 regiones cerebrales que mostraban diferente tamaño en personas que se autoidentificaban como hombres o como mujeres. Entre ellas, por poner un par de ejemplos, estaba el hipocampo, implicado en memoria, y el giro frontal inferior, que se considera participa en la aversión al riesgo. Sin embargo, cuando miraron al escán de cada persona, encontraron que muy pocas de ellas tenían todas las áreas como les corresponderían según su sexo. Entre el 0 y el 8 % de las personas tenían un cerebro “todo masculino o todo femenino” mientras que la inmensa mayoría eran una mezcla, un mosaico, con zonas similares a las que son más comunes en hombres y otras similares a las más comunes en mujeres. En otras palabras, cuando se cogen muchos individuos, se miden sus cerebros y se hace la media, surgen diferencias entre el grupo de los niños y las niñas o de los hombres y las mujeres, pero cuando se coge a una persona concreta, su cerebro tiene normalmente una mezcla de áreas «masculinas» y otras «femeninas» independientemente de cuál sea su sexo.
Esto tiene bastantes implicaciones: una, que no hay dos tipos de cerebros, no deberíamos hablar de dimorfismos sino de polimorfismo; la segunda, es que apoya la idea de que el género no es binario y que las clasificaciones de género para muchos aspectos son un sinsentido arriesgado, y tres, que la inmensa mayoría somos parte de un continuo que va desde un extremo masculino a un extremo femenino y tenemos eso que decimos en broma de «mi lado femenino» o «mi lado masculino». Es interesante hipotetizar que nuestra diversidad de comportamientos debe ser un reflejo de esa diversidad estructural y preguntarnos si las mujeres agresivas o los hombres a los que no les gusta la pornografía tendrán la región cerebral correspondiente más parecida al género que muestra ese comportamiento como media que al que le corresponde por su sexo. Hay ya evidencias en ese sentido: Markus Hausmann ha estudiado la idea de que los hombres tenemos mejor orientación espacial que las mujeres pero resulta que la mayoría de las pruebas realizadas, muy pocas respondían al criterio sexo y había test espaciales donde las mujeres conseguían mejores resultados que los hombres. Otro resultado interesante es que a pesar de todos los estereotipos, las niñas no son peores que los niños en los temas de ciencias y matemáticas. El grupo de Joel realizó un análisis similar de tendencias personales, actitudes, intereses y comportamientos de más de 5.500 individuos y encontró que la consistencia interna —comportamientos siempre masculinos en una persona que es XY— era rara, un 1,2 %. En otras palabras incluso considerando comportamientos de géneros altamente estereotípicos, solo unos pocos individuos estaban en el extremo masculino o en el extremo femenino y la mayoría de las personas incluían rasgos característicos teóricamente del otro sexo. Si lo pensamos es así en la realidad y quizá por eso no hay solo dos tipos de personas, sino miles de combinaciones diferentes. En general un neurocientífico con un cerebro sin cuerpo ni datos puede acertar con bastante probabilidad si corresponde a un hombre o una mujer pero lo que no va a poder es determinar qué perfil va a tener, para qué cosas es bueno ese cerebro, sabiendo el sexo de su propietario.
Para leer más:
- Hamzelou J (2015) Scans prove there’s no such thing as a ‘male’ or ‘female’ brain. New Scientist 30 de noviembre https://www.newscientist.com/article/dn28582-scans-prove-theres-no-such-thing-as-a-male-or-female-brain/
- Joel D, Berman Z, Tavor I, Wexler N, Gaber O, Stein Y, Shefi N, Pool J, Urchs S, Margulies DS, Liem F, Hänggi J, Jäncke L, Assaf Y (2015) Sex beyond the genitalia: The human brain mosaic. Proc Natl Acad Sci U S A 112(50): 15468-15473.
- Lombardo MV, Ashwin E, Auyeung B, Chakrabarti B, Taylor K, Hackett G, Bullmore ET, Baron-Cohen S (2012) Fetal testosterone influences sexually dimorphic gray matter in the human brain. J Neurosci 32(2): 674-680.
- O’Brien JW, Dowell LR, Mostofsky SH, Denckla MB, Mahone EM (2010) Neuropsychological Profile of Executive Function in Girls with Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder. Arch Clin Neuropsychol 25(7): 656–670.