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La era de la (des)información

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La era de la (des)información

La expansión de las redes sociales digitales presenta un lado oscuro: la difusión masiva de informaciones falsas y teorías de la conspiración.
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Alcance de una noticia imposible: En 2012, en Italia, una noticia explícitamente satírica sobre un político inexistente, el senador Cirenga, se difundió como verídica de forma masiva en las redes sociales. En este grafo, los nodos representan usuarios y las líneas indican entre quiénes se compartió. En el centro figura el origen de la información y, a su alrededor, los distintos niveles de difusión. Los colores indican la preferencia de los usuarios por un tipo específico de fuentes: periódicos y agencias de noticias (amarillo), movimientos políticos (verde) y fuentes «alternativas» (rojo). El esquema muestra también los «troles», o difusores de información deliberadamente falsa (azul). [CORTESÍA DE WALTER QUATTROCIOCCHI]

¿A quién no le ha ocurrido que, al cenar con amigos o familiares, algunos quizá con cierto nivel de estudios, la conversación acaba en una noticia leída en Internet sobre, por ejemplo, la influencia en el cambio climático de las «estelas químicas» de los aviones (chemtrails) o las ventajas de la medicina alternativa? ¿Quién no ha seguido en televisión algún debate entre actores o cantantes famosos que, sin tener la menor noción de estadística ni de economía, se transforman de repente en analistas económicos y políticos que nos revelan hasta qué punto el señoreaje bancario y el Nuevo Orden Mundial están alterando la sociedad?
¿Qué ha cambiado en nuestro mundo informativo y en la manera de construir nuestra opinión? ¿Qué función desempeñan las redes sociales como Facebook, Twitter o YouTube en la difusión y la popularidad de las teorías conspirativas?
La ciencia se está ocupando de ello. En los últimos años, se han desarrollado varias técnicas que, gracias al análisis de un ingente volumen de datos procedentes de las redes sociales, han permitido estudiar su dinámica con un alto grado de resolución. La difusión de contenidos falaces no constituye un problema menor. En 2013, el Foro Económico Mundial, una organización independiente que analiza los problemas más apremiantes a los que se enfrenta nuestro mundo, señalaba en un informe sobre riesgos globales que una de las cuestiones más interesantes y, al mismo tiempo, más peligrosas para la sociedad era, a la par que el terrorismo, la gran rapidez con que se difunden en Internet las informaciones infundadas o falsas.
Internet ha modificado la manera en que las personas interaccionamos y encontramos amigos, foros y comunidades de interés. También ha cambiado el modo en que filtramos la información y formamos nuestras opiniones. Este panorama, sumado a una exposición a la información guiada por el sesgo de confirmación, así como a un considerable analfabetismo funcional (la incapacidad de comprender eficazmente un texto básico, que, según datos de la OCDE, en Europa afecta a uno de cada cinco individuos de entre 15 y 65 años), puede dar origen a verdaderos fenómenos masivos en torno a informaciones falsas. La radiografía de tales dinámicas sociales pone de manifiesto tanto lo alarmante de la situación como la poca adecuación de las soluciones ensayadas hasta ahora, incluidas las técnicas algorítmicas diseñadas para frenar la generación, la difusión y el refuerzo de narrativas amañadas.
En 2009, el investigador de Harvard David Lazer y sus colaboradores publicaron en Science un artículo, «Ciencia social computacional», que acabaría sentando las bases de un nuevo campo de investigación.
http://www.investigacionyciencia.es/revistas/investigacion-y-ciencia/numero/481/la-era-de-la-des-informacin-14587?utm_source=Facebook&utm_medium=Social&utm_campaign=fb

En síntesis

Las redes sociales ofrecen una extraordinaria libertad informativa. Sin embargo, también alimentan la difusión descontrolada de contenidos conspirativos y pseudocientíficos. El problema ha sido calificado por el Foro Económico Mundial como una de las mayores amenazas para la sociedad.
El gran volumen de datos disponibles ha posibilitado un análisis preciso del fenómeno. Los estudios demuestran que los contenidos se seleccionan por sesgo de confirmación, lo que deriva en la creación de comunidades homogéneas que tienden a retroalimentarse y a ignorar al resto.
Intentar desmontar las teorías conspirativas solo refuerza las opiniones de sus partidarios. Ello dificulta la difusión de información veraz y hace que resulte casi imposible frenar la expansión de contenidos falaces.

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