“El debate de ideas propiciado por el envite secesionista en Cataluña ha sido tan frondoso que se aprecian signos claros de saturación. Es probable que no queden analistas o escribientes, de cualquier condición, que no se hayan pronunciado sobre la cuestión. Destaca, sin embargo, la ausencia casi total de voces de la academia científica. En dos ocasiones (3-11-2014; 23-1-2013) publicamos artículos de Adolf Tobeña que habían sido rechazados en “El País”, un rotativo que ha venido deplorando el “silencio culpable” de buena parte de la intelectualidad catalana. Contribuimos, por tanto, con este nuevo artículo de nuevo rechazado, a no ahondar ese “silencio” al tiempo que damos voz, como corresponde en TC, a opiniones que tiendan engarces entre ciencia y sociedad”.
“En las jornadas inmediatamente posteriores al fallido plebiscito por la independencia con motivo de las elecciones al Parlamento catalán del 27 de Setiembre de 2015, se produjo un fenómeno curioso. Los resultados habían mostrado, con claridad, una sociedad partida en dos mitades similares en calibre: los partidarios irrevocables de la secesión y los contrarios a desgajarse de España. Un empate taxativo que no tenía por qué extrañar ya que eso era lo que venían anunciando todos los datos fiables, en sondeos reiterados y en las convocatorias pseudo-referendarias o electorales previas. Esa escisión dicotómica del cuerpo social es, por otra parte, lo que cabe esperar cuando se agudiza el bombardeo de la presión propagandística en favor de una u otra de las posiciones confrontadas en tales envites. Y eso es, precisamente, lo que se hizo durante aquella campaña con una potencia de fuego persuasor apabullante. Para muestra, la concurrencia histórica a las urnas autonómicas que habían estado, casi siempre, bastante desatendidas. La división de la opinión y los deseos de la ciudadanía, en un asunto de gran trascendencia, estaba servida y bien delimitada.
Pues bien, en esas circunstancias que el común de las gentes tiende a digerir con discreción mientras se dedica a sus afanes, confiando en que el temporal en ciernes se desdibuje o se diluya, la opinión “secesionista” se lanzó en tromba y desde todas las tribunas a negar esa fractura. A intentar ocultar la división que los datos exhibían de manera perentoria y ominosa. A enmascarar, disimular o sellar, por cualquier medio, las grietas que la contienda plebiscitaria (y el movimiento secesionista que había conducida a ella) habían dejado. El torrente de sofismas, tergiversaciones y manipulaciones empleados para intentar tamponar la sima que los resultados mostraban y que todo el mundo que vive o transita por el Principado conoce, fue apoteósico.
Había, al parecer, una necesidad urgentísima de cauterizar el roto aunque no para recomponer destrozos o restañar heridas sino para disimular su existencia. Para intentar convencer (y convencerse, sobretodo) que no había dolencias ni secuelas reseñables. Que todo era armonía democrática y buen rollo esperanzado en el sempiterno, envidiable y “plural” (ese es el mantra preferido) paraíso catalán.
Se entiende bien, no obstante, esa abrupta aprensión no ante la sospecha, como hasta ahora, sino ante la evidente y lacerante constatación de la división social. El mero hecho de su existencia socava los cimientos de la acción de gobierno de quienes han estado al frente de la Generalitat durante treinta y cinco años, que no es poco tiempo. Las medidas educativas, sanitarias, de asistencia social, de promoción del desarrollo y de distribución sectorial o territorial de inversiones y recursos, ejercidas con plenas o amplísimas competencias, no han servido para conseguir el objetivo siempre perseguido y machaconamente pregonado: lograr una sociedad cohesionada. Un cuerpo social bien soldado. Un pueblo fusionado, con conciencia de pertenencia e ilusiones de futuro en común.
Parece ser que no se ha alcanzado esa meta. Todo apunta a que hay dos pueblos distintos, al menos. Porque ahora sabemos, sin que quepa duda alguna, que casi la mitad de los ciudadanos quiere largarse con urgencia del marco hispánico donde viven, mientras que la otra mitad quiere permanecer en él y seguir disfrutando de sus virtudes (y sus defectos). Y resulta, además, que la línea de fractura recorre la mismísima frontera que se había pretendido soldar a base de acciones asimiladoras a lo largo de más de un tercio de siglo: los que se quieren largar pertenecen, en su mayoría, a segmentos de población autóctona, mientras que los que quieren permanecer en España pertenecen a estratos de población mayoritariamente sobrevenida. Dicho de otro modo y acentuando el esbozo de trazo grueso: que en un lado predominan los nativos y asimilados (entreverados por cruces múltiples), mientras que en el otro dominan los charnegos más o menos antiguos y los remozados (aunque provengan, asimismo, de orígenes y mezclas variopintas).
Los resultados electorales mostraron, con nitidez, que la resistencia ante la presión uniformizadora del secesionismo se fraguó, sobre todo, en el extra-radio de la Cataluña urbana. En las ciudades periféricas y los barrios suburbiales de la gran área metropolitana barcelonesa y de la tarraconense. En el Barcelonés, Baix Llobregat, Vallés, Garraf y Camp de Tarragona es donde se concentra el grueso de la ciudadanía catalana con tozuda vocación hispana. La que se muestra indiferente ante los sueños húmedos propiciados por espléndidas sirenas de perfil escandinavo o andorrano. Gente que para auspiciar y preservar aquella vocación ibérica fueron capaces de entregar centenares de miles de sufragios a formaciones liberales y centristas no necesariamente favorables a sus intereses económicos, pero que fueron percibidas como adalides de la continuidad del sello hispano en la Europa Unida.
En los gráficos coloristas que publicaron los medios los días posteriores a la jornada electoral se apreciaba la aparición de vistosos islotes naranja y algunos rojos que delimitaban los términos municipales díscolos, en esos extrarradios y ciudades metropolitanas, en medio de un extenso fondo monocolor secesionista. Islotes donde se habían impuesto, con rotundidad, las formaciones políticas contrarias a la secesión. Esos gráficos prefiguraban, en cierto modo, los complejos, torturados y cambiantes mapas con fronteras disputadas y múltiples, en lugares donde se ha acabado enquistando un conflicto civil a lo largo de generaciones. Era plausible vislumbrar una especie de Ciscatalonia, con capital en L’Hospitalet de Llobregat, remedando a Ramala, la capital palestina, junto a la gran Jerusalén/Barcelona.
Sospecho que ese es el motivo de fondo para la avalancha enmascaradora y falsamente selladora de las grietas afectivas y de opinión que se han incrustado en la ciudadanía. En esa Ciscatalonia vive la mitad de la población del Principado y pueden llegar a exigir su independencia si el conflicto se agrava y se envenena. Y quizás incluso reclamar y tomar la joya de la corona, Barcelona, porque ahí también son y se saben francamente mayoritarios”.
Adolf Tobeña, Catedrático de Psiquiatria, UAB.
Sant Cugat del Vallès, 7 Octubre 2015.
Sant Cugat del Vallès, 7 Octubre 2015.
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