Las democracias las gestionan las mayorías que salen de las urnas. Cada país tiene sus propias leyes electorales y con frecuencia se otorga a los que consiguen una mayoría simple la facultad de gobernar. Esta acepción se ejercita en Francia en las elecciones municipales, donde gobierna la formación más votada en los ayuntamientos.
El sistema de representación directa en Gran Bretaña es desproporcionado si se tiene en cuenta que hay partidos que pueden conseguir un 20% de los votos y su representación en la Cámara de los Comunes no alcanza ni a un 1%. En Estados Unidos se ha dado el caso de que un presidente ha conseguido menos votos que su adversario.
Las leyes electorales son fruto de intereses atávicos de partidos que no las quieren cambiar para no perder una cierta hegemonía en un territorio o en el conjunto de un país. Esta injusticia forma parte del sistema y a lo máximo que se puede aspirar es cambiar las leyes electorales para que sean más representativas y más democráticas.
Pero hay un principio generalmente aceptado, que una de las grandezas de los sistemas libres, imperfectos y caciquiles es la garantía de respetar y defender los derechos de las minorías.
Los malos gobiernos se pierden por muchas razones. No hay una sola causa que envíe a un partido a la oposición. Pero una de las constantes en la historia es la de castigar a aquellos gobiernos o partidos que han pensado que se podía hacer cualquier política por el hecho de tener una mayoría absoluta o un soporte social en los medios y en la opinión pública.
Isaiah Berlin ha sido un referente para quienes se han acercado a sus reflexiones y a sus libros. Como lo fueron Raymond Aron, George Steiner y más recientemente Bauman y Hobsbawm. En nuestro tiempo de emotividades políticas de nivel alto he acudido a Isaiah Berlin, que en sus cuatro ensayos sobre la libertad nos dice que “lo que esta época necesita no es más fe, una dirección más severa o una organización más científica, sino, por el contrario, menos ardor mesiánico, más escepticismo culto, más tolerancia con las idiosincrasias, más espacio para que los individuos y las minorías cuyos gustos y creencias encuentran poca respuesta entre la mayoría logren sus fines personales”.
Las elecciones catalanas han ofrecido un escenario de difícil administración política. Lo más difícil es respetar a los que piensan distintamente dentro de las mismas fuerzas independentistas y en el resto de los partidos políticos. Las negociaciones entre Junts pel Sí y la CUP tienen un largo recorrido hasta llegar a la investidura. Pero el resto de fuerzas políticas no pueden ser arrinconadas en las instituciones como el Parlament. Queda mucha siniestralidad en el camino del proceso. Habrá bajas políticas en todos los bandos. Tengo la esperanza de que el mapa será gobernable en la próxima primavera.
http://www.foixblog.com/2015/10/22/politica-con-mapas-complejos/