«Esta entrevista será la penúltima», advierte. «Estoy harto de escucharme». Habla Emilio Lledó, profesor antes que nada, maestro peripatético que a medida que avanza en sus respuestas encuentra símiles e imágenes nuevas. «No me he preparado nada», dice el alumno aplicado que un día fue en Madrid y en Heidelberg. También es Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades y Premio Nacional de las Letras, entre otros reconocimientos que adornan el currículum de este académico de la lengua. En noviembre cumplirá 89 años y todo lo dicho es nada a tenor del diálogo constante con sus amigos filósofos, los del V a. C. o los del XIX. En sus escritos denuncia las «plagas sociales» del momento, ratifica su preocupación por lo que es más propio del hombre –el pensamiento, el lenguaje y la libertad– y anima a cultivar la curiosidad de los más pequeños, «a no secarla con el asignaturismo lamentable». ‘Fidelidad a Grecia’ es su segundo libro en el sello vallisoletano Cuatro Ediciones. Celebra estar en ese catálogo en compañía de autores queridos para él como Hofmannsthal, Proust o Svevo.
–Hace una encendida defensa de Epicuro. En filosofía ¿cabe la evolución, como en política, pasa uno de ser aristotélico a epicureísta?
–No creo. No sé si se llega a ser kantiano, aristotélico o epicureísta. Si acabamos cambiando para mejor, estupendo, pero creo que mantenemos unos hilos que son idénticos a lo largo de nuestra vida. Aunque varíe la música, el pentagrama es el mismo y, a veces, puede estar cuajado de unas cuantas ideas, opiniones y lo que lleva dentro, las notas, acaban aplastadas por el pentagrama. Por eso insisto ahora en algo de lo que hablé siempre, en la educación, que nos tiene que dar fluidez para que ese pentagrama, esa lucidez de pensamiento, esa libertad de la mente que tanto me preocupa, se mantenga. Epicuro fue un filósofo, como se sabe, maltratado, solo quedan de él las tres cartas que recogió Laercio. Ese pensamiento del ‘más acá’, del cuerpo, de la vida, del gozo, de la alegría, no tiene que ver con la idea del epicureísmo identificado con el que le gusta pasarlo bien, eso es una estupidez y una falsificación. Hay un pasaje de Epicuro que dice: «me conformo con un poco de pan y queso». En lo que fue radical era en la defensa del cuerpo, del aquí, de la alegría y eso molestaba a quienes proyectan una vida en un más allá. Es el ejemplo de lo que puede dejar uno en un más acá, porque no hay más allá posible. Personalmente siempre me han interesado las mismas cosas; lo que me estimulaba a seguir pensando no para quedarme en algo sino vivir una cierta evolución. Que lo logre o no, es distinto. La vida es estar sumergidos en el río del tiempo, que decía Heráclito, no podemos bañarnos dos veces en él pero el cauce es el mismo.
–Habla de la racionalidad y de la cultura no como metas alcanzables, sino como procesos.
–Todo, y la política no digamos, tiene que tener unos ideales de racionalidad, de razón. Aveces la racionalidad puede parecer pragmatismo cuando se intenta aprovechar. La verdad es estar en camino, no existe una racionalidad determinada ni dogmática, solo la de la libertad. La antirracionalidad también puede ser el no aceptar una férrea razón que te diga qué es la vida, qué hacer, sobre todo si esa razón está cargada de racionalidad falsa, de ideología de la pragmática, de los intereses.La racionalidad a la que me refiero es un deseo de entender, de querer entender y eso en el fondo es el principio esencial de la racionalidad, una mezcla de interpretar el lenguaje y hacerlo con libertad.
–Interpretar conlleva tiempo y silencio, algo que parece imposible con el frenético ritmo del lenguaje actual.
–Si vivimos solo en el mundo digital, de mensajes cortos y precisos, se nos acaba el pensamiento. Venía en el autobús y la gente iba mirando el móvil, recibiendo fogonazos. Respeto ese mundo electrónico que me parece utilísimo, pero el pensamiento es lentitud, la lectura también. Leer unas líneas y levantar los ojos con la esperanza de lo que sigue no es otro fogonazo sino continuidad, un fluir, una racionalidad de que en lo que estás es distinto de en lo que estabas y de lo que va a venir. Hay una definición aristotélica del tiempo que siempre me gustó; «la medida del movimiento según el antes y el después» y muchas veces estos fogonazos digitales no tienen un antes y un después, son ‘shocks’ instantáneos. Quizá este fenómeno merece otro análisis más serio. Estoy trabajando en él. Por un lado el pensamiento y la lentitud, la delicia de la lectura, ese reposo y estímulo que es el libro, y cómo es fogueado de esa manera extraña, dirigida a informar. Por eso es tan importante el antes, la defensa de la memoria, es ridículo un país que se olvida de sí mismo por razones interesadas, ideológicas que no quieren que se sepa lo que pasó.
El bien de los otros
–¿Esos medios digitales son solo un soporte más o interfieren en la forma de interpretar la realidad?
–Quisiera entenderlos como una forma de mirar el mundo que puede no sernos útil. Hay que estar informado, pero el pensamiento sigue siendo el mismo, el pensamiento de la vida social es educación en libertad. Soy un defensor decidido de la enseñanza pública, no se puede bañar en cualquier mensaje ideológico. Creo también que la política tiene que estar en manos de personas decentes que crean en el bien de los otros, no en el bien común, una expresión manoseada. En toda la tradición de la filosofía política griega no existe proyecto humano que pueda llevarse a cabo con la corrupción de los interesados, esa corrupción es una de las cosas más tristes. Los políticos corruptos tienen podrida la mente y acaban corrompiendo a la sociedad, deteriorándola, eso dicen los griegos. La sociedad se hunde en manos del hundidor, aunque los primeros hundidos son ellos. Por eso me llama atención, qué clase de degeneración mental hay en aquellos súbditos que votan a los corruptos, qué argumento podría defender votar en corrupción. Una sociedad así, agoniza. Eso es lo que estoy intentando entender y trabajar sobre ello en serio ahora.
–Su libro prescribe ‘fidelidad a la Grecia clásica’ ¿queda algo de aquella en la de hoy?
–He estudiado la Grecia clásica. Cuando ves el Partenón y su maravillosa belleza, eso tiene que estar latiendo de alguna forma. Los griegos son los inventores de la democracia, de ideales como la política, la belleza, la justicia. Todo eso nació en ese genial país y sigue vivo. A veces pienso en qué quedará de lo que escribe uno y luego pienso en que soy capaz de dialogar con autores que escribieron hace 24 siglos como Esquilo, Sófocles, Platón,Epicuro, y después con Descartes, Kant, Nietszche, Hegel, todos ellos siguen vivos, me pueden hablar. Me siento hablado, interpelado por ellos y eso es muy estimulante. ¿Se da cuenta de lo que significa estar 24 siglos en cartel? Poder decir ‘Señor Epicuro’, ‘Señor Cervantes’, leo y releo su libro, tengo siete ‘quijotes’ al menos, machacados, subrayados y cada vez que vuelvo, hallo nuevas cosas.
–¿Qué futuro augura a Grecia?
–Confío en que salga adelante, hay muchas informaciones manipuladas. No interesa que una democracia verdadera y libre funcione, una democracia social donde se luche por la igualdad. Ya hemos vivido eso con las bombas de destrucción masiva, que luego no existían. Esa manipulación informativa la extiendo a las ‘bombas inteligentes’, esas que podían matar a los ‘malos’.
–Participó en el consejo para reformar los medios públicos. Sostiene que «son los educadores del mundo» y es muy crítico con su trabajo ¿cómo los ve ahora?
–He estado unos días fuera de Madrid y en el hotel tenía un enorme televisor. Por curiosidad, me he querido bañar en televisión, por aprender y me que quedado horrorizado de la cantidad de violencia que alberga. Resistí un par de horas y la mayoría de lo que ofrecía la pantalla era violencia repugnante para quien tenga una sensibilidad normal. Otro ‘leitmotiv’ en la prensa es el de los refugiados. Ese tema, insistente y terrible, es espantoso. Nos proporcionan imágenes que nos recrean, nos despiertan el sentimiento solidario pero nadie explica por qué ese problema, esa violencia, por qué la guerra en Siria o Irak. Nadie nos da razones, hay guerras que no nos explican. Se trata la guerra como un hecho, como quien habla de un huracán. Me llama la atención la cantidad de fotos publicadas de personas con armas sofisticadas en las manos, como si se tratara de anuncios publicitarios. Me ha parecido terrible, a propósito de los medios, esta insistencia en la tristeza que produce lo de los refugiados sin que nadie se pregunte por qué huyen, sin que se analicen y ataquen los problemas. Nos cultivan el sentimentalismo –el niño en la playa es una tragedia individual– pero no nos dicen por qué y cómo intentar evitarlo. Tengo que pensar en esto. Sí es cuestión de los educadores, la gente mira más la televisión o los móviles que a cualquier otra cosa.
–En pocas palabras, ¿qué le diría al futuro ministro de Educación para que no borre la filosofía de los planes de estudio?
–Es una disciplina, un saber esencial. Alguien de mi familia, una niña de once años que estudia fuera de España, tiene clase de filosofía práctica. Eso es aprender a pensar, sobre todo a percibir que hay una tradición enorme escrita que no se puede ni se debe olvidar. Es la manifestación de ese interés del ser humano por entender el mundo y el lenguaje en el que se expresa, síntesis de lo que ha querido desear para la sociedad. Eso es estimulante para libertad de pensamiento, los inquisidores odian cualquier disciplina que esté fuera del pragmático asignaturismo. Lo importante es lo que se comunica, los medios son interesantes, la libertad de prensa está bien, qué menos, pero lo importante es lo que se expresa. Suprimir la filosofía me parece un crimen, una aberración política y una manipulación ideológica de la peor especie.
–¿Les propondrá a sus colegas de la RAE que consideren vocablos de su cuña como ‘aterrorismar’ o la jerga ‘especulatorreica’?
–Creo que es un concepto actual. Igual que existe atemorizar, debiera existir ‘aterrorismar’. Hay una proliferación de información sobre terrorismo. Efectivamente los actos son reales, pero hay una coacción mental en ese insistir en el terrorismo. Alguna vez he mirado en Internet ‘aterrorismar’ y el ordenador me contesta «querrá usted decir atemorizar». No sé si la RAE lo aceptará, algún día lo propondré, no es un verbo tan disparatado.
–¿Qué porvenir ve al mundo del libro?
–Voy a los grandes almacenes y veo montañas de libros, recientes, curiosos, y me sorprende. El día que el libro, –soy defensor de lectura y objeto libro–, sea digital, la lectura será otra cosa. Para mí la lectura es la salvación de la palabra, el poder tocar el objeto, el pasar la página y el tiempo necesario, es tocar, es epicureísmo. La lectura está en lo real, no en los fogonazos.El día que desaparezca el objeto libro, el pensamiento desaparece me temo. Un libro es una pregunta abierta que tú debes contestar con tu lenguaje matriz, el que has construido tú.
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