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La sociedad de coste marginal cero. J.Rifkin

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La sociedad de coste marginal cero

El Internet de las cosas, el procomún colaborativo y el eclipse del capitalismo
  (El gran cambio de paradigma: del capitalismo de mercado al procomún colaborativo, El auge del prosumidor y la creación de la economía inteligente,pag 171, De la propiedad al derecho de acceso pag 279, .  Microfinanciar el capital social, democratizar la moneda,humanizar la iniciativa empresarial y replantear el trabajo .pag 317 )

En la escena mundial está apareciendo un sistema económico nuevo: el procomún colaborativo. Es el primer paradigma económico que ha arraigado desde la llegada del capitalismo y el socialismo a principios del siglo xix. El procomún colaborativo está transformando nuestra manera de organizar la vida económica y ofrece la posibilidad de reducir las diferencias en ingresos, de democratizar la economía mundial y de crear una sociedad más sostenible desde el punto de vista ecológico. Ya estamos presenciando la aparición de una economía híbrida, en parte mercado capitalista y en parte procomún colaborativo; dos sistemas económicos que suelen actuar conjuntamente y que, a veces, compiten entre sí. Se benefician de las sinergias que surgen a lo largo de sus perímetros respectivos y, al mismo tiempo, se añaden valor mutuamente. En otras ocasiones se oponen con fuerza y cada uno intenta absorber o sustituir al otro. La pugna entre estos dos paradigmas económicos rivales será prolongada y muy reñida. Pero incluso en esta etapa tan temprana, está quedando cada vez más claro que el sistema capitalista, que ha ofrecido una narración convincente de la naturaleza humana y un marco organizativo general para la vida cotidiana comercial, social y política de la sociedad durante más de diez generaciones, ya ha alcanzado su apogeo y ha iniciado su lento declive. Sospecho que el capitalismo seguirá formando parte del panorama social, pero dudo que siga siendo el paradigma económico dominante en la segunda mitad del siglo xxi. Aunque los indicadores de la gran transición a un sistema económico nuevo aún son endebles y en gran medida anecdóticos, el procomún colaborativo está en alza y es probable que hacia 2050 se establezca como el árbitro principal de la vida económica en la mayor parte del mundo. El capitalismo habrá dejado de reinar, pero seguirá prosperando una forma de capitalismo más racionalizado y práctico que hallará suficientes vulnerabilidades que explotar, sobre todo como agregador de servicios y soluciones en red, lo cual le permitirá desempeñar un papel importante en lanueva era económica. Estamos entrando en un mundo que, en parte, se encuentra más allá de los mercados, un mundo en el que aprendemos a convivir en un procomún colaborativo mundial cada vez más interdependiente. Comprendo que esto sea inconcebible para la mayoría de la gente porque estamos condicionados para creer que el capitalismo es tan indispensable para nuestro bienestar como el aire que respiramos. Sin embargo, a pesar de los intentos de filósofos y economistas que durante siglos han afirmado que sus supuestos operativos reflejan las leyes que rigen la naturaleza, los paradigmas económicos no son fenómenos naturales, sino simples constructos humanos. Como paradigma económico, el capitalismo ha tenido mucho éxito. Aunque su trayectoria ha sido relativamente breve en comparación con otros paradigmas económicos de la historia, es de justicia reconocer que su impacto tanto positivo como negativo en la aventura humana quizá haya sido más profundo y más amplio que el de ninguna otra era económica, con la excepción de la transición de la caza-recolección a la agricultura. Lo irónico es que el declive del capitalismo no se debe a ninguna fuerza hostil. Frente al edificio capitalista no se agolpan hordas dispuestas a echar sus puertas abajo. Todo lo contrario. Lo que está socavando el sistema capitalista es el éxito enorme de los supuestos operativos que lo rigen. En el núcleo del capitalismo, en el mecanismo que lo impulsa, anida una contradicción que lo ha elevado hasta lo más alto y que ahora lo aboca a su fin. El eclipse del capitalismo La razón de ser del capitalismo es llevar cada aspecto de la vida humana al ámbito económico para transformarlo en una mercancía que se intercambie en el mercado como una propiedad. Pocos aspectos de la vida humana se han librado de esta transformación. Los alimentos que comemos, el agua que bebemos, los artefactos que creamos y usamos, las relaciones sociales en las que participamos, las ideas que alumbramos, el tiempo que gastamos e incluso el ADN que determina gran parte de quienes somos han acabado en manos del capitalismo, que los ha reorganizado y les ha puesto precio para introducirlos en el mercado. A lo largo de casi toda la historia, los mercados han sido lugares de encuentro ocasional para el intercambio de bienes. Hoy, prácticamente todos los aspectos denuestra vida diaria están relacionados de algún modo con intercambios comerciales. El mercado nos define. Y aquí reside la contradicción. Es precisamente esta lógica operativa del capitalismo la que hará que muera de éxito, como explicaré a continuación.

En su gran obra La riqueza de las naciones, Adam Smith, el padre del capitalismo moderno, sostiene que el mercado actúa de manera muy parecida a como actúan las leyes que rigen la gravedad descubiertas por Newton. Al igual que en la naturaleza, donde para cada acción hay una reacción contraria equivalente, la oferta y la demanda se equilibran mutuamente en un mercado autorregulado. Si la demanda de bienes y servicios por parte del consumidor aumenta, los vendedores aumentarán los precios como consecuencia de ello. Y si los precios de venta aumentan demasiado, la demanda caerá y obligará a los vendedores a reducirlos. El filósofo de la Ilustración francesa Jean-Baptiste Say, otro de los primeros artífices de la teoría económica clásica, añadió otro supuesto basado también en una metáfora de la física newtoniana. Según Say, la actividad económica se autoperpetúa y, como en la primera ley de la gravedad de Newton, cuando las fuerzas económicas se ponen en movimiento siguen moviéndose a menos que se les oponga una fuerza exterior. Según él, «un producto terminado ofrece, desde ese preciso instante, un mercado a otros productos por todo el monto de su valor [...]; la creación de un producto abre de inmediato un mercado a otros productos».1 Una generación posterior de economistas neoclásicos refinó esta ley de Say afirmando que las nuevas tecnologías aumentan la productividad permitiendo que el fabricante produzca más bienes a un coste menor por unidad. Luego, el aumento de la oferta de productos más baratos crea su propia demanda y, con ello, obliga a los competidores a inventar tecnologías para aumentar la productividad y vender sus productos a un precio aún más bajo para recuperar sus clientes, obtener clientes nuevos, o las dos cosas. Todo el proceso actúa como una máquina de movimiento perpetuo. Unos precios más baratos resultantes de una tecnología nueva y de un aumento de la productividad hacen que los consumidores dispongan de más dinero sobrante que pueden gastar en otras cosas, lo que da lugar a un nuevo ciclo de competencia entre fabricantes. Pero es necesario hacer una salvedad. Estos principios operativos presuponen un mercado competitivo. Si uno o unos pocos fabricantes crecen más que la competencia y acaban con ella estableciendo un monopolio u oligopolio en el mercado —sobre todo si sus productos son esenciales— podrán mantener unos precios elevados sabiendo que los compradores tendrán pocas alternativas. En esta situación, el monopolista estará poco obligado o inclinado a introducir nuevas tecnologías que ahorren trabajo para aumentar la productividad, reducir los precios y mantener la competitividad. 

Esto ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia, aunque solo sea durante breves períodos de tiempo.

 Sin embargo, a la larga, siempre aparecen actores nuevos que rompen el monopolio introduciendo avances tecnológicos que aumentan la productividad y reducen los precios de unos bienes y servicios similares o alternativos.

Dicho esto, supongamos que llevamos a su conclusión lógica los supuestos de la teoría económica capitalista. Imaginemos un escenario donde la lógica operativa del sistema capitalista supera las expectativas más optimistas y el proceso competitivo conduce a una «productividad extrema» y a lo que los economistas llaman un «bienestar general óptimo»; esto es, un estado final en el que una competencia intensa obliga a la introducción de una tecnología cada vez más sofisticada que fomenta la productividad hasta un nivel óptimo en que el coste marginal de cada unidad adicional puesta a la venta «se aproxima a cero». En otras palabras, el coste de producir cada unidad adicional —si no se tienen en cuenta los costes fijos— es prácticamente nulo y el producto acaba siendo virtualmente gratuito. De suceder esto, el beneficio, el «alma» del capitalismo, se acabaría evaporando. En una economía de intercambio en el mercado, los beneficios proceden de los márgenes. Por ejemplo, yo mismo, como escritor, vendo el producto de mi trabajo intelectual a una editorial a cambio de un anticipo y de futuros derechos sobre mi libro. Luego, antes de llegar al comprador final, el libro pasa por varias personas como un corrector externo, un linotipista y un impresor, además de un mayorista, un distribuidor y un minorista. Cada parte que interviene en este proceso aumenta los costes de transacción añadiendo un margen de beneficio que justifique su participación. Pero ¿qué ocurriría si el coste marginal de producir y distribuir un libro cayera en picado hasta aproximarse a cero? La respuesta es muy fácil porque ya está sucediendo. Cada vez hay más autores que escriben libros y los venden en Internet a un precio muy bajo —o incluso gratuitamente— prescindiendo de editoriales, correctores, impresores, mayoristas, distribuidores y minoristas. El coste de vender y distribuir cada copia esprácticamente nulo. Los únicos costes son el tiempo dedicado a crear el producto y los relacionados con el ordenador y la conexión a Internet. Un libro electrónico se puede producir y distribuir con un coste marginal casi nulo. Este fenómeno del coste marginal casi nulo ya ha hecho estragos en sectores como la edición, la comunicación y el entretenimiento, porque miles de millones de personas tienen acceso a más y más información de una manera casi gratuita. Hoy, más de una tercera parte de la especie humana genera su propia información mediante teléfonos móviles y ordenadores relativamente baratos y la comparten en forma de vídeo, audio o texto con un coste marginal casi nulo en un mundo conectado en red y caracterizado por la colaboración. Además, la revolución del coste marginal casi nulo empieza a afectar a otros sectores comerciales debido a las energías renovables, la fabricación por impresión 3D y la enseñanza superior por Internet. En todo el mundo ya hay millones de «prosumidores» —consumidores que a la vez son productores— que generan su propia electricidad verde, y se calcula que cerca de cien mil personas fabrican sus propios productos mediante impresoras 3D, todo ello con un coste marginal casi nulo.2 También hay cerca de seis millones de estudiantes matriculados en cursos abiertos y masivos por Internet (MOOC, por sus siglas en inglés) impartidos por los mejores profesores del mundo; estos cursos otorgan créditos universitarios, son gratuitos y se desarrollan con un coste marginal cercano a cero. En los tres casos, los costes iniciales siguen siendo relativamente elevados, pero estos sectores crecen siguiendo una curva exponencial muy parecida a la que ha seguido la informática, cuyos costes marginales se han ido aproximando a cero en los últimos decenios. Entre los próximos veinte y treinta años, los prosumidores, conectados en inmensas redes continentales y mundiales, producirán y compartirán energía verde y productos y servicios físicos, y aprenderán en aulas virtuales, todo ello con un coste marginal cercano a cero que llevará la economía a una era de bienes y servicios casi gratuitos...

Cambiar el paradigma económico

 El pasaje más interesante de la ponencia de Summers y DeLong sobre las contradicciones y los retos a los que se enfrentan la teoría y la práctica del capitalismo en la era de la información es cuando confiesan no saber cuál será el paradigma que lo acabe sustituyendo. El hecho mismo de que mencionaran la posibilidad de un paradigma nuevo revela las anomalías que ensombrecen la viabilidad a largo plazo del régimen económico existente. Parece que nos hallamos en las primeras etapas de una transformación revolucionaria en los paradigmas económicos. En el ocaso de la era capitalista está surgiendo un modelo económico nuevo y más adecuado para organizar una sociedad en la que cada vez hay más bienes y servicios casi gratuitos.

El paradigma capitalista, aceptado desde hace mucho como el mejor mecanismo para organizar de una manera eficiente la actividad económica, se ve ahora atacado desde dos frentes.

- Por un lado, una iniciativa interdisciplinaria ha unido varios campos antes separados —incluyendo química, biología, ciencias ecológicas, ingeniería, arquitectura, tecnologías de la información y planificación urbanística— y ha puesto en entredicho la teoría económica tradicional (ligada a las metáforas de la física newtoniana) con una nueva economía teórica basada en las leyes de la termodinámica. La teoría capitalista convencional no dice prácticamente nada sobre la relación indisoluble entre la actividad económica y los condicionamientos ecológicos impuestos por las leyes de la energía. En la teoría económica clásica y neoclásica, las dinámicas que rigen la biosfera terrestre no son más que simples externalidades para la actividad económica; es decir, factores ajustables de poca importancia y con pocas consecuencias reales para el funcionamiento del sistema capitalista como un todo. Los economistas convencionales no reconocen que las leyes de la termodinámica rigen toda la actividad económica. Las leyes primera y segunda de la termodinámica establecen que «la energía total en el universo es constante y la entropía total aumenta continuamente».
 La primera ley, la ley de la conservación, establece que la energía no se crea ni se destruye, que la cantidad de energía del universo siempre ha sido la misma desde el principio de los tiempos y lo seguirá siendo hasta el final. Pero aunque la energía permanece constante, se transforma continuamente en una sola dirección, de disponible a no disponible. Aquí es donde entra en juego la segunda ley de la termodinámica según la cual la energía siempre fluye de lo caliente a lo frío, de lo concentrado a lo disperso, del orden al caos. Por ejemplo, si quemamos un trozo de carbón, la suma total de la energía no variará, pero esa energía se dispersará en la atmósfera en forma de dióxido de carbono, dióxido de azufre y otros gases. Aunque la energía no se ha perdido, el hecho de que se haya dispersado le impide producir un trabajo útil. Los físicos denominan entropía a esta energía que ya no se puede utilizar. Toda actividad económica se basa en aprovechar la energía disponible en la naturaleza —en forma sólida, líquida o gaseosa— y convertirla en productos y servicios. En cada paso del proceso de producción, almacenamiento y distribución se utiliza energía para transformar recursos naturales en productos y servicios terminados. En la energía incorporada en cualquier producto o servicio se debe contar la energía utilizada y perdida —la factura entrópica— para «mover» la actividad económica a lo largo de la cadena de valor. Llegado el momento, los bienes que producimos se consumen, se desechan, se reciclan y se devuelven a la naturaleza con otro aumento de la entropía. Los ingenieros y los químicos señalan que, en relación con la actividad económica, nunca se produce un aumento neto de energía: siempre se produce una pérdida de la energía disponible en el proceso de transformar los recursos naturales en valor económico. La gran pregunta es cuándo habrá que pagar la factura. Y la factura entrópica de la era industrial ya ha vencido. La acumulación de emisiones de dióxido de carbono en la atmósfera a causa de la combustión de ingentes cantidades de combustibles fósiles ha dado lugar al cambio climático y a la destrucción sistemática de la biosfera terrestre poniendo en tela de juicio el modelo económico actual. En general, la economía aún debe hacer frente a la realidad de que la actividad económica está condicionada por las leyes de la termodinámica. La manifiesta incomprensión que esta profesión tiene de su propia especialidad es lo que provoca un replanteamiento del paradigma desde disciplinas como las ciencias naturales y sociales. 

Ya he abordado esta cuestión con más detalle en un capítulo de mi libro anterior, La Tercera Revolución Industrial, titulado «La hora de la jubilación para Adam Smith».

-En el otro frente, desde las entrañas mismas de la Segunda Revolución Industrial está surgiendo una plataforma tecnológica nueva y poderosa que acelera el final del capitalismo al acentuar su contradicción esencial. La unión del Internet de las comunicaciones con un Internet de la energía y un Internet de la logística incipientes en una infraestructura inteligente del siglo xxi perfectamente integrada —la llamada Internet de las cosas o IdC— está dando lugar a una Tercera Revolución Industrial. El Internet de las cosas ya está aumentando la productividad hasta el punto de que el coste marginal de producir muchos bienes y servicios es casi nulo, y esos bienes y servicios son prácticamente gratuitos. El resultado es que los beneficios empresariales se están empezando a evaporar, los derechos de propiedad pierden fuerza y la economía basada en la escasez deja paso, lentamente, a una economía de la abundancia.


http://blog.libros.universia.es/wp-content/uploads/sociedad-coste-marginal-cero.pdf

https://docs.google.com/document/d/1rlcNxlNomb_fKh-2JceqOxv14m5jKzB0oJYXELcjsyE/edit#


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