Negacionismo climático: siguiendo el olor del dinero.
19 diciembre, 2013Javi
Ya se han comentado en este blog las similitudes y paralelismos de diversos tipos de negacionismo: negacionismo de la evolución, tanto en su vertiente creacionista dura o en su versión edulcorada del diseño inteligente, el negacionismo del sida, negacionismo de las vacunas o el negacionismo del cambio climático. En todos ellos la historia es más o menos similar: se descubre un nuevo fenómeno; al principio, las cosas no están claras y existe un intenso debate científico sobre sus causas, características (o incluso sobre su propia existencia); pasado el tiempo, la evidencia se acumula y se establece un consenso científico sobre dicho fenómeno; todavía quedan detalles por dilucidar, a veces algunas sorpresas, pero las líneas generales quedan totalmente claras y el debate científico acaba. Sin embargo, desde fuera de la ciencia (aunque a veces con participación de algunos científicos), el debate se mantiene abierto artificialmente. Las evidencias no importan, no se aporta nada nuevo, se empieza a recurrir a la “conspiración” (del stablishment, de los científicos ateos, de los calentólogos, de las farmacéuticas…). Se acabó la ciencia y lo único que queda es la retórica.
Pero en esta entrada vamos a hablar sobre las peculiaridades de uno de estos negacionismos: el negacionismo del cambio climático.
Dos historias paralelas
Permitidme ir contando dos historias que ocurren en dos épocas diferentes. Pueden parecer desconectadas, pero veremos que no se puede llegar a entender una del todo sin entender la otra. Empecemos por la primera, cronológicamente.
Con el descubrimiento de América, multitud de nuevos productos invadieron los mercados del Viejo Mundo: tomates, patatas, cacao… y tabaco. Ya los nativos americanos usaban hojas de tabaco seca para fumar en pipa, especialmente en ceremonias sagradas u ocasiones especiales (la famosa pipa de la paz), y cuando los europeos llegaron a América, rápidamente exportaron la costumbre y extendieron su cultivo a una escala masiva. Aunque hubo algunos que sugirieron que podía ser perjudicial, realmente, hasta bien entrado el siglo XX no se empezaron a obtener evidencias científicas sobre los efectos del tabaco en la salud. En 1912, Isaac Adler es el primero en proporcionar pruebas contundentes que relacionan el tabaco con el cáncer de pulmón. A partir de entonces, la evidencia se empieza a acumular y cada vez está más claro que el tabaco tiene efectos muy serios en la salud de fumadores y no fumadores.
Sin embargo, en esa época la industria tabaquera ya era una industria gigantesca que movía millones de dólares y de cuya producción dependían regiones enteras (y muchos políticos), así que la reacción de los gobiernos fue… digamos tibia. A ello contribuyó que la primera mitad del siglo XX fue extremadamente agitada, con dos guerras mundiales, la Gran Depresión, etc. Y tras la Segunda Guerra Mundial, el desarrollo de la Guerra Fría les dió a las tabacaleras un arma todavía más importante para minimizar la importancia de lo que decían esos tíos raros con bata. El libre mercado y la oposición a cualquier tipo de regulación gubernamental pasó a ser un sinónimo de patriotismo y defensa de la libertad. Esto, unido a que la comunidad científica siempre deja la puerta abierta a que haya cometido un error y su tradicional aversión a realizar afirmaciones categóricas, hizo que la lucha contra el cáncer de pulmón fuera, simplemente, inexistente.
Pero la industria tabaquera ya le empezaba a ver las orejas al lobo, así que empezó a reaccionar. Para quien sea aficionado al cine, recomiendo ver “Gracias por fumar”, una divertida comedia con un trasfondo muy real.
Como iba diciendo, la industria tabaquera empezaba a sentirse incómoda con tanta evidencia y empezó a invertir dinero para pervertir el avance del conocimiento científico, financiando “estudios” para contrarrestar aquellos que le perjudicaban. Incluso llegó a financiar sus propias revistas científicas, comoChronica Nicotiniana o academias científicas como Academia Nicotiniana Internationalis cuando la controversia empezó a extenderse fuera del ámbito científico y empezó a acaparar espacio en revistas como Life o Time. Cuando las acciones de las compañías tabaqueras, éstas empezaron a organizarse a gran escala para compensar la mala publicidad.
La estrategia usada para contrarrestar la evidencia científica sonará familiar a muchos, no sólo en el ámbito del tabaco. Los estudios, columnistas y propagandistas financiados por la industria solían apelar a la necesidad de realizar más investigación para dilucidar la supuesta controversia. La campaña fue un éxito, y después de la amenazante caída de consumo producida en los 50, el consumo de tabaco se volvió a disparar hasta bien entrados los 80. Durante todo ese tiempo, la relación de causalidad entre tabaco y cáncer estaba más que clara en el ámbito científico y médico, pero la percepción del público es que había “controversia”, que las cosas no estaban claras. ¿Suena familiar?
Bueno, pues durante todo este proceso, evidentemente se crearon estructuras muy poderosas y que daban de comer a mucha gente (caviar y otras delicatessen, no penséis que estaban a pan y agua). Y eso incluye a muchos científicos pasados al lado oscuro. Pero claro, poco a poco, aunque todavía siguen funcionando para negar cosas como el peligro del humo de segunda mano, cualquier científico que niegue la relación entre tabaco y cáncer está inmediatamente condenado no sólo al ostracismo académico sino al mayor de los ridículos posibles. ¿Y qué haces cuando has dedicado toda tu carrera a pervertir el método científico y te has acostumbrado a la vida que te proporciona la “consultoría” a una industria con cantidades casi ilimitadas de dinero para invertir? Pues buscar otra industria con cantidades casi ilimitadas de dinero para invertir en negar la evidencia que relaciona sus actividades con efectos nocivos. ¿A alguien se le ocurre alguna?
Mamá tabaco, papá petróleo
Y es que el salto es fácil ya que, a medida que la defensa del tabaco iba siendo cada vez más difícil, iba acumulándose evidencia en contra de otra industria (bueno, en realidad industrias).
Aunque el primero en sugerir que las emisiones de CO2 debido a la actividad humana podría alterar el clima fue Svante Arrhenius a finales del siglo XIX, no fue hasta los años 70 que empezó a acumularse evidencia de que la temperatura media global estaba aumentando debido a la actividad humana. En contra del mito negacionista, no es cierto que los modelos climáticos hayan pasado de predecir una nueva edad de hielo al calentamiento global. Entre 1965 y 1979, sólo siete artículos predecían un enfriamiento global, frente a 44 que predecían un calentamiento. Ya entonces los primeros modelos predecían una sensibilidad climática (el aumento de temperatura cuando se dobla la concentración de CO2) de entre 2 y 3.5 grados.
A finales de los 80 y principios de los 90, la evidencia ya era tan abrumadora que lo único que quedaba, científicamente, por hacer era cuantificar de forma más precisa los efectos del cambio climático y ahondar en los mecanismos concretos que entraban en acción. Es en 1990 cuando el problema traspasa la barrera del ámbito científico y se empiezan a plantear mecanismos para paliar el calentamiento global, con la creación del IPCC o la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de Río de Janeiro.
A finales de los 80 y principios de los 90, la evidencia ya era tan abrumadora que lo único que quedaba, científicamente, por hacer era cuantificar de forma más precisa los efectos del cambio climático y ahondar en los mecanismos concretos que entraban en acción. Es en 1990 cuando el problema traspasa la barrera del ámbito científico y se empiezan a plantear mecanismos para paliar el calentamiento global, con la creación del IPCC o la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de Río de Janeiro.
Y claro, cuando algunos vieron que algunas propuestas les tocaban el bolsillo, no les hizo ninguna gracia. Y con tanto personal disponible experimentado en tergiversar y desvirtuar debates científico-sociales era fácil saber como reaccionar. La estrategia estuvo clara desde el principio y, en realidad es muy sencilla. Sólo tenían que copiar la seguida por las tabaqueras unos años antes:
- Financiación de estudios aparentemente científicos que concluyeran que no se puede llegar a ninguna conclusión.
- Promoción y publicidad de los estudios del punto 1 para dar la sensación al público de que el calentamiento global es un tema discutido en el ámbito científico.
- Asociarse a una corriente política. Dado que entre las medidas para combatir el cambio climático se encuentran las propuestas de aumentar la regulación y los impuestos de las industrias contaminantes, la elección es clara: la derecha conservadora y defensora de la desregulación.
- Creación fraudulenta de asociaciones “independientes” y de base, que oculten al público que detrás del debate se encuentran realmente las compañías petroléras, energéticas e industrias contaminantes.
- Uso masivo del lobbying y financiación de políticos con ideas afines.
Hay, sin embargo una diferencia fundamental con las campañas desinformativas llevadas a cabo por las compañías tabaqueras: internet. El debate social sobre el cambio climático coincidió con la expansión y generalización del uso de internet. Y los negacionistas climáticos han tomado buena nota de ello y tienen una gran presencia en este medio, dedicando grandes sumas a tener una presencia prominente en él a través de bloggers “independientes”, comentaristas y campañas de publicidad.
Sin duda alguna, una de las organizaciones más importantes del movimiento negacionista es el Heartland Institute. Fundada en 1984 por David H. Padden (fundador varias otras organizaciones por el estilo), el Heartland Institute se ha distinguido largamente por su oposición a diversas leyes antitabaco financiado por diversas compañías tabaqueras (principalmente Philips Morris) y financiando, a su vez, a diversos grupos e individuos para oponerse a ellas. Su incursión en el mundo del negacionismo climático ha sido suave y natural, añadiendo a su lista de contribuyentes a ExxonMobil que ha contribuido con cientos de miles de dólares o el American Petroleum Institute. A partir de 2006 se niega a facilitar la lista de sus donantes.
Otro importante think tank negacionista es el Instituto Cato, fundado en 1977 por David H. Padden (sí, el del Heartland Institute) y Charles Koch, copropietario, con su hermano de las Industrias Koch, una de las mayores corporaciones privadas de los Estados Unidos, con fuertes intereses en carbón, petróleo, industrias químicas, refinado, etc. Koch es también muy conocido por ser uno de los principales financiadores del Tea Party (¿os acordáis del punto 3?). Aparte de negar el cambio climático, defiende la limitación del tamaño del gobierno, privatización de la Seguridad Social y se opone a las leyes antitabaco (¿tendrá algo que ver que R.J. Reynolds y Philips Morris sean algunos de sus espónsores?). Por supuesto, entre sus espónsores se encuentran ExxonMobil, el American Petroleum Institute, General Motors o Toyota, entre otros.
El tercero del trío calaveras es el George C. Marshall Institute, fundado en 1984, siendo en sus inicios uno de los principales promotores de la Iniciativa de Defensa Estratégica (la llamada “Guerra de las Galaxias”) y fue creada para contrarrestar las críticas a este programa por parte de la Unión de Científicos Preocupados, y de científicos como Hans Bethe o Carl Saga. Por supuesto, aparte de negar el cambio climático, también niega los peligros del humo de tabaco de segunda mano, que el tabaco sea carcinógeno o que exista la lluvia ácida. Al igual que las dos organizaciones anteriores, cuenta con abundantes contribuciones de ExxonMobil o fundaciones conservadoras como la Earthart Foundation o la Lynde and Harry Bradley Foundation (también donante del Heartland Institute).
Hay muchos más, pero estos tres son los peces gordos de la pecera climática.
Yo soy un investigador “independiente”
Pero el flujo de dinero no se para aquí. Estos think tank sólo son la fachada para que el origen del dinero no sea tan escandalosamente evidente y mantener una apariencia de respetabilidad.
Todo el que tenga una mínima información sobre el debate climático recordará los famosos correos robados de la Universidad de East Anglia y que dieron lugar a la popularización del término Climategatepor parte de los negacionistas climáticos. En pocas palabras, alguien hackeó los servidores de correo electrónico de la Unidad de Investigación Climática de la Universidad de East Anglia. De los miles de correos robados, se escogieron algunos sacados de contexto dando la impresión de que los científicos de dicha unidad manipularon los datos para aparentar un aumento de la temperatura. Bastante tiempo y varias investigaciones después, varios comités concluyeron que no había habido mala praxis (aunque algunos correos eran ciertamente desafortunados). Por supuesto, ningún negacionista ha dicho “vaya, me equivoqué”.
Pues resulta que no ha sido la única filtración de información en este asunto. Menos famoso, o casi desconocido, ha sido el caso del memorandum de 2009 del American Petroleum Institute. En él, su presidente, Jack Gerard, se dirige a los presidentes de las compañías miembro del API para que envíen a sus trabajadores a las protestas organizadas por una organización supuestamente ciudadana, Energy Citizens, en contra de la legislación que iba a aprobar en esos momentos el Congreso estadounidense. Y no era la primera filtración que sufría el API.
Algunos años antes, en 1998, ya se había filtrado un memorando del API detallando diversas estrategias para oponerse a cualquier tipo de legislación perjudicial para los intereses de la industria. Ello incluye el reclutamiento de científicos que, por un módico precio, aporten una fachada respetable y seria a sus argumentos, una campaña masiva en los medios de comunicación, montar organizaciones “ciudadanas” de base, presión a congresistas, etc. Todo con un presupuesto de más de 7 millones de dólares a gastar en dos años.
El Heartland Institute también sufrió una filtración de documentos internos donde, además de detallarse alguno de sus donantes, se explica la estrategia de desinformación a desarrollar, incluyendo el desarrollo de un currículo escolar donde se presente a los escolares un punto de vista “equilibrado” en el tema del cambio climático. ¿Soy yo el único que encuentra sospechosas coincidencias con la campaña creacionista “Teach the controversy”?
Y así el dinero fluye de los niveles superiores a los inferiores; de las grandes compañías pasa a los think tank y fundaciones y de ahí a las tropas de infantería: los periodistas, investigadores y bloggeros “independientes”.
Quizá uno de los más conocidos en inglés es el blog Watts Up With That? del periodista y hombre del tiempo Anthony Watts. Anthony Watts trabajó como hombre del tiempo en varias cadenas de televisión estadounidenses. Watts recibe 90.000 dólares al año por su labor de zapa en su blog por parte del Heartland Institute. El blog de Watts es un popurrí de datos falsos, sacados de contexto o manipulados que presenta como controversia científica de forma convincente para quien no tiene formación científica. Sin embargo, su éxito se le ha subido a la cabeza en alguna ocasión y se ha olvidado de que lo suyo es propaganda y no ciencia, con las consecuencias que ya os podéis imaginar. Sucedió, por ejemplo, con su campaña Surface Stations. Básicamente consistía en promocionar uno de los mantras de los negacionistas de que el aumento de las temperaturas medidas era debido a que la mayoría de las estaciones metereológicas se encontraban en zonas que habían sido urbanizadas, por lo que el aumento de temperatura era en realidad consecuencia del efecto isla térmica en esas estaciones. Watts se creyó sus propias mentiras olvidándose de que los climatólogos ya han pensado eso antes que él y que corrigen ese efecto, aparte de tener otros medios de medida, e hizo campaña para que sus seguidores clasificaran la calidad de las estaciones metereológicas. La Agencia Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) realizó un análisis de las estaciones concluyendo que no había ningún sesgo. Lo más esperpéntico fue que el propio Watts co-escribió un artículo científico en el que no encontraba ningún sesgo sistemático.
Negacionismo cañí
Eso, en el ámbito anglosajón. El dinero que emana de las multinacionales y petroleras es mucho y da para financiar sucursales regionales en el ámbito hispano. Aquí, el Heartland Institute y el Marshall Institute son sustituido por la FAES (sí, la del PP) y el Instituto Juan de Mariana entre otros. Ambos reciben fondos de Exxon a través de la Atlas Economic Research Foundation, el Competitive Enterprise Institute y el European Entreprise Institute. Además, están integradas en la Stockholm Network, una red de asociaciones ultraconservadoras financiada por grandes industrias y que recibe financiación del Instituto Cato y de varias organizaciones de los hermanos Koch (¿He mencionado estos nombres antes?).
Es de suponer que parte de esa financiación se dirige a financiar blogs en español aunque, conociendo al personal y con la cantidad de imbéciles patrios que atesoramos, tampoco es haga mucha falta. Sólo hay que ver cómo proliferan blogs de negacionismos y pseudociencias de todo pelaje para saber que no hace falta mucha inversión para que esta manipulación se propague. Y lo irónico es que a estos tontos útiles se les suele llenar la boca contra las malvadas multinacionales, y lo que realmente hacen es seguirles el juego.
Conclusión
En definitiva, la supuesta controversia sobre el cambio climático es una controversia artificial promovida y lubricada por las grandes industrias contaminantes que ven peligrar su negocio. Esta controversia no es más que una copia actualizada y modernizada de la que ya protagonizó la industria tabaquera en la segunda mitad del siglo XX. Parece mentira que algunos no se den cuenta.
Referencias
Peterson, T.C., W.M. Connolley, and J. Fleck (2008). “The Myth of the 1970s Global Cooling Scientific Consensus”. Bull. Amer. Meteor. Soc. (American Meteorological Society) 89: 1325–1337.