CUANDO LOS DIAMANTES SON UN PROBLEMA
Si en 1950 le hubiéramos pedido a un observador que nos dijera cuál de las dos zonas más míseras del mundo en ese momento, Asia o África, se iba a desarrollar más rápidamente en el siguiente medio siglo, muy probablemente hubiera apostado por África. Básicamente, por sus inmensos recursos naturales. Los economistas creían que la riqueza y el crecimiento de las naciones dependían de ellos. Sin embargo los países asiáticos “apostaron” por la única ventaja competitiva que podían explotar: su capital humano. Y desarrollaron de un marco institucional que acelerara el cambio tecnológico para aprovecharlo.
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El país que marcó la senda a seguir fue Japón, una pequeña nación devastada y desmoralizada tras la II Guerra Mundial, totalmente desprovista de riquezas naturales, que decidió pasar de una economía recientemente industrializada, antes de la guerra, a una economía basada en tecnología tras la misma. El resultado: convertirse en la segunda economía del mundo, sólo superada recientemente por uno de sus seguidores: China. El punto de partida: la atracción de inversión extranjera en base a eficientes (baratas) estructuras de coste. La estrategia inicial: aprender de la manufactura extranjera. La jugada era obtener conocimiento experimental, a cambio de bajos salarios. Pero rápidamente ascendieron en su estrategia tecnológica: de aprender tecnologías de proceso y prácticas de gestión en sectores auxiliares, a imitar lo visto, a desarrollar tecnología propia y productos exportables a, finalmente, generar ciencia propia. Hoy, por ejemplo, los supercomputadores más potentes del mundo se hallan en China. Y nada es por casualidad. Como Silicon Valley, Finlandia, Irlanda o Israel, la emergencia de un hub tecnológico internacional responde a la creación de marcos institucionales que lo fomenten, y al desarrollo de políticas de largo plazo. El resultado tiene más que ver con el liderazgo, la gobernanza, las instituciones, los recursos y las políticas que con la casualidad o la existencia de diamantes en el subsuelo.
El modelo japonés fue seguido rápidamente por Hong Kong, Singapur, Taiwan y Corea del Sur. Corea del Sur, una de las actuales superpotencias económicas y tecnológicas contaba con una renta per cápita de un dólar por día en 1950, como la de los países más pobres de África. Singapur, una isla-estado cercana a Malasia era un conjunto de aldeas de pescadores en 1960, con una renta per cápita de 1,2 dólares diarios(427 $ anuales). Hoy es de 56.319 $ (132 veces la de hace medio siglo). Su PIB per cápita, el tercero mayor del mundo, es superior al de Suiza, Noruega o Kuwaitt. Su esperanza de vida (84,7 años), también es de las más elevadas del planeta. Su apuesta fue la atracción y concentración de actividad manufacturera, (especialmente en el polígono industrial de Jurong) y la educación. Se pusieron en marcha instrumentos de fiscalidad favorable para la atracción de inversiones, progresivamente más intensivas en tecnología, a la vez que se mejoraban las instalaciones estratégicas de su puerto. La agenda de innovación se completa con la transformación del modelo productivo hacia actividades cada vez más basadas en conocimiento. En palabras de un alto directivo público “las fábricas necesitan mucho terreno y cada vez ocupan a menos personal, a causa de la automatización creciente. Somos un país pequeño, donde el terreno es escaso y con una densidad de población elevada. Pensamos que lo más prudente sería invertir en sectores que pudieran albergar a gran número de trabajadores por metro cuadrado”. E invierten recursos (es decir, realmente “apuestan”). Su último National Technology Plan (que continúa los sucesivos planes de tecnología lanzados de forma estable desde 1991) está dotado con 13.000 M€. Singapur, un país de la extensión de Menorca, destina unos recursos públicos al impulso de la innovación tecnológica iguales en magnitud a la totalidad de la I+D pública y privada ejecutada anualmente en España.
En 1950 Asia era tan pobre como el África subsahariana. Pero, mientras en África los incentivos políticos y los marcos institucionales desarrollados en los últimos 50 años han ido orientados a capturar y repartir desigualmente (normalmente entre unas minorías) la riqueza de los recursos naturales existentes, los países asiáticos han sabido construir agendas estratégicas de largo plazo para acelerar y explotar el cambio tecnológico en beneficio de sus ciudadanos. Los resultados: según el World Bank, 12 países crecieron de forma sostenida, con tasas exponenciales (mayores al 7% medio) entre 1960 y 2005. 9 de ellos eran asiáticos: China, Hong Kong, Indonesia, Japón, Corea del Sur, Malasia, Singapur, Taiwan y Tailandia. Los otros dos, Omán y Botswana, explican su crecimiento en base a recursos naturales.
Olvidar la generación de riqueza no es un buen negocio. ¿No se estarán comportando en estos momentos buena parte de los países avanzados como África lo ha hecho durante el último medio siglo? ¿No estaremos orientando nuestros esfuerzos políticos y nuestros marcos institucionales a capturar la riqueza preexistente –cada vez más exigua- en lugar de impulsar nuevas fuentes de ventaja competitiva? La historia reciente nos demuestra que los países que centran sus esfuerzos en desarrollar políticas de largo plazo basadas en ciencia y tecnología encuentran la senda de la prosperidad y son capaces de extraer a millones de personas de la miseria. Y nada impide que aquellos que olviden los mecanismos de creación de valor, y destinen sus marcos institucionales a extraer y repartir los recursos preexistentes, no caigan de nuevo en la misma.
Post escrito conjuntamente con Oriol Alcoba, Director de Valorización de Eurecat Centro Tecnológico, quien recientemente ha participado en una misión a Singapur
Recomiendo leer "The Next Convergence: The future of economic growth in a multispeed world" (Michael Spence) libro del cual se extraen algunos de los datos que figuran en el post.