El ‘Brexit’, un desafío europeo, de Alfredo Pastor en La Vanguardia
El atentado terrorista de Niza acaba de recordar de forma trágica a los europeos que tienen otros desafíos a los que responder además del divorcio de la UE puesto en marcha por el pueblo británico.
Si bien el Brexit constituye un terremoto para la UE, ha sido provocado por la falla sísmica presente desde el principio en las relaciones entre el Reino Unido y “Europa”. Numerosos factores coyunturales han contribuido al resultado del referéndum, incluido el rechazo de las élites políticas y financieras londinenses y las luchas de poder en el seno del partido conservador. Pero este resultado refleja también los rasgos específicos históricos y geográficos del Reino Unido, vinculados sobre todo a su insularidad, a su pasado imperial, a su apertura económica más global y a su valiente resistencia al nazismo, que explica por qué los electores de mayor edad no son tan “proeuropeos” como en otros lugares. Y no debe olvidarse tan rápidamente la extrema e implacable eurofobia de la prensa populista británica, que también ha desempeñado un papel clave en el resultado del 23 de junio.
A la campaña del referéndum británico le han seguido naturalmente los otros pueblos de la UE que, en ocasiones, han experimentado la sensación de votar “por procuración”. La campaña se centró en desafíos que continuarán situados en el núcleo de los debates, tanto en la mayoría de los países comunitarios como en Bruselas, tales como la libre circulación de personas y de trabajadores o el ejercicio de los poderes entre la UE y sus estados miembros. Sin embargo, es importante dar a Shakespeare lo que es de Shakespeare: por una parte, para explicar los rasgos específicos que corresponden al 23 de junio; por otra, para emprender la senda del divorcio anhelado por el pueblo británico en orden a definir, a continuación, la nueva clase de asociación entre el Reino Unido y la UE.
De hecho, la Unión no es una “cárcel de los pueblos”; los británicos son libres de salir de ella si una mayoría así lo ha deseado. De ahora en adelante, la voluntad popular y las iniciativas de las autoridades de Londres y de los ciudadanos y estados miembros deben inscribirse en el estricto respeto de tal voluntad popular.
El terremoto del Brexit dará lugar a “réplicas” en otros países europeos, estimulando llamamientos a referéndums nacionales sobre la pertenencia a la UE. Las fuerzas políticas minoritarias suelen mostrar esta predilección por los referéndums, incapaces de conquistar el poder por la vía habitual de la democracia representativa. A ellas corresponde ganar las próximas elecciones para hacer un llamamiento en favor de un referéndum, ya sea sobre la UE o sobre muchas otras cuestiones.
Si dirigimos nuestra mirada al otro lado del canal de la Mancha, no vayamos a confundir con excesiva celeridad el euroescepticismo –en otras palabras, la crítica a menudo contradictoria de la UE, y la degradación de su imagen– con la eurofobia; es decir, la voluntad de salir de la UE. No debemos olvidar tampoco que, en el caso de muchos estados miembros, salir de la UE significaría también salir del euro y del espacio Schengen, y que esta doble ruptura tendría consecuencias mucho más graves que la “simple” salida británica, ya de por sí suficientemente desestabilizadora para el Reino Unido. En pocas palabras, evitemos sucumbir a la idea de que el Brexit es el inicio de un proceso de “dislocación” de la UE, siendo así que esta última hace frente, en realidad, a importantes divisiones entre los pueblos y los estados miembros que la componen sin que por ello abriguen la intención de darle con la puerta en las narices.
El Brexit es, sobre todo, un desafío político adicional para la Unión Europea, que debe tomar conciencia de forma inmediata de la crisis que la oprime e incitarla a obrar con aún mayor energía. Con todo el respeto debido a nuestros amigos británicos, que han optado por seguir una senda en solitario, las autoridades nacionales y europeas deben centrarse ahora en otras cuestiones urgentes, haciendo hincapié en el motivo por el que unidos somos más fuertes en este mundo globalizado.
A ellas les corresponde poner un mayor énfasis en el hecho de que los europeos comparten una voluntad común de conciliar la eficacia económica con la cohesión social y la protección medioambiental, en un contexto pluralista, y adoptar decisiones que traduzcan esta voluntad de equilibrio única en el mundo por una iniciativa concreta, sobre todo potenciando el crecimiento y el empleo; por ejemplo, mediante un nuevo gran plan de inversión que amplíe el “plan Juncker”.
A ellas les corresponde dejar claro que “la unión hace la fuerza” cuando la Historia toma un rumbo sombrío: terrorismo islamista, caos en Siria y en Libia, movimientos migratorios caóticos y agresividad rusa, pero también finanzas desenfrenadas, dependencia energética, cambio climático y sed de poder de China… Se trata de otras tantas amenazas y desafíos a cuyo propósito la UE debe permitirnos moldear mejor nuestro destino compartiendo nuestras soberanías, trabajando de forma conjunta en la creación de un cuerpo fronterizo europeo.
Las autoridades nacionales y europeas deben responder a las inquietudes por la identidad expresadas por los ciudadanos europeos, que representarán el 6% de la población mundial después del Brexit y que se benefician de la apertura económica y cultural internacional de modo muy discriminatorio; en este contexto, el lanzamiento de un programa “Erasmus Pro” dedicado a los principiantes o aprendices en la materia sería especialmente simbólico.
En una palabra, deben guiar a sus pueblos a un nuevo mundo pleno de oportunidades pero también cargado de amenazas, en el que Europa ocupa cada vez menos una posición central. Ello implica hablar a los corazones y espíritus de los ciudadanos europeos respondiendo a sus esperanzas y temores sin reducirlos a meros consumidores o contribuyentes: en este sentido, las iniciativas diseñadas para reforzar nuestra seguridad colectiva combinarían de modo ventajoso urgencia operativa y dimensión emocional, por ejemplo mediante la creación de una Fiscalía Europea Antiterrorista.
La Unión Europea no necesita sólo bomberos, llamados por el Brexit para apagar el incendio de una nueva crisis, sino que su siguiente paso adelante requiere la movilización de arquitectos y de profetas capaces de devolver rumbo y alma a esta Unión inédita, forjada en la aflicción de las posguerras pero que conserva su pleno sentido en un mundo globalizado, para las nuevas generaciones y las que vendrán.