La calle y las instituciones
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•Es muy notable el hábito de manifestarse de cientos de miles de catalanes desde la concentración en Barcelona en junio de 2010 en protesta por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. La manifestaciones se han sucedido masivamente desde entonces, especialmente en las Diadas, sin que se hayan producido violencias o tensiones contra la policía. No se ha dañado el mobiliario urbano y tampoco ha habido confrontaciones heridos.
La concentración de independentistas hoy en Madrid ha seguido las mismas pautas. Banderas, pancartas, eslogans, protestas contra el juicio del procés, gritos patrióticos. Todo muy normal. Las manifestaciones en Francia desde hace muchos sábados son mucho más tensas, violentas, con una toma de la policía de los barrios por los que transitan las armillas amarillas.
La política se puede hacer en la calle y las concentraciones en protesta de un gobierno o de lo que sea han hecho cambiar muchas actitudes del poder. Pero la calle no es el lugar más adecuado para hacer política. Es en las instituciones y en la democracia representativa donde se aprueban leyes que acaban beneficiando a una mayoría de ciudadanos.
Tanto nos hemos acostumbrado a la calle, a la voz del pueblo, que las instituciones han perdido eficacia. El problema es que cuando mides la fuerza política por el número de manifestantes que se concentran en las calles corres el riesgo de equivocarte. El gran fracaso de Artur Mas fue precisamente el pensar que los cientos de miles de manifestantes de la Diada de 2012 eran suyos y convocó elecciones al llegar de vacaciones. No lo eran. Perdió 10 de los 62 escaños que tenía en el Parlament. En vez de reflexionar sobre lo que habían dicho las urnas, no la calle, siguió adelante como si nada hubiera ocurrido. Se abrazó con David Fernández, líder a la sazón de la CUP, y a los pocos meses acabó siendo enviado al “basurero de la historia”, tal como indicaron los cuperos al descabalgarle de la presidencia de la Generalitat.
La política catalana hace tiempo que no se discute en las instituciones sino que ha saltado a la calle, se asoma a diario a los medios de comunicación afines a la independencia, se refugia y se pelea en las redes sociales copiando las técnicas trumpistas que también conoce bien, por cierto, Vladimir Putin.
Ya no se trata de medir el número de manifestantes. Los que hoy han ido a Madrid con más de 500 autobuses pueden ser 120.000, según los organizadores, o 17.000 según la policía. Qué más da. Fueron muchos y han hecho más de miles kilómetros de carretera. El problema es que las manifestaciones no resuelven los conflictos que habitualmente se abordan desde el diálogo, la discusión, el escuchar al otro, el ceder, el exigir.
Siempre ha sido así a no ser que estemos ante un hecho revolucionario. Pero poco revolucionario es el argumento del abogado Alonso-Cuevillas que se presenta por Girona con el argumento de que en aquellas tierras tiene la segunda residencia.
Las manifestaciones son concentraciones festivas, pacíficas y reivindicativas. Ciertamente. Pero mientras no recuperemos el papel troncal de las instituciones no empezaremos a encontrar la normalidad democrática. Los tiempos no son normales, es verdad, con medio gobierno siendo juzgado en directo ante el Tribunal Supremo y la otra mitad instalado en la fantasía de la república catalana en Waterloo.
- Mientras el realismo no regrese a la estrategia de los partidos catalanes, independentistas o no, la política seguirá en la calle. Puede ser muy emocionante este desafío al Estado. La independencia unilateral no está prevista ni siquiera por los independentistas. Los “pollos” que iba a montar Puigdemont desde Bruselas han acabado en nada. La internacionalización del conflicto no pasa de dar unas cuantas conferencias y conceder entrevistas a diarios europeos, rusos y norteamericanos.
Ningún gobierno, aparte de las simpatías de los flamencos, ha reconocido la ruptura de Catalunya con España. Sin alianzas internacionales, las manifestaciones no dejan de ser actos masivos de voluntarismo.
- 16 comentarios
A las manifestaciones van los que estan muy convencidos que manifestandose lograran algo y lo siento, los jueces no se dejan influir por las manifestaciones, tendran como siempre debajo de la almohada las leyes. Solo cambiara el futuro una condena leve o un indulto politico.
Pero quiero desde aquí pedir al Sr. Lluís Foix que nos ilumini con una reflexión sobre el uso de un medio público como lo es TV3.
¿Quizás podriamos entender un poco la situación que nos ha tocado vivir y sufrir ?
Pedir gobernar a quie ni sabe ni tiene valentia de gobernar me parece un debate ya gastado e inútil.
Gracias a todo el foro por sus reflexiones