“Una broma vale cien silogismos”
Carles Casajuana aborda la corrupción política en ‘Les pompes del diable’, una novela llena de humor
La semilla de una novela puede germinar en muchas circunstancias. En el caso de Les pompes del diable (Proa; versión castellana en Destino) “es fruto de la indignación”. Así lo afirma su autor, Carles Casajuana (Sant Cugat del Vallès, 1954), diplomático en excedencia, profesor universitario de relaciones internacionales y escritor de ficción y ensayo, además de colaborador de las páginas de Opinión de La Vanguardia. “Es un libro de humor –explica–. Cuando me puse, me di cuenta de que no es fácil, que el humor tiene sus reglas. Siempre ha habido humor en mis novelas, pero en este caso, si el lector no ríe, eso no se aguanta, no hay novela, que le devuelvan el dinero”. Les pompes del diable son las peripecias del funcionario municipal Serafí Serratosa a partir del momento en que lo ascienden a jefe de gabinete del teniente de alcalde. En un corto lapso de tiempo, descubrirá las cloacas del poder y la corrupción, donde las comisiones del 5% suben hasta el 40%, y sólo “estamos hablando de las comisiones iniciales ”, afirma uno de los personajes, antes de que hayan empezado las obras del Centro de Control de Tráfico , el proyecto que el protagonista se encuentra sobre la mesa . “Todo nace a partir del grado de corrupción que ha habido, una epidemia, y me puse a escribir una novela que me divertía mucho –dice Casajuana– . Cuando una cosa me divierte, he aprendido a desconfiar, y la dejé en un cajón. Al cabo de dos o tres años, la recuperé y pensé que sí me divertía, la revisé y ahora ve la luz una novela de humor sobre la corrupción”. Pero Casajuana es optimista: “Pienso que lo hemos superado. No es porque tenga una gran confianza en la naturaleza humana, simplemente que como la trampa ya ha sido descubierta, ahora tendrán que inventar otra... y la inventarán. Pero esta ya nos la sabemos y la saben los jueces, ahora es demasiado claro”. “El problema es que la justicia es lenta. Vivíamos en una situación que todo el mundo asumía, todos lo sabíamos y lo consentíamos –reflexiona–. La justicia ha demostrado que es eficaz: tenemos exministros en la cárcel, tenemos al cuñado del Rey ... Pero a la vez reírnos nos puede ayudar a salir adelante. No es una novela de denuncia, no tengo alma de juez, ni de fiscal, ni de policía: es el tribunal del humor. El humor es un juez muy temido, es un superpoder porque desactiva al corrupto y se ve lo que hay debajo. Una broma vale cien silogismos. Por ello el poder persigue el humor y por ello la libertad de expresión es tan importante”. Casajuana confiesa que se ha servido del personaje de Serafí Serratosa porque le divertía: “No tiene ánimo de descubrir nada y nos ayuda a reír. Que alguien quiera denunciar a un corrupto no es divertido; puede ser interesante, se puede convertir en novela, pero no hace reír. Pero que un funcionario quiera hacerse rico y no lo consiga porque hay mucha competencia, entra en el campo del humor”. Casajuana se reconoce heredero de la obra de Wodehouse y del mundo británico: “El sentido del humor siempre es positivo y forma parte de la buena educación, es enormemente civilizado. Para los británicos, si cuando quieres decir una cosa importante no haces reír un poco, eres un pomposo”. También admira al mexicano Jorge Ibargüengoitia , al norteamericano Joseph Heller y, “referente inevitable”, a Eduardo Mendoza.