A remolque de la superficialidad
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•El marco es un Occidente democrático creando riqueza abundante, innovando en todos los ámbitos, profundizando en la revolución digital, pero sin saber cómo repartir los bienes creados ni escuchar las críticas que se vierten desde dentro y desde fuera.
Un cuadro general en el que las libertades están amenazadas por acumulaciones de mentiras repetidas y por falta de sentido crítico de las audiencias que responden a mensajes simples y tergiversados. Que el presidente de Estados Unidos haya llegado a la Casa Blanca y permanezca en ella más de dos años con el slogan de “fake news” a todo aquello que le desagrada o le perjudica es un problema de Estados Unidos pero también de todo el mundo occidental.
El primer ministro Macmillan decía que lo que más temía por las mañanas era la lectura de los periódicos. No se los servían en recortes seleccionados sino con el fajo de todos los diarios serios y populistas. Eran noticias y reflexiones de todo tipo, parciales y tendenciosas, exageradas y frívolas. Pero le llegaba a su despacho el sentir del país con todas sus complejidades y contradicciones. Se desayunaba con los periódicos peleándose entre ellos y todos, a la vez, peleándose con el poder del gobierno.
La crítica es imprescindible para el buen funcionamiento de una sociedad libre. La novedad hoy está en que lo que llega a las mesas de los dirigentes es un conjunto de impresiones, frases cortas, eslogans, campañas anónimas, informaciones sin contrastar, mentiras envueltas en discursos supuestamente serios, mentiras repetidas de muchas maneras… El problema es que el gobernante no alcanza a saber lo qué pasa en la sociedad a la que sirve. Con tanta información a su abasto muchas veces no se entera de lo que ocurre.
El político va a remolque de la superficialidad que le suministran los medios y la que late en la sociedad que se alimenta de emociones, de sentimientos, de reacciones improvisadas como las que se viven en los estadios de fútbol. Cuando la política se basa en las emociones se arrincona la racionalidad basada en los hechos que es la que acaba imponiéndose al final de todo proceso.
La clase política se siente tan protagonista del discurso mediático que se convierte en principal protagonistas hasta el punto que el periodismo, con frecuencia, no sabe cómo reaccionar ante una mentira solemne o ante un insulto intelectual. Se calla porque ha perdido el sentido de la crítica y el valor de lo verosímil. Por comodidad, por miedo o por intereses.
La responsabilidad de cuanto ocurre no es sólo de los políticos sino de los parlamentarios, de los periodistas, de los intelectuales y de todos los que han olvidado las lecciones de la historia. Lo que ha ocurrido puede ocurrir de nuevo. De la misma manera o de forma distinta. Pero si, como parece, la mentira está ganando terreno a la verdad la catástrofe es inevitable. Siempre ha sido así.