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Los moderados .JUAN-JOSÉ LÓPEZ BURNIOL 05/08/2011 (reeditado)

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Los moderados (1)

Ignacio de Loyola, vasco y militar, decía que "en tiempos de tribulación, no hacer mudanza". Puede que esta máxima resulte fecunda para la vida del espíritu; y cabe también que sea útil en la milicia: la táctica de blocao(aguantar y esperar a que escampe) fue habitual en las modestas campañas coloniales españolas, en las que se formó –como luego quedó demostrado con creces– el general Franco. Pero "no hacer mudanza" constituye un error en política, ya que "en tiempos de tribulación" hay que hacer cambios, pues, de lo contrario, la zozobra acaba por desnortar a la sociedad que la sufre. Por tanto, en caso de crisis, surge inevitable la pregunta: ¿qué cambios hacer? La respuesta es variada, al depender de la problemática planteada y de las circunstancias del caso; pero, por el contrario, sí es idéntica la actitud con la que todo cambio –cualquiera que sea– ha de ser proyectado, decidido y ejecutado. Esta actitud es la moderación. En efecto, la historia enseña que, si bien los cambios vienen impuestos habitualmente por crisis, revoluciones y guerras, la recomposición del tejido social después de la tormenta es siempre obra de los moderados de uno u otro signo, predispuestos al pacto por su misma moderación. Lo que han de tener en cuenta tanto quienes mandan como quienes están en la oposición. A fin de cuentas –decía Churchill–, para hacer política sólo hace falta saber historia y ser prudente.
 La moderación es aquella predisposición del ánimo que nos hace adaptar nuestras ideas a la realidad en lugar de forzar la realidad para acomodarla a nuestras ideas. Se fundamenta, por consiguiente, tanto en el realismo como en la ausencia de dogmas profesados como verdades apriorísticas y absolutas. Realismo para observar las cosas, los hechos y las gentes sin ideas preconcebidas. Y ausencia de dogmas como sinónimo de una laicidad que va más allá del hecho religioso y es concebida –en palabras de Claudio Magris– como uno de los baluartes de la tolerancia, en el bien entendido de que no sólo el clericalismo intolerante es lo contrario de la laicidad, sino también la cultura o pseudocultura radicaloide y secularizada dominante, por lo que el respeto laico por la razón no está garantizado de antemano ni por la fe ni por su rechazo. Laicidad –concluye Magris– significa "duda respecto a las propias certezas, autoironía, desmitificación de todos los ídolos, incluidos los propios; capacidad de creer con fuerza en algunos valores, a sabiendas de que existen otros igualmente respetables". En esta tolerancia de los moderados se fundamenta su predisposición al diálogo y su apertura al resultado de este: la negociación y el pacto. Un pacto que implica siempre una transacción entre dos posturas no coincidentes mediante recíprocas concesiones. De ahí que la transacción sea antipática, ya que implica mutuas cesiones; pero de ahí también que sea fecunda, pues al eliminar el enfrentamiento, permite aunar esfuerzos y compartir responsabilidades y costes.
 No quedaría perfilada la actitud moderada si no se completase con dos rasgos. En primer lugar, la moderación no es sinónimo de falta de criterio y debilidad, ya que la prudencia del moderado al adoptar decisiones es compatible con el respeto –laico– a sus principios y con la firmeza al ejecutar lo resuelto. Es más, el carácter negociado –y compartido– de muchas de las decisiones que adoptan los moderados redobla la fuerza de su apuesta. Y, en segundo término, la moderación no es atributo exclusivo de ninguna ideología ni de ningún partido, sino que, como una actitud que es, puede darse en muy diversos ámbitos y circunstancias.
 La importancia de la moderación es evidente: las grandes etapas constructivas en la historia de los pueblos son casi siempre obra de los moderados. Tolerancia recíproca, diálogo abierto, pacto transaccional y ejecución firme son las herramientas con las que se construye el futuro. Por el contrario, la intolerancia y la cerrazón, el sectarismo y la conversión del adversario en enemigo agravan los problemas. Tan es así que, incluso en situaciones dictatoriales, son los moderados quienes palían los rigores del poder y, tal vez sin quererlo, sientan las bases de una transición reparadora de las libertades cercenadas.
 Esta reivindicación de los moderados es imprescindible en España, país marcado por una historia cainita en la que no se sabe que lamentar más, si la impotencia y barullo provocados por la acción de los exaltados de toda laya o la ausencia de laicos a uno y otro lado del espectro político. Por ello intentaré, en los tres artículos siguientes, examinar otras tantas etapas distintas de la historia contemporánea española en las que, aun cuando fuese sólo en algún ámbito concreto –económico y administrativo–, prevalecieron cierta moderación y buen sentido constructivo, para terminar con un último artículo sobre la situación actual, abocada –a mi juicio– al conflicto y a la esterilidad de no alcanzar un pacto los moderados de uno y otro signo, si es que aún los hay.

http://www.lavanguardia.com/opinion/articulos/20110805/54196109567/los-moderados-1.html

Moderados por cálculo (2)


Uno de los resúmenes que pueden hacerse de la atormentada historia del siglo XIX español es que se dio en él una temprana implantación del liberalismo económico y una agónica recepción del liberalismo cultural y del liberalismo político, esmaltada en ambos casos por sucesivos fracasos. Así –por ejemplo–, en el primer tercio de aquel siglo, saltó la estructura gremial del antiguo régimen, se promulgó el primer Código de Comercio y se consumó la desamortización de los bienes de las manos muertas; mientras que, por el contrario, la secularización del derecho de familia –admisión plena del matrimonio civil y regulación del divorcio– llegó a España con dos siglos de retraso, en 1981. Durante el siglo XIX, la aristocracia terrateniente y la Iglesia, que habían preservado casi incólume su poder y su influencia, mantuvieron una posición de hegemonía en la que se integraron paulatinamente la oligarquía industrial y financiera y las incipientes burguesías, allí donde las había; sin olvidar la progresiva asimilación por este núcleo de buena parte de la cúpula militar. El antiguo régimen se resistía a morir y se adaptaba.
 No es extraño que, con este panorama, la historia del siglo XIX español sea una sucesión de guerras –cuatro, si se incluye la del francés–, pronunciamientos, asonadas, revueltas, cambios de régimen y desórdenes varios, protagonizados por progresistas y reaccionarios. Con la inevitable consecuencia de que era difícil hilvanar una acción de gobierno merecedora de tal nombre, que diera respuesta a las exigencias de la nueva situación generada por la libertad económica. Sólo lo hicieron los moderados. Un ejemplo: con la desamortización se pusieron en circulación inmensas masas de bienes inmuebles que fueron adquiridos, a buen precio, por quienes podían comprarlos; estos compradores querían gozar de sus bienes en paz y poder hacer negocio con ellos, para lo que exigían orden en campos y caminos (proteger sus fincas) y orden en los títulos de propiedad (seguridad en el tráfico y acceso al crédito hipotecario); a esta doble exigencia se dio respuesta con la creación de la Guardia Civil –orden en campos y caminos– y con las leyes hipotecaria y del notariado –orden en los títulos de propiedad–. Y es que, pese al jaleo sostenido de la época, seguía vigente la vieja máxima de "no jugar con las cosas de comer". Por eso se legisló en aquellos puntos sensibles que el desarrollo económico requería y se sentaron las bases del Estado moderno.
Buena parte de estas reformas se acometieron durante la década moderada, al mando del general Narváez –"el espadón de Loja", pues andaluz era como tantos políticos españoles–, y durante la etapa de la Unión Liberal, bajo la presidencia del general O'Donnell. "Los moderados –escribe Comellas– fueron, en medio de la fuerte politización de la vida pública en nuestro siglo XIX, relativamente realizadores, amigos de renovar instituciones y de programar obras públicas. En ello podía verse un influjo indirecto de los afrancesados, de los que fueron discípulos algunos de sus más famosos líderes". Modificaron las leyes arancelarias para facilitar la importación de maquinaria y utillaje y proteger los géneros fabricados en España; promulgaron una ley fiscal basada en cinco impuestos, cuyo esquema duró más de cien años; "arreglaron" la deuda; crearon el Banco de España; reformaron los planes de estudio y las carreras universitarias, sentando unas bases que perduraron también más de cien años; tendieron los ferrocarriles, dando preferencia a las líneas radiales sobre las transversales; desarrollaron en idéntico sentido la red de carreteras; fomentaron la entrada de capital extranjero...
 Este fue el legado de los moderados, que el profesor Carlos Seco ha definido como "un intento integrador" que logró la articulación de una Administración centralizada, racional y eficiente, de la que ha podido decir el profesor Jover: "Esta Administración jerarquizada, unificada, agente eficaz de centralización, constituirá uno de los más rotundos logros del moderantismo; sin duda uno de los capítulos principales del legado de la España de Isabel II a la España de la Restauración y aún del siglo XX. La realidad contemporánea de España es inseparable, en la práctica, de este sólido andamiaje centralizado de que dotaron a la sociedad española unas élites administrativas, de hombres de gobierno, de administradores que tuvieron la virtud, nada secundaria en hombres públicos, de querer hacer, de saber hacer, de hacer con solidez y racionalidad una obra perdurable. El problema está (...) en si el modelo elegido, de perfección técnica y racionalidad incuestionables, resultaba adecuado, sin más que la traducción, a la realidad histórica y nacional de España". Pero esta es ya otra cuestión: la cuestión del momento. Nos basta por ahora retener este dato: los moderados del siglo XIX supieron sumar –integrar– y dar respuesta a las demandas de su época. Calcularon bien. Ya se sabe: a quien algo quiere, algo le cuesta.

Moderados (3)

Supieron leer la realidad y tuvieron conocimientos y determinación para hacer algo que era obvio

Artículos | 03/09/2011 - 02:23h


La evolución económica de España desde el final de la Guerra Civil –"una verdadera calamidad para la economía española", en palabras de Charles Powell– se manifiesta en estos datos: la renta per cápita, que en 1940 había caído un 14% respecto a la de 1930, apenas mejoró durante los años 40, con el agravante de que, mientras en 1930 la renta por habitante española era sólo un 13% menor que la italiana, en 1950 era inferior en un 40%. "Francia e Italia –escribe Joaquín Estefanía– tardaron sólo tres años en recuperarse de la Guerra Mundial, recuperación que en España se prolongó durante más de diez años". Sobre esta base, a mediados de los 50, España caminaba desde la autarquía hacia la bancarrota. El intervencionismo administrativo había alcanzado cotas delirantes y el Estado estaba al borde de la quiebra. Hubo momento en que las reservas de divisas apenas alcanzaban para pagar en dólares el petróleo indispensable para nuestra economía. En estas circunstancias, accedieron al poder los primeros tecnócratas –Mariano Navarro Rubio como ministro de Hacienda y Alberto Ullastres como ministro de Comercio–, precedidos por el acceso de Laureano López Rodó –auténtico eje del grupo– a la secretaría general técnica de la Presidencia del Gobierno, es decir, al lado del almirante Carrero y, a través de este, del general Franco.

La acción de los tecnócratas se concretó prioritariamente en el Plan de Estabilización, que ha sido definido como el primer gran documento de política económica en la España de la modernidad. Sus objetivos, según Ullastres, eran cuatro: convertibilidad, estabilización, liberalización e integración, es decir, reducir la inflación, liberalizar el comercio exterior, conseguir la convertibilidad de la peseta para facilitar los intercambios y liberalizar también la actividad interna, todo lo cual se resumió en dos objetivos: lograr un mayor desarrollo aprovechando la coyuntura mundial y facilitar la integración de la economía española en la internacional, comenzando por la de la CEE. Sus resultados fueron inmediatos: unas tasas de crecimiento anual del 7% durante los 60 (España ganó 20 puntos en el PIB per cápita respecto a los países de la CEE: del 50 al 70%), si bien a un alto coste social, medido en términos de caída de los salarios y emigración.

Dos apuntes más contribuirán a perfilar aquel momento. En primer lugar, sobre la autoría del Plan, Fabián Estapé ha escrito que "la máxima autoridad científica detrás de este Plan corresponde a nuestro Joan Sardà Dexeus", director del Servicio de Estudios del Banco de España, que contó también con la aportación del grupo aglutinado en torno a la revistaInformación Comercial Española, dirigida por Enrique Fuentes Quintana, director del Servicio de Estudios del Ministerio de Comercio. Y, en segundo término, sobre los efectos profundos del Plan, Sardà le dijo a Estapé –poco antes de morir– algo que, en estos días que corren, reviste una especial relevancia: "Creo que todos, en aquel año decisivo, pecamos, y yo el primero, al priorizar la estabilidad sobre el crecimiento". Pero, al margen de este sugerente comentario –que convendría no olvidar hoy, cuando tanto se hable de recortes–, lleva razón Luis-Ángel Rojo al denunciar la tentación de creer que el Plan fue sólo una operación técnica, "dejando escapar así su verdadero significado: el Plan implicó el reconocimiento de que las posibilidades de desarrollo del país, dentro de los esquemas característicos de la etapa de autarquía, estaban agotadas y abrió las puertas de una fase de incorporación de nuevas formas de producción y de vida, cuyo resultado habría de ser un cambio social acelerado en los años siguientes".

Hay que añadir al respecto que, paralelamente a este proceso, los tecnócratas libraron una batalla contra el sector falangista del régimen con el objetivo de abortar los proyectos del ministro Arrese, tendentes a convertir al Movimiento Nacional en un partido único en el marco de un Estado totalitario. Frente a esto, los tecnócratas –López Rodó, en concreto– jugaron la carta de la juridificación del Estado –ley de Régimen Jurídico de la Administración del Estado, ley de Procedimiento Administrativo y ley orgánica del Estado–, en el marco de una dictadura tradicional de derechas que pretendía legitimarse con criterios de eficacia en la gestión y de desarrollo económico.


Pasaron los años y, mediados los 70, una amplia clase media relativamente acomodada surgida al calor de un crecimiento continuado hizo posible –entre otros factores– el tránsito a la democracia. No pretendo establecer una relación de causa a efecto porque no la hay, al faltar la intencionalidad en tal sentido por parte de quienes impulsaron el proceso de desarrollo económico. Pero tan cierto como esto es que supieron leer la realidad de entonces y tuvieron los conocimientos precisos y la determinación imprescindible para hacer algo que era obvio. Fueron por ello moderados: moderados por necesidad. Y, ya se sabe, la necesidad crea virtud.
http://articulosclaves.blogspot.com.es/2011/09/moderados-por-necesidad-tecnocratas.html


El problema estriba en la incapacidad exhibida hasta hace poco por los políticos para afrontar la realidad, así como en el enfrentamiento cainita que aún perdura entre los dos grandes partidos, que les impide adoptar de consuno aquellas decisiones difíciles que, en un Estado bien constituido, provocarían la unidad de las fuerzas políticas dominantes. Se habla mucho de devolver a la política lo que es de la política. Es necesario, pero sólo será posible si los políticos afrontan los temas capitales por consenso, pues sólo así podrán contrarrestar las resistencias corporativas que habrán de vencer, tanto a la derecha como a la izquierda. ¿Será posible esta ventura?

http://www.lavanguardia.com/opinion/articulos/20120310/54266870084/juan-jose-lopez-burniol-la-hora-de-los-moderados.html



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