Síntoma y problema
El juicio más benévolo que uno puede hacer del PSOE es que no sabe muy bien hacia dónde se dirige. No tiene brújula
Esto no es de ahora. Cuando en el verano de 1993 dejaba el Congreso de los Diputados para marchar a estudiar fuera, Javier Pradera me despedía con una exclamación casi de horror: “¡Pero qué hemos hecho para llegar hasta aquí!”, consciente de la dimensión de los escándalos políticos que arreciaban. Las alertas sonaron hace tiempo. Pero casi nadie pareció escucharlas en el PSOE. El desconcierto se apoderó del partido a medida que aumentaba el declive de Felipe González.
Desde finales de los ochenta, el mundo ha ido cambiando sin que en el interior de las organizaciones políticas se hayan percatado del calado de tan profundas transformaciones. Los ocupantes de los partidos estaban y están a lo suyo, satisfacer así su interés primordial: vivir de la política. La supervivencia política depende del éxito de un régimen clientelar que les facilite una cooptación eficaz para lograrlo. El precio ha sido el auge de la figura del político rampante, unas organizaciones silentes, vacías de contenido. Y cuando rompen su silencio, es para montar un bochinche lamentable. Ocurrió en aquel bochornoso Comité Federal del PSOE de 2016. Unos y otros “dieron la talla”.
En Andalucía, la derecha se ha valido de una mala compañía para gobernar. Pero algunos de quienes apoyan a Sánchez son aun menos recomendables
Se recurre a veces a la gesticulación política imperante, ese estilo de hacer política que amenaza imponerse a derecha e izquierda: cesarismo, vuelo gallináceo, sobreactuación retórica y el cuento (ahora llamado relato). Y si, además, el líder está urgido por la necesidad, se agarra a quien se presta. En Andalucía, la derecha se ha valido de una mala y agreste compañía para gobernar. Pero algunos de quienes prestan apoyo a Sánchez para seguir gobernando son, si cabe, aún menos recomendables. Con golpistas, separatistas y Bildu, uno solo puede aproximarse a las puertas del infierno. Alertar a los ciudadanos y al político de que eso puede ocurrir es, decía Maquiavelo, la misión del que piensa políticamente.
Y es que si decae la sociedad liberal y sus elementos constituyentes, desaparece el socialismo liberal. Sin autonomía moral, tolerancia, aspiración a la verdad, información solvente, pluralismo, organización de intereses y voluntad de inclusión, fenece el entramado institucional de la democracia. Sin Estado de derecho firme, unido, respetado y eficaz, sin una representación política congruente con sus distintivos, no hay democracia ni justicia social. Esta debería ser principal preocupación y afán primordial de los líderes de un partido respetuoso con lo mejor de su herencia e inspiración. De lo contrario, estarían arruinando las esperanzas de muchos ciudadanos que añoran reformismo político y social.
Hace más de 40 años, cuando asomaba nuestra democracia, un socialista liberal tenía certeza de cuál era su sitio y quién le representaba. Y se explica: aquel viejo y nuevo PSOE superó pronto la empachera de una retórica izquierdista, incongruente con el patrocinio de la socialdemocracia de la época. Reconozco que la situación actual es muy distinta y más difícil. Solo ruego a estos dirigentes que se pregunten buscando más información que autobombo lo siguiente: ¿hacia dónde va el PSOE?
Ramón Vargas-Machuca es profesor de Filosofía Política.