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Republicanismo de mercadillo.MANUEL CRUZ

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'Para quien no sabe lo que quiere, ningún camino es transitable'.
Seneca

Republicanismo de mercadillo

MANUEL CRUZ 

Valdría la pena preguntarse a qué responde la preocupación por la forma del Estado que de modo recurrente parece manifestarse cada cierto tiempo en bastantes compatriotas

Foto: El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en el Congreso. (EFE)
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en el Congreso. (EFE)

Tiempo de lectura7 min
Antes de despedirse del Congreso y coger la baja por paternidad, Pablo Iglesias tomó dos iniciativas. La primera fue la de convocar, de manera apresurada y sin más justificación que la de saber de presunta buena tinta que Pedro Sánchez iba a convocar elecciones legislativas a finales de marzo, unas primarias que en la práctica supusieron la purga de la práctica totalidad de los actuales diputados errejonistas en el Congreso (de hecho, si dejamos fuera de la contabilidad a sus confluencias, solo 24 de los 46 diputados de Podemos se presentaron a repetir en las generales). La segunda iniciativa fue una deposición teórica en forma de artículo ('¿Para qué sirve hoy la monarquía?', en 'El País') en la que se cuestionaba la forma de Estado que rige en España. Es a esta segunda a la que querría prestar alguna atención en lo que sigue, puesto que de Errejón y del errejonismo ya se ha hablado bastante en los últimos días.
No conozco a nadie que sostenga que el mejor método para acceder a la jefatura del Estado sea "por fecundación" (por decirlo a la manera de Pablo Iglesias), y menos aún si quien accede a tan alta magistratura a través de dicho método dispone por ello de poderes autocráticos ajenos a la soberanía popular. Sin embargo, conozco a muchas personas que no ven un problema, y menos un problema importante, en la existencia de una monarquía cuyo titular vea, por mandato constitucional, limitadas sus capacidades al aliento, impulso y tutela de la democracia. Y aunque no tengo el gusto de conocer a tantas personas en el extranjero como en mi país, parece evidente que es muy amplio el número de ciudadanos que en Reino Unido, Suecia, Noruega o Dinamarca, por mencionar algunos casos destacados, tampoco parecen atribulados porque la jefatura del Estado recaiga en un rey o una reina.
Muchos no ven un problema en la existencia de una monarquía cuyo titular vea, por mandato constitucional, limitadas sus capacidades
Valdría entonces la pena preguntarse a qué responde la preocupación por la forma del Estado que de modo recurrente parece manifestarse cada cierto tiempo en bastantes de nuestros compatriotas (entre los cuales habría que incluir a destacados líderes políticos). Para plantear el asunto con un cierto orden, convendría distinguir entre aquellos que desde siempre han sido partidarios de la forma republicana y aquellos otros a los que la misma preocupación parece sobrevenirles de manera intermitente y un tanto esporádica. Es muy probable que el rechazo de la monarquía por parte de unos y de otros responda a diferentes motivos y requiera, por tanto, de diferentes argumentaciones.
Supongo que se admitirá que en el primer grupo podemos incluir históricamente a los grandes partidos de izquierda de ámbito estatal, que se declararon desde siempre republicanos (si bien en el caso del PSOE la puntualización del accidentalismo resulta fundamental), aunque acabaron asumiendo la monarquía durante la transición. Y lo hicieron, por cierto, antes de que Juan Carlos I obtuviera un amplio respaldo social tras el 23-F por su decidido comportamiento en defensa de la democracia. Parece razonable pensar que la asumieron, no porque no se hubieran planteado la pregunta acerca de la utilidad de la monarquía (pregunta que ahora algunos como Iglesias formulan con el aire de quien descubre el Mediterráneo), sino porque, habiéndosela planteado, llegaron al convencimiento de que, en efecto, podía resultar una institución de utilidad para el país, como el tiempo se encargó enseguida de acreditar.
Ello no significa, ni muchísimo menos, que el actual Rey emérito se ganara con dicho comportamiento ante los golpistas el derecho a quedar a salvo por completo de toda crítica o reproche. Si se me apura, más bien al contrario. De hecho, probablemente la gran paradoja de la trayectoria de Juan Carlos I sea que, habiendo contribuido de manera determinante a la consolidación de la democracia en nuestro país, él mismo debilitó de modo importante a la Corona en sus últimos años como Jefe del Estado, protagonizando episodios escasamente ejemplares en la mente de todos. Pero hay que decir también que fue la propia institución monárquica la que pareció ser consciente de la situación y promovió su abdicación (por completo impensable para los monárquicos más tradicionales) en Felipe VI.
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En todo caso, y pasando al segundo grupo de detractores de la institución, la utilidad que quepa atribuir a la monarquía no es asunto que deba valorarse de la forma en que últimamente hacen algunos líderes políticos de la izquierda como Pablo Iglesias, esto es, examinando la evolución de las encuestas de opinión pública. Semejante proceder, amén de su escaso vuelo teórico, entra en conflicto frontal precisamente con lo que siempre se ha presentado como la principal utilidad de la Corona. Porque si alguna virtud destacan los defensores de la misma es precisamente la de no estar al albur de las encuestas y de los cambiantes estados de la opinión pública, esto es, la de ofrecer estabilidad y continuidad al Estado.
Si alguna virtud destacan los defensores de la Corona es la de no estar al albur de las encuestas y de la cambiante opinión pública
Cabe discutir, ciertamente, si valoramos tal cosa como una virtud o no. Ahora bien, si entramos en esa discusión, entonces venimos obligados por pura lógica a dar el siguiente paso y plantearnos la misma pregunta (¿para qué sirve?) respecto a la forma de Estado republicana. Por lo pronto, algo (que a los críticos de izquierda debería importar especialmente) puede afirmarse con total seguridad, y es que los países de Europa que han ido más lejos en la aplicación de políticas redistributivas socialdemócratas han sido los nórdicos, sin que se tenga noticia de que el hecho de que sean monarquías haya representado un obstáculo, ni tan siquiera un lastre, para dicha aplicación.
Sentado lo anterior, valdrá la pena añadir que no deja de ser curioso que quienes más gesticulan a favor de la república frente a la monarquía lo hagan utilizando unos argumentos sospechosamente débiles. Porque, en efecto, algún crítico de estos críticos, ciertamente malpensado, todo hay que decirlo, podría conjeturar que la aparente impugnación de la monarquía en términos meramente instrumentales (esto es, porque no quede claro que sirva para algo) persiga guardarse la carta de poder dar el volantazo correspondiente cuando convenga hacerlo, echando mano del argumento ventajista de que "ahora sí, en las nuevas circunstancias" el Jefe del Estado ha demostrado que puede ser útil al país, o algún otro equivalente. Nuestro malpensado crítico podría puntualizar, para rematar la faena, que su sospecha no contiene juicio de intenciones alguno, sino que, de nuevo, constituye una cuestión de simple aplicación de la lógica: si el gran defecto de la monarquía es que no resulta útil, en el momento en el que pudiera acreditar alguna utilidad, el reproche de esta otra izquierda, de momento tan fervorosamente republicana, decaería y podría abrazar sin problemas el accidentalismo de los socialistas, que ahora tanto censuran.
Una última y breve puntualización acerca de la tesis de que la "vía de la fecundación" para acceder a la Jefatura del Estado implica un déficit de democracia. Resulta más bien dudoso que quienes más insisten en dicha tesis sean realmente los más autorizados para hacerlo. Baste con un solo ejemplo, el que tengo más a mano, para ilustrar esta reserva, aunque seguro que a cualquier lector no le costaría gran esfuerzo encontrar otros cerca de su localidad. El ayuntamiento de Barcelona, muy de izquierdas y republicano él (aunque, en una peculiar interpretación de la laicidad republicana, ha mantenido en el callejero de la ciudad la totalidad de nombres de santos, vírgenes, papas, cardenales, obispos y cargos varios de la iglesia católica), tiene a gala haber eliminado de calles y plazas aquellos otros nombres que tenían resonancias monárquicas, es de suponer que porque sus actuales responsables comparten la opinión de Pablo Iglesias según la cual resulta escandaloso que el poder se pueda transmitir por vía hereditaria. Sin embargo, parece que ven como perfectamente normal y aceptable que se transmita por vía conyugal. Y así, tanto la mismísima alcaldesa como un número no insignificante de sus altos cargos colocaron desde el primer momento en lugares de responsabilidad y poder de la administración municipal a sus compañeros y compañeras sentimentales. La verdad, qué quieren que les diga, a mí esto sí que me suena a déficit de democracia, y bien severo, por cierto.

https://blogs.elconfidencial.com/espana/filosofo-de-guardia/2019-01-26/republicanismo-de-mercadillo_1783354/?utm_source=facebook&utm_medium=social&utm_campaign=BotoneraWeb&fbclid=IwAR0SNYnGI5lLZuY-G5DojJUROH2mzEsjq4Xo0U5Dd0e-GysucWHFv2gz5W8 

"Manuel Cruz, sobre la forma de Estado, sus ventajas e inconvenientes.
Por lo que a mí respecta, sólo con pensar en que nos estamos ahorrando otro festival de quítate tú para ponerme yo si tuviéramos que pensar en un presidente de la república, ya me doy por satisfecha. Amén de que considero que nuestros monarcas han aprendido más de los principios republicanos que muchos de los defensores de esas repúblicas de campanario que algunos nos proponen." T.Freixes

 

 


ENTREVISTA CON PHILIP PETTIT
J.M. MARTÍ FONT



El País, Madrid 25 de julio de 2004

P. ¿Qué le dijo a José Luís Rodríguez Zapatero?
R. Creo que se identifica con el concepto de republicanismo que yo expongo, con la idea del ciudadano que exige respeto y considera inadmisible que alguien o algo tenga el derecho de decidir sobre su vida y su libertad, sea un individuo o una institución, como podrían ser la Iglesia u otros poderes. Le dije –en público y también en privado– que lo que requiere su Gobierno es humildad, la suficiente como para crear los mecanismos sociales de control independiente que exige una república, sea sobre los medios de comunicación públicos, sea apoyar y articular organizaciones no gubernamentales de mujeres, de consumidores, de minorías, y no sólo darles apoyo económico y legal, sino hacerlas realmente independientes y fuertes, y después ser lo suficientemente humildes como para aceptar que estos mismos cuerpos que han ayudado a crear se conviertan en sus peores críticos, en los más duros. Para eso se requiere una gran virtud, porque a todos los gobiernos les cuesta mucho aceptar la crítica, y más aún de sus propias creaciones. La respuesta que me dio fue que me invita a Madrid a que examine su Gobierno dentro de tres años –seis meses antes de las próximas elecciones– para comprobar si ha sido fiel a esas ideas. Un compromiso muy valiente y muy bello.
P. En España el republicanismo se asocia con la idea de derrocar a la monarquía...
R. No se trata de destronar a las monarquías. Es la idea de que una persona no puede ser dueña de otra. Tiene su origen en la Roma clásica y puede seguírsele la pista en el Renacimiento y en los movimientos de finales del siglo XVIII en Inglaterra y en América. Consiste básicamente en no tener dueño, en ser libre. En la Inglaterra del siglo XVIII, quienes se consideraban republicanos usaban el término “commonwealth”, en el sentido latino de “res publica”, de bien común, pero estaban satisfechos con la idea de una monarquía constitucional. Jean-Jacques Rousseau dice que una monarquía en la que el rey está sometido a la ley y en la que funciona un Estado de derecho, debe ser llamada república. Podríamos llamarlo ciudadanismo porque lo que lo define es la diferencia entre súbdito y ciudadano. En política, lo más importante es la libertad, porque la libertad significa no ser súbdito de nadie, ni de un poder público ni de un ciudadano privado.
P. ¿Cómo se articula?
R. La primera obligación del Estado es impedir que determinados individuos sean súbditos de otros individuos; la segunda tiene que ver con el hecho de que, para evitar el dominio de unos sobre otros, se crea otro poder, y entonces se plantea el problema de cómo controlar el Estado a través de una teoría constitucional que nos dice cómo ponerle freno al poder público y hacerlo democráticamente responsable. Hay tres principios básicos en una democracia: el primero la elección de quienes ostentan el poder por un periodo limitado y, preferentemente, con una rotación del personal. La segunda idea es que debe haber una separación de poderes, de modo que nadie lo controle todo. En la antigua Roma, por ejemplo, había hasta cuatro asambleas elegidas y todas ellas se solapaban de modo que existía una auténtica situación de control y equilibrio. Finalmente, la tercera idea es que el Estado de derecho debe ser aplicable a todo el mundo.
P. ¿La república rinde cuentas, es transparente?
Esto es la esencia de todo. Este poder público que nos protege aplicando la ley, impidiendo, por ejemplo, los abusos de otras corporaciones públicas, tiene que ser transparente hacia los ciudadanos, de modo que sepamos lo que hace. Hay un cuarto elemento que debe permitir a la ciudadanía controlar y saber lo que hace el gobierno y también incidir en lo que hace.
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http://www.alcoberro.info/web/V1/republica4.htm
http://www.alcoberro.info/web/V1/republica8.htm
http://www.alcoberro.info/web/V1/republica1.htm
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Qué nos enseña la Primera República de lo que está sucediendo en España hoy

Con cuatro presidentes en once meses, en aquel año comprimido se perdió una opción sensata de abrir las puertas a la regeneración de una España achacosa. ¿Les suena?

 

 

Aquello era como una montaña rusa en'time lapse'; los tiempos muertos daban para coger aire y las bajadas para contener la respiración. No había tiempo para aburrirse, era una España vertiginosa en un eslalon político con una alta calificación de riesgo, era el año 1873 cuando la jaula de grillos patria había entrado en plena ebullición.
En medio de trifulcas de patio para unos, y en pos de una Ínsula Barataria inalcanzable por lo esclerotizado de la estructura estatal, la casa de todos estaba sin barrer y la ventilación tan necesaria para una proyección del país hacia un futuro estable y ambicioso se convertía en una lucha titánica.
Con cuatro presidentes en once meses, en aquel año comprimido, se perdió una opción sensata de abrir las puertas a la regeneración de una España achacosa y con muchos elementos de comorbilidad. Hacía falta una terapia de choque contundente pero la renovación estaba en cloroformo.
Durante el interregno que se dio tras la dimisión y hartazgo del monarca transalpino, se escucharon encendidos discursos a cada cual más grueso
Aquella aventura tan rica en debate y con oradores de la talla de Emilio Castelar, acabaría un 28 de diciembre del año 1974 con el golpe de estado de otro general, como venía siendo habitual, y que a la postre, devino en costumbre. Martínez Campos se llamaba aquel salvador de los intereses tangibles y muebles de los que no querían ceder ni un ápice en concesiones que con un mínimo de generosidad nos habrían elevado sobre nosotros mismos y nuestra tradicional y extraviada visión de la familia bien avenida que podíamos haber sido. Cada vez éramos más periferia, más arrabal, mas nada en el concierto internacional. El forcejeo llegó a ser de tal calado, que además de prolijo en golpes bajos, palos en las ruedas y falta de miras, mas parecía un esperpento o una chirigota, con el debido respeto a los gaditanos.
Retrato de Emilio Castelar Ripoll, por Joaquín Sorolla. 1901.
Retrato de Emilio Castelar Ripoll, por Joaquín Sorolla. 1901.
Así como quien no quiere la cosa, con un fondo de alzamientos cantonales, tiranteces periféricas no resueltas a su debido tiempo, algaradas carlistas larvadas o a pleno rendimiento, la aparición en el escenario político del anarquismo pronunciándose contra la esclavitud en las fábricas de Alcoy, el crescendo de los conflictos en Cuba y un trasunto de descomposición imparable, era nuestro lar un lugar bastante desolador a ojo de buen cubero.
Amadeo de Saboya, el rey entronizado con calzador tras la fuga de la Isabel II, era un buen hombre con buenas intenciones y además con una clara visión que apuntaba hacia una democracia regenerada y de nuevo corte. Le hicieron el vacío nuestra siempre apolillada, anacrónica y desfasada Iglesia, y la rancia y casposa aristocracia local.

El portazo de un hombre sin ínfulas

Amadeo era un hombre sencillo y humilde, sin ínfulas y que iba por la calle Mayor o los Austrias –de Madrid–, sin escolta. Muchos militares, al ser italiano, le negaron juramento y saludo incluido. Era obvia la miopía de algunos de aquellos uniformados, pues España ha tenido reyes foráneos unos cuantos, y que probablemente acabaron siendo más castizos que un chotis de verbena en Lavapiés. Quiso establecer un turnismo de cosmética renovada entre los constitucionalistas de Sagasta y los “radicales” de Zorrilla. Los republicanos por aquel entonces una minoría potente, le quisieron hacer una avería en el costillar y diseñaron un atentado de andar por casa que fue un fracaso del que afortunadamente salió ileso. Harto de reinar sobre una jaula de grillos, este hombre que apuntaba maneras dio un portazo.
Algo subido de testosterona, Figueres diría textualmente a los convocados en San Jerónimo que estaba hasta los coj…. de sus señorías
Durante el interregno que se dio tras la dimisión y hartazgo del monarca transalpino, se escucharon encendidos discursos a cada cual más grueso. Castelar en su línea de verbo rápido y afilado, se descolgó con este fragmento memorable: “Señores, con Fernando VII murió la monarquía tradicional; con la fuga de Isabel II, la monarquía parlamentaria; con la renuncia de don Amadeo de Saboya, la monarquía democrática; nadie ha acabado con ella, ha muerto por sí misma; nadie trae la República, la traen todas las circunstancias, la trae una conjuración de la sociedad, de la naturaleza y de la Historia. Señores, saludémosla como el sol que se levanta por su propia fuerza en el cielo de nuestra Patria”. Era alguien con un sentido común lúcido y claro.
Pero la puerilidad manifiesta de políticos de salón, que no de acción, y el apasionamiento por escucharse más que por convencer, alimentaba el esperpento y una melancolía decadente que generaba dudas sobre la capacidad de los próceres del Estado.
Pero la cosa no acaba ahí. Ya el primer presidente republicano, Estanislao Figueres se fue pegando un portazo ante la algarabía de guardería que presidia el hemiciclo. Algo subido de testosterona diría textualmente a los convocados en San Jerónimo que (sic) estaba hasta los coj…. de sus señorías.
Pero no menos tela tuvo el acceso de Pi y Margall en sustitución de Figueres que estaba viendo los toros desde la barrera…en Paris. Según versiones no contrastadas, el acceso de Pi y Margall a la presidencia del Poder Ejecutivo se produjo tras la actuación de un coronel de la Guardia Civil llamado José de la Iglesia, quien ante el vacío de poder y el cachondeo creciente, se presentó con un piquete en el edificio del Congreso anunciando a sus extenuadas señorías que de allí no salía nadie hasta que eligieran a un nuevo presidente.

Como siempre: ruido de sables

Al final, Pi y Margall duraría lo que el canto de un gallo. Treintaisiete días después dejaría el cargo sin poder sacar adelante la ley de separación entre Iglesia y Estado, detener a los levantiscos carlistas en Cataluña y País Vasco, agotado por la erosión a la república por parte del dicharachero cantonalismo y cansado de batallar con sus propias canas.
Nicolás Salmerón, por Federico Madrazo. 1879
Nicolás Salmerón, por Federico Madrazo. 1879
A continuación vino Nicolás Salmerón, medico e historiador, excelente persona pero algo pusilánime para torear en plaza tan soberana como el ruedo patrio. Tal como un 7 de septiembre, se negaría a firmar lasórdenes de ejecución de varias docenas de soldados que habían desertado pasándose a las filas carlistas y dimitió para dedicarse a su particular 'hobby', que no era otro que la metafísica.
Cuando todo parecía apuntar a un aterrizaje en un Estado moderno y sosegado con el genial orador Castelar –el siguiente en la lista–, este hombre prudente y de elevadas dotes diplomáticas, vio que se le iba de las manos la delicada situación nacional en la que cada vez era más lejano un quórum o acuerdo de mínimos. Además, estaban los uniformados enredando por ahí para salvar a la patria de un previsible naufragio, cuando en buena medida habían contribuido al desconcierto con discretos ruidos de sables, ora imperceptibles, ora audibles a conveniencia; vamos, que opinaban en diferido.
Estaban los uniformados enredando por ahí para salvar a la patria de un previsible naufragio, cuando en buena medida habían contribuido al desconcierto
Y así llegamos al general Pavía, republicano sí, pero de palo y tentetieso, que se coló en el Congreso y no precisamente de puntillas, para entregarles –en eso fue muy formal–, una carta a sus señorías en la que les conminaba a desalojar “el local” so pena de pasar a mayores. Hubo un breve debate –el uniformado fue generoso con el tiempo de reflexión–, y los diputados decidieron sabiamente morir cuando les llegara el momento.
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La Iª República fue quizás la mejor carta que tuvimos durante el largo siglo XIX.
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España no cabe duda, es un país en el que es difícil aburrirse.
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https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-03-12/que-nos-ensena-la-primera-republica-de-lo-que-esta-sucediendo-en-espana-hoy_1167184/
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EC/Agencias




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