¿Cómo es el modelo educativo actual? ¿Estamos educando mal a nuestros alumnos? Numerosos académicos coinciden en que el mundo actual, en pleno siglo XXI, no puede regirse por el modelo educativo propio de la revolución industrial porque estamos creando alumnos pasivos. Pero, ¿cómo debe ser el aprendizaje? Los niños deben aprender de forma activa y consciente, dejar de lado las clases donde el profesor expone un tema y los alumnos, simplemente, escuchan. El sistema educacional tradicional impide el desarrollo de la creatividad y de la originalidad, repercutiendo directamente en el desarrollo de las habilidades del alumno.
El profesor de la escuela de negocios del MIT, Peter Senge, criticaba en una reciente entrevista recogida por el diario El País que las escuelas replican el modelo pasivo de aprendizaje, en el que los estudiantes permanecen sentados “como si se les estuviese entrenando para trabajar en una fábrica”. En su afán por estudiar nuevas fórmulas pedagógicas, Peter Senge fundó en 1991 la Society for Organizational Learning (SOL), una red de aprendizaje basada en la innovación en la que participan más de 19 empresas y organizaciones, además de escuelas públicas y privadas de todas partes del mundo.

Transformación en la escuela

Un estudio realizado en 2010 por el MIT descubrió que la actividad cerebral de un estudiante, donde el alumno es sólo receptor de información, es similar a cuando ve la televisión. Según el profesor Senge, la fórmula actual es siempre igual: los profesores tienen el control y los alumnos no son proactivos. Dicha fórmula debe cambiar, porque alumnos y profesores tienen que aprender de forma conjunta y desarrollar los mismos intereses. El problema actual radica en que “los profesores no tienen todas las respuestas. Nadie sabe cómo se resolverán los problemas que ya nos afectan hoy, por ejemplo, el cambio climático”.
“Solemos decir que el profesor del siglo XXI tiene que enseñar lo que no sabe. Ahí empieza la innovación. Lo primero que tienen que hacer es desaprender, olvidar los métodos pedagógicos tradicionales. Es muy difícil porque tienen una identidad muy fuerte y se sienten orgullosos de estar al frente de la clase. Creen que mantener el orden y la atención en su discurso es lo que les hace buenos profesores, y tal vez sea ese el problema, las lecciones magistrales brillantes”, argumenta el profesor.
El objetivo es que el alumno desarrolle sus propias habilidades cognitivas para aprender. Esto es, la capacidad de prestar atención de forma sostenida; procesar la información; interpretarla, y guardar todo en la mente. Enseñar a pensar y no solo a memorizar.

¿Cómo funciona SOL?

La misión de SOL es “buscar innovadores para conectarlos entre sí, para que entiendan que no están aislados. Hay una revolución que está ocurriendo, cientos de profesores usan Flipped Classrom o el aprendizaje por proyectos, pero el problema es que no hay vías de comunicación entre ellos”. Para conseguirlo, la sociedad promueve cursos y programas, entrenamiento y consultorías con base de aprendizaje.
¿Cuáles son los resultados? El profesor explica que, por ejemplo, uno de los docentes de la red SOL que trabaja en una escuela pública de Boston (EE.UU.) ha creado un método en el que los alumnos se enseñan álgebra entre ellos. Durante 20 años ha desarrollado problemas complejos que ni los estudiantes más aplicados logran descifrarlos por sí mismos, con el objetivo de que, mediante el trabajo en grupo, puedan resolverlos. El profesor pasa a ser un facilitador o mediador entre alumnos, pero no impone su autoridad.

La escuela y la creatividad

El cerebro es adaptable y cambia constantemente su estado. Según el neurocientífico Norman Doidge, descubridor de la neuroplasticidad, el cerebro es maleable y tiene capacidad para mejorar las habilidades cognitivas. Esta maleabilidad podría explicar los cambios en el desarrollo del aprendizaje del niño, ya que depende de cuán desarrolladas estén sus capacidades cognitivas. Por tanto, ya no sirve el modelo educativo actual, hay que brindar la oportunidad a los alumnos de ser capaces de desarrollar, por sí mismos, su conocimiento y ser críticos.
¿Cuáles serían las consecuencias de seguir con este método? El profesor Senge explica que, en sus clases, pregunta a sus alumnos cuántos de ellos habían decidido a los 10 años que no sabían cantar o dibujar. “La gran mayoría levanta la mano. Entre los cinco y los 10 años se internalizan esos miedos a no dar la talla y los chicos, simplemente, dejan de hacerlo”. Por tanto, lo que este autor quiere decir es que la escuela, tal y como la conocemos, puede motivar y enraizar la falta de creatividad en los niños desde pequeños.
Por su parte, el pedagogo británico Ken Robinson, uno de los pensadores educativos más solicitados del momento, expone una crítica sobre la escuela tradicional. El experto argumenta que “los niños nacen con cualidades que, a menudo, el sistema entierra”. En sus conferencias defiende que bailar es tan esencial como las matemáticas. “Creo que la gente que piensa que bailar no es importante, probablemente ni baila ni nunca lo ha intentado. El sistema educativo actual trata la vida humana como si solo importase lo que existe entre las dos orejas”.
El famoso informe PISA revela que Singapur, un país que ha liderado la transformación educativa, está en el primer lugar del ranking seguido de Japón, Finlandia y Hong Kong. Pero no se trata de buscar la llave del éxito del sistema educativo que tienen en Finlandia o en Singapur, simplemente de aplicar nuevas metodologías de aprendizaje que se adecúen a las necesidades de los alumnos del siglo XXI. Una época caracterizada por los cambios constantes a nivel global y por la incertidumbre del futuro que conlleva a que profesores y alumnos aprendan juntos.

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Otra Universidad


Corría el primer cambio de milenio y Europa vivía un anómalo proceso de paz. En ese marco nació la Universidad, primero en Bolonia y, al poco tiempo, en París. Los aristócratas entendieron que sus herederos no deberían estar formados por el jefe de armas. Tenían que salir de su espacio. La Iglesia buscó a sus miembros más doctos y, con ellos, consiguió, más que un área de conocimiento, un espacio de socialización para la nobleza. Así nació la Universidad, como escuela de príncipes. Y así siguió, durante siglos, explicando los saberes básicos. Los oficios necesarios para la actividad económica no se abordaban, para eso estaban los gremios y su estructura laboral de aprendiz-maestro. El nacimiento de los estados modernos abrió la institución y, no por generosidad, sino por necesidad. Las coronas necesitaban talento para los nuevos Estados, y esos debían salir de la nueva institución, que pasan a ser el espacio educativo de la élite. Y en esa línea argumental, es como se desarrollan hasta la Segunda Guerra Mundial.
Europa, tras derrocar a Hitler, llega a dos conclusiones, la primera, que necesita técnicos para poder desarrollarse y, segundo, que precisa de ciudadanos con visión crítica del Estado. Y la Universidad garantiza, o al menos eso creen, esas dos necesidades. Se populariza. En España, este proceso se produce a la muerte de Franco y este dato explica una buena parte de los actuales males de la gobernanza universitaria.
La consolidación de las democracias liberales provoca que la lectura social del sistema universitario se dirija esencialmente a su aportación al desarrollo económico. Los anglosajones hacen una lectura amplia y entienden que deben convertirla en el puente que les una con sus mercados. Crean universidades globales. Por eso, cuando caminan por Kuala Lumpur o Qatar, nos les sorprende encontrarse con una sección universitaria de su país.
España lleva otra dinámica. La clase intelectual de la transición entiende que el sistema está prostituido por el régimen y debe ser limpiado y algo más relevante, sacralizado. Consiguen crear una gobernanza que pivote sobre los nuevos sacerdotes supremos, los catedráticos ¿Y la sociedad civil, la que paga las nóminas? Los pecadores no deben entrar en el templo, nada bueno pueden aportarnos. Obtenida la primera victoria, pronto alcanzaron la segunda, la más dañina, hacerse dueños del espacio de educación superior. Convencieron al país que ellos son alfa y omega de todo proceso que vaya más allá de bachiller ¿Y la formación profesional? Esa es para los impuros. Esta visión supremacista, fuertemente arraigada en Galicia y abonada por los respectivos conselleiros de educación, está extendida por todo el Estado y es la lacra contra la que combatir. Estamos en un entorno de continuos cambios y tan es así que muchos de ustedes, si superan los 45 años, habrán visto ya dos revoluciones industriales, la tercera, la irrupción de las tecnologías en el sistema productivo, y la cuarta, que está entrando actualmente, también denominada Industria 4.0 Por tanto, ¿Qué toca? Que el sistema, siguiendo al anglosajón, se ponga al servicio de la sociedad asumiendo un proceso de desacralización, que sea parte del espacio de educación superior y no el todo, y por último, que su gobernanza debe ser flexible, ágil, global y profesional.
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AutorVenancio Salcines Fundador de la Escuela de Finanzas y profesor titular de Teoría Económica en la UDC


Mi Horrible Experiencia en el Sistema Educativo | Jaime Altozano



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María Jesús Garzarán (Teruel), ingeniera principal en Intel: “En España hay mucho talento pero no se valora lo suficiente la investigación”

Nuevos retos educacion
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