La democracia declarativa es inocua hasta que las palabras y los discursos den paso a hechos con derivadas políticas y jurídicas. La necesidad de entregarse a la retórica y a la gestualidad es proporcional a la debilidad política en que un partido o un gobierno se encuentren. Pedro Sánchez preside un Gobierno que vive de prestado ya que con 84 diputados su capacidad de maniobra política es reducida. Lo más recurrente es utilizar el decreto ley y tomar decisiones sobre cuestiones de gran vistosidad cara a la opinión pública pero de bajo calado político. El mismo Sánchez ha insinuado que si no consigue aprobar los presupuestos la convocatoria de elecciones sería inevitable.

Lo mismo cabe decir de Quim Torra, que pasa los días de discurso en discurso y de gesto en gesto. El martes pronunció su esperada conferencia en el Teatre Nacional de Catalunya y ayer por la mañana ya estaba interpretando su propia conferencia, matizando, por si no se le había entendido.

Hablar ante un auditorio de incondicionales es mucho más agradecido que hacerlo en el Parlament, donde se suele debatir y discutir las acciones del Gobierno. La retórica del president Torra da mucho de sí. Y no me refiero sólo a lo que consta en las hemerotecas y en su producción literaria y periodística sino a su gran habilidad en adaptar sus palabras a lo que en cada momento conviene para defender la independencia.

Es cierto que no ha pisado ninguna línea continua y que su posición respecto a España se mueve en el ámbito de la palabra. Su conferencia en el TNC no contenía amenazas tan rotundas como las que había anunciado en agosto al afirmar que había que atacar al Estado. Simplemente, dijo que no aceptaría ­ninguna sentencia que no fuera la absolutoria cuando se conozca el fallo del juicio a los políticos independentistas procesados.

Su debilidad política es también consecuencia de su dependencia de Waterloo, donde Carles Puigdemont aprueba o desaprueba las decisiones importantes de su Gobierno. El diputado Carles Riera, de la CUP, le sacó tarjeta roja por considerar que las expectativas de diálogo con el Gobierno español son como marear la perdiz. Las relaciones entre la Crida Nacional inspirada por Puigdemont y ERC son muy tensas. Oriol Junqueras hizo una carta conciliadora desde la cárcel donde cumple, junto con otros presos, una innecesaria prisión preventiva, y fue objeto de duras críticas y burlas por parte de independentistas radicales. Lo mismo ha ocurrido con el diputado en el Congreso Joan Tardà.

Estamos donde estábamos hace un año. Sánchez ofrece negociar dentro de la legalidad y responde a la retórica de Torra con advertencias severas si de las palabras se pasa a los hechos. La ministra Batet dijo ayer en sede parlamentaria que la “conflictividad institucional tiene un límite” y la vicepresidenta Carmen Calvo advirtió que “si las proclamas políticas pasan a los hechos el Gobierno sabe dónde tiene que estar”.-