La huida de los necios
La muy anunciada, esperada, cacareada, conferencia magistral de Quim Torra, celebrada ayer en el Teatro Nacional de Cataluña, ante un abarrotado auditorio de paniaguados y barrigudos de andorga saciada —porque el Parlament sigue cerrado, democráticamente, a cal y canto, ya que no saben qué hacer con sus míseras vidas ni con la gobernación de la Comunidad Autónoma— resultó ser un bluff , un engaño, una tomadura de pelo de mucho cuidado. De ahí que unas horas después el independentismo se esté tirando los trastos a la cabeza, y amanezcan un poco más dividido que ayer, pero menos que mañana.
Torra, el MHP–acrónimo de libre lectura— de la Generalidad, se plantó ante el atril con cara de cordero degollado, contenido, renuente, y con voz e inflexión monocorde, y discurso melopéyico, se dedicó, durante algo más de una hora, a desgranar los consabidos “¿quiénes somos?”, “¿de dónde venimos?”, “¿qué hemos logrado?” y el inevitable “¿adónde vamos?”. Parecía más un fraile, a falta de sayo, o un enterrador de película de Tim Burton, a falta de féretro y fosa, que el líder que supuestamente debe conducir a un pueblo elegido —a un solo pueblo, que en esa cantinela seguimos, hay que joderse…— a su libertad nacional. Y con su discurso, plúmbeo, anodino, cursi, trufado de poesía vernácula insufrible y de una épica dolorosa que ni el más shakesperiano de los sodomitas superaría, logró dormir no sólo a las moscas y a los mosquitos, sino también a la selecta y poco respetable caterva de privilegiados nacionalistas convocada a modo de claca; a esa élíte de mercachifles y vendedores de humo que han convertido el golpismo, la conspiración y la aquiescencia al régimen en un modus vivendi de más de 120.000 euros anuales. Repasen el vídeo y les verán aplaudir sin el más mínimo entusiasmo, con cara de “Vale, tío, pero ahora qué haremos y de qué ubre seguiremos mamando, que yo acabo de comprarme un amarre para el yate y he dado una entrada millonaria en un campo de golf…”.
Siempre digo, y lo repito, que nunca las noticias, hechos, actos o declaraciones que se suceden en el mundo independentista deben ser analizados de modo aislado, individualmente, por separado. Todo cuanto acontece guarda estrecha relación. Horas antes de esa esperada y abrasadora perorata de Torra —destinada a insuflar ánimos a una parroquia de abducidos que ya no sabe qué hacer con sus pobres vidas más allá de colgar lazos y romperse la cara por ellos de ser preciso—, Artur Mas, el astuto embalsamado, había volado a Waterloo, a fin de reunirse, en una cumbre on the rocks, con Carles Puigdemont, el orate que mece la cuna a base de mando a distancia. Lo que allí hablaron y decidieron ese par de energúmenos es lo que saldría de los labios de Torra horas después. Sin duda alguna.
Y Torra, pobre marioneta rota, volvió a repetir, una por una, todas las falacias, estupideces y monsergas a las que nos tiene acostumbrados el nacionalismo irredento… A saber: que España es mala y muyyy fascista; que el Rey es la peste y nos odia; que hemos sido reprimidos y que no nos han convertido en galletas para perros de milagro, porque la ONU está de nuestra parte y les vigila; que el mundo nos mira y nos bendice en secreto; que el mandato del 1 de octubre sigue vigente; que somos pacíficos, alegres e inclusivos, y muy demócratas; que jamás habíamos llegado tan lejos; que la República está a la vuelta de la esquina; que será buena para todos (aunque a la mitad de la población la metamos en campos de concentración, con derecho a rehabilitarse y a alzar el brazo al son de Els Segadors); que yo sigo, tú sigues y él sigue; que esto es imparable; que el 80% quiere un referéndum; que ya no toca, Presidente Sánchez, hablar de nuevo Estatuto, que lo que queremos es el derecho a la autodeterminación, como Escocia o Quebec, pero sin Ley de Claridad, no jodamos; que dejaremos de respirar si las sentencias condenan a nuestros héroes de pacotilla, y que pondremos el cargo a disposición del Parlament de Cataluña… Y un interminable etcétera. Si no vieron la intervención, todo eso que se ahorraron, porque fue puro calcinamiento intelectual sólo apto para todos aquellos que salieron de casa bien meaditos y bien abrasados.
Tras lanzar a las masas a una escabechina social sin precedentes, se lavan las manos, se desentienden y les trasladan un mensaje claro y sin ambages: ahí os las compongáis, las barricadas son vuestras; las mariscadas, son nuestras…
Y se preguntarán, lógicamente, todos ustedes… ¡Bueno, vale! ¿Pero qué hay de nuevo? ¿Dónde está la enésima hoja de ruta de esta never ending story? ¿Cómo piensan seguir jodiendo la vida al personal? ¿Cómo implementan la República? ¿Y ahora qué?
Pues ahora, nada. Nada. Porque toda esta parroquia sabe que se juega inhabilitaciones, juicios, cárcel, perdida de patrimonio —y ténganlo muy claro: esta gente, perdón, esta gentuza, vive a un millón de años luz por encima de la más onírica de sus posibilidades, querido lector— y jamás pondrá en peligro su condición de burgués de riñón forrado. Jamás. Ni borrachos. Por eso Torra compareció, sobre todo, a fin de contentar, calmar e insuflar convicción a todos los abducidos de cerebro pulido que les siguen sandalia en mano. ¿Y qué les vendió? Pues nada en concreto, sólo agua de borrajas, y la vaga idea de que juntos lo conseguiremos; de que esto ya casi está; de que el mundo sigue pendiente de nosotros; de que ahora toca hacer una marcha por la República, a base de ocupar calles y mostrar nuestra voluntad irreductible de ser un pueblo libre; de que es necesario organizarse, y de que viva la coreografía bien hecha, los castellers, las calçotadas y la estelada bien agitada… En definitiva, una tomadura de pelo de mucho cuidado, que no viene sino a frustrar y a enervar un poco más al independentismo menos inculto entre la masa inculta y adocenada que conforma su cuerpo social. Porque hay mucha efeméride esperando ser celebrada en las próximas semanas y meses, y algo hay que decirle al rebaño, no vaya a ser que la estampida sea histórica, y que el 11-S y el 1-O nos dejen en pelota picada, con lo feos y ridículos que somos en cueros…
Se caen las vendas de los ojos. A la conjura de los necios sucede ahora la huida de los necios, la gran evasión de los miserables, de todos aquellos que han dejado a Cataluña hecha unos zorros, rota, fracturada, económicamente arruinada, irreconciliable, llena de odio y de resentimiento. Pasarán muchos años, muchísimos, incontables, antes de que nos perdonemos unos a otros. Hoy por hoy es imposible. Somos dos mundos, agua y aceite que no mezcla ni a cañonazos.
Los responsables de este desastre no pagarán nunca —no se engañen, amigos— todo el mal emocional, anímico, vital, afectivo, que nos han causado. Seguirán con sus vidas fabulosas, volando en business class y navegando en yates, sin experimentar el más mínimo remordimiento. Ahora mismo lo único que les importa, tanto a la ultraderecha nacionalcatólica urbana (CDC), como a los agrocarlistas nacionalcatólicos de provincia profunda (ERC), como a su espúrea prole de anarcosindicalistas tarados (CUP) es quién hereda las migajas del poder autonómico. Tras lanzar a las masas a una escabechina social sin precedentes, se lavan las manos, se desentienden y les trasladan un mensaje claro y sin ambages: ahí os las compongáis, las barricadas son vuestras; las mariscadas, son nuestras…
https://ataraxiamagazine.com/2018/09/05/la-huida-de-los-necios/