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Las playas también son suyas J.Luna

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Las playas también son suyas

Lo que no han conseguido generaciones de horteras con transistor, estirpes de domingueros, motoristas acuáticos y promesas de la petanca bien podría lograrlo el soberanismo: cómo amargar un día de playa.
La playa de Llafranc amaneció el domingo con un considerable número de cruces. Hay que agradecer que estuviesen clavadas junto al paseo y no en la disputada primera línea, una deferencia porque al decir del soberanismo es libertad de expresión y su libertad de expresión no tiene límites.
He aquí la victoria electoral de Ciudadanos el 21-D: alguien decide dedicar el domingo a convertir una playa hermosa de la Costa Brava en su cortijo y escenificar un cementerio. Y al que no le guste que se joda. ¡Las playas serán siempre nuestras!
Naturalmente, cuando una ciudadana se rebela ante semejante expropiación del paisaje y retira las cruces, ¡es el fascismo unionista! ¡Mirad cómo son!, ¡unos provocadores!
El mantra independentista sostiene que cualquiera tiene derecho a protestar en el espacio público sin ninguna, repito ninguna, limitación. Ni siquiera estética o de las que emanan del sentido común. Ya no se trata de leyes, ordenanzas, edictos: ¿a quién se le ocurre convertir una playa recogida en un espacio de confrontación?
Resulta sorprendente que hayan desaparecido chiringuitos en la costa o existan prohibiciones como la de pasear con perros y un sector del país se crea con derecho a plantar cruces, diez o mil, según les pida el cuerpo y les alcance el entusiasmo.
Muchos catalanes llevamos años recibiendo lecciones petulantes sobre democracia, libertad de expresión, feminismo y el sentir de todo un pueblo –el suyo– y estamos hartos de ser despreciados e insultados de forma sistemática. Cansados de tragar ocurrencias tipo encerado de la Diagonal o cruces en las playas, como si las ideas y las reivindicaciones no tuviesen cauces: urnas, tuits, medios dominados por el relato, calles para manifestarse, un Camp Nou donde corear “¡independencia!”, lazos amarillos...
No basta. Hay que tensar aún más. Toca convertir algo tan camusiano como un día de cuerpos entregados al sol y al mar en una jornada avinagrada con brisa integrista. El llevar la vida cotidiana al extremo de que nadie disfrute y haya que flagelarse. Porque lo decido yo. El catalán amo.
El relato se coordina rápido: es democrático sembrar de cruces una playa y es fascismo retirarlas. Pues nada, los franquistas a celebrar el 18 de julio con una plantada de antorchas en las calas de la Costa Brava. Y quien se emocione cada 6 de junio que convierta las playas de Catalunya en Normandía. Allí sí que pintan algo las cruces y no son ridículas...
Desde Berlín, Puigdemont tuitea sobre las playas: “Mi total condena del fascismo unionista (...) No caigamos en provocaciones”. ¡Qué gran guía!

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