Quizá porque desde que llegué a Catalunya, a primeros de los años setenta, me tocó vivir una larga etapa de seny y progreso político, nunca había comprendido bien lo de la rauxa catalana. Ahora comienzo a en­tenderla.
Un observador imparcial, que no se juegue nada en el envite y vea los toros desde la barrera, debe de estar intrigado viendo cómo una parte de la sociedad catalana -aproximadamente un tercio del censo electoral- parece haber perdido la aversión al riesgo y se deja ganar por la adrenalina de las apuestas fuertes, del tipo “todo o nada”. Por la tentación del éxtasis nihi­lista: la idea de que no hay­ ­límites a lo que uno pueda desear.
¿Cómo entender esta rage de vouloir conclure de la que ya habló Gustave Flaubert? Hay dos hipótesis.
La primera es que ese tercio -en buena parte clases medias profesionales y empleados y funcionarios públicos- piense que hay que aprovechar la ocasión que brinda la crisis para dar un paso adelante y que no hay riesgo para ellos en el envite. Dado que, sea cual sea el resultado de la apuesta, ellos no perderán. Pero me parece una hipótesis cogida por los pelos y un poco ofensiva.
La otra es que no sean del todo conscientes de los riesgos a los que puede conducir el experimento de la independencia. O que siéndolo, los minusvaloren. Especialmente aquellos riesgos que los clásicos llamaron los “efectos no deseados de nuestras acciones”.
¿Cuáles pueden ser esos efectos no deseados de la independencia? El debate gira alrededor de los costes económicos y de la salida de las instituciones europeas. Pero no son los únicos. Ni los más relevantes. Para mí el riesgo más importante es que, aún sin desearlo, acabemos haciéndonos daño en lo más importante para una sociedad: la convivencia y el progreso social.
El verdadero obstáculo para la independencia no es el Estado, sino la pluralidad de la sociedad catalana. Si la gran mayoría de catalanes quisieran la independencia, no habría Estado que lo pudiese impedir. Pero no es así. Tenemos preferencias políticas diferenciadas. Este es un hecho molesto para los independentistas, pero no lo pueden obviar.
La pluralidad social es el principal hecho diferencial catalán. La opción independentista es una opción política más, tan legítima como cualquier otra. Pero no puede forzar la situación aprovechando su posición de poder institucional. De lo contrario, nos haremos daño.
¿Cuál es la salida? Para muchos está en que desde el Gobierno y las instituciones del Estado se formule una alternativa al reto independentista. No estoy de acuerdo con este argumento, al menos totalmente.
La salida al actual callejón ha de surgir de la propia sociedad catalana. Tiene que aparecer una fuerza política capaz de representar el deseo mayoritario de mejora del autogobierno, pero permaneciendo en España. Ese fue el papel histórico de CiU y del PSC. Hoy no existe una fuerza política capaz de aglutinar el catalanismo. Pero surgirá, porque lo que existe en la realidad social acaba teniendo su reflejo en la vida política.
Lo sucedido en Euskadi me sirve de ejemplo. El reto independentista lanzado por el lehendakari Juan José Ibarretxe tensó la sociedad vasca y acabó con su presidencia. El PNV salió tocado y quedó fuera de muchas instituciones. Pero, bajo el nuevo liderazgo de Íñigo Urkullu, supo dar un paso atrás. Recompuso su discurso político en clave nacionalista, no separatista. Los resultados los cosechó ya en las elecciones de diciembre del 2012 con la vuelta al Gobierno. Y los ha consolidado en las recientes elecciones municipales que, mediante un acuerdo de estabilidad institucional con los socialistas, han permitido al PNV lograr el mayor poder desde 1987. Una mayoría de vascos quieren permanecer en España, pero gobernados por Urkullu.
Esta salida a la vasca no es hoy posible en Catalunya. No hay nada similar al PNV, ni un liderazgo como el de Urkullu. La vieja coalición de Convergència i Unió se ha roto. Y Convergència ha desaparecido en el órdago. Las elecciones del 27-S nos darán una primera pista. Pero la recomposición del sistema catalán de partidos tardará
En todo caso, ¿quién tiene hoy por hoy la principal responsabilidad de evitar que nos hagamos daño? A mi juicio, los independentistas. Creo que, pensando en el interés general, deben dar un paso atrás. Un paso atrás que no significa renunciar a sus aspiraciones, sino someterlas a la disciplina de dos virtudes clásicas: la prudencia y la templanza.
Los líderes de la coalición independentista tienen que hacerse la pregunta de cuáles son los límites que no pueden traspasar los experimentos sociales. A esta pregunta el gran pensador liberal Isaiah Berlin contestó que hasta aquel punto en que las consecuencias comiencen a ser irreversibles. Creo que en Catalunya comienzan a serlo: la fractura social interna. Si no se frena, el escenario para los pró­ximos años es una mezcla de frustración, melancolía, conflicto social y desorden político. Esa mezcla no permite construir nada bueno. Pero estamos a tiempo de ­evitarla.
http://www.ub.edu/graap/torre%20arrogancia%20resena.pdf

http://www.ub.edu/graap/la%20gloriosa%20resena.pdf
http://www.ub.edu/graap/mediterraneo18.pdf