Como tradición política, el republicanismo puede caracterizarse como una doctrina que reivindica una reconceptualización del concepto de libertad, en lucha permanente contra la tiranía, una dignificación de la política como medio natural de autogobierno democrático, y un rescate de la idea de virtud ciudadana como motor fundamental del engranaje político de un Estado. Estas ideas, por supuesto, requieren del matiz y, tal cual, pueden interpretarse de formas muy diversas, dando lugar a distintas versiones del republicanismo contemporáneo. Pero conjuntamente son suficientes para capturar una tradición de pensamiento cuyos contornos no son más difusos que los de cualquier otra tradición política. El propio liberalismo, que desde luego tiene menos historia, no le anda a la zaga. De hecho, 'liberalismo' y 'republicanismo' son conceptos que precisan siempre de adjetivación. Incluso en el pulcro mundo académico contemporáneo podemos encontrar liberales antiigualitarios (Robert Nozick) y liberales igualitarios (John Rawls o Ronald Dworkin), republicanos comunitaristas con vetas conservadoras (Michael Sandel) y republicanos fuertemente democráticos (Quentin Skinner o Jürgen Habermas). Sobra decir que las propuestas institucionales o redistributivas de unos y otros, en cada familia, se parecen bien poco.
Pero vayamos a Pettit y a su libro, Republicanismo, el objeto de la mayor parte de las críticas de Delgado-Gal. Es cierto que el ideal de libertad como no-dominación de Pettit tiene problemas conceptuales. Recordemos que, según esa idea, un individuo es libre cuando nadie puede interferir arbitrariamente en su vida. El principal problema es si existe un espacio conceptual suficiente y relevante para esa idea de libertad, 'una tercera vía' entre las clásicas ideas de libertad negativa (yo soy libre de hacer X si nadie me prohíbe hacer X, en el sentido en el que puedo decir que yo soy libre de viajar en el Concorde) y libertad positiva (yo soy libre de hacer X si realmente puedo hacer X, si dispongo de los medios o tengo la posibilidad real). No es cosa de abordar aquí esta dificultad, pero no podemos dejar de reconocer que a la formulación de Pettit le resulta difícil encontrar un lugar en el mundo, al menos cuando trata de traducirla en propuestas políticas, un lugar que no pueda ser ocupado, a veces con más limpieza intelectual, por liberales de izquierdas como Rawls. Sin advertirnos, Pettit, con frecuencia, estira el concepto para condenar situaciones indiscutiblemente injustas que, desde una mirada más pulcra analíticamente, no resultan incompatibles con su idea de libertad. Pero ¿qué podemos inferir de ahí? A lo sumo, que Pettit es un republicano-liberal un poco descuidado. Y deberíamos añadir, siguiendo los propios argumentos de Delgado-Gal, un republicano-liberal-de-izquierdas. Hasta ahí, de acuerdo con Delgado-Gal; inmediatamente después, las discrepancias.
Empecemos por el detalle, nada irrelevante. Delgado-Gal afirma que una política pública como la de la gratuidad de la enseñanza (ciertamente compatible con algunas versiones del liberalismo) no se desprende en absoluto del ideal de no-dominación. Esta afirmación, no argumentada, resulta un tanto arriesgada. La libertad como no-dominación puede no distinguirse mucho de otras concepciones liberales de la libertad (como la igualitarista), pero por supuesto ampara la justificación de políticas igualitaristas y redistributivas, entre las que se sitúa la enseñanza pública. Sencillamente, la educación es una estrategia excelente para evitar la aparición de escenarios de dominación. Entre otras razones, porque alguien que no puede acceder ni siquiera a una enseñanza básica, se encuentra en una posición propicia a ser dominado por otros.
Pero la preocupación mayor de Delgado-Gal es otra: el republicanismo de Pettit concede al Estado un margen de maniobra 'indefinidamente grande'. Se trata de una vieja preocupación liberal: las decisiones de todos, la democracia, se entromete en la vida de cada uno y, por ello, resulta conveniente poner bridas, límites y frenos a las decisiones colectivas. Y aquí la crítica produce bastante perplejidad, habida cuenta de que casi toda la segunda parte del libro de Pettit, dedicada a explorar el diseño institucional de un Estado republicano, no es más que la reivindicación de sistemas e instituciones clásicamente liberales (y típicamente de republicanos muy moderados) que son los que, en definitiva, hemos heredado fundamentalmente de la tradición constitucional americana. Precisamente cuando Skinner, 'el inspirador de Pettit', en palabras de Delgado-Gal, 'desautoriza cortésmente a su discípulo' e 'insinúa (...) que Pettit no ha entendido a los republicanos' (en una lectura que juzgamos exagerada -a decir verdad, incorrecta- de las propias palabras de Skinner), lo que muestra es que Pettit sigue atando demasiado fuertemente a las propias instituciones democráticas, en última instancia las únicas que pueden legitimar las decisiones públicas más importantes. Lo cierto es que en su preocupación obsesiva por sujetar la voz del demos, de las instituciones directamente relacionadas con la voluntad ciudadana, parece Pettit más cerca de Hayek que de Rousseau.
En cualquier caso, tal vez lo más inquietante del artículo de Delgado-Gal es que, aunque él por supuesto no la comete, podría inducir a un lector desprevenido a cometer la falacia de composición. Esto es, en términos menos técnicos, a tomar el 'todo por la parte'. Cualesquiera debilidades o pobrezas de la teoría republicana de Pettit que podamos encontrar, y no son pocas, no son automáticamente transmisibles a otras versiones del republicanismo o a la tradición republicana en su conjunto. Que el Republicanismo (en cursiva, haciendo mención al libro de Pettit) pueda tener más o menos defectos no implica que el republicanismo (como tradición política) los tenga. Delgado-Gal es, sin duda, consciente de ello, pero no lo transmite con suficiente claridad en su artículo.
Porque, desde luego, el republicanismo es bastante más que el libro de Pettit. De todas sus versiones, las de raíz más democrática son seguramente las más interesantes, las que más pueden aportar a la renovación ideológica, desde perspectivas igualitarias. Es la concepción defendida por pensadores de notable prestigio académico como Quentin Skinner o Jürgen Habermas, incluidos algunos que, aun si etiquetados a veces como liberales, defienden, en estos asuntos, argumentos de la tradición republicana, como es el caso de Jeremy Waldron. Con muchos matices que no se dejan desgranar en la corta distancia de un artículo, esa concepción defiende propuestas institucionales cimentadas en una mayor cultura política y cívica de los ciudadanos, una mayor posibilidad de acceso a la participación política a través de una renovación del diseño institucional de los procesos de toma de decisiones en distintos ámbitos, y una visión renovada (más democrática) del constitucionalismo. Entre otros factores, un hecho que explica por qué nos parece más interesante esta versión del republicanismo (y que en parte se encuentra en la genealogía del resurgimiento del pensamiento republicano en su conjunto) es el intento que desde ámbitos académicos se está realizando para recuperar el pulso de la democracia, es decir, para combatir la creciente apatía política producida en los países occidentales.
Cierto es que esas otras tradiciones republicanas están lejos de proporcionar un repertorio completo de propuestas, sobre todo cuando la mirada se vuelve hacia las instituciones económicas. Es así y, por razones hondas, es lo común: no hay tradición de pensamiento político en condiciones de asegurar recetas ajustadas a paciente y ocasión. Tampoco, por supuesto, el liberalismo. Con todo, creemos que es en dirección a aquella concepción, más rica y más sólida que la de Pettit, donde quizá los socialistas deberían volver la mirada. Si es que no basta con lo de ser socialistas, que no se sabe muy bien por qué no. Después de todo, el mejor socialismo ha sido, y es, republicanismo y algo más.
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Félix Ovejero Lucas es profesor de Ética y Economía de la Universitat de Barcelona. José Luis Martí Mármol es profesor de Filosofía del Derecho de la Universitat Pompeu i Fabra.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 4 de enero de 2002
https://elpais.com/diario/2002/01/04/opinion/1010098808_850215.html
Como ven, nada más alejado del republicanismo cívico que la teoría y la praxis de nuestro gobierno y de buena parte de su oposición.
P. ¿Qué le dijo a José Luís Rodríguez Zapatero?
http://www.alcoberro.info/V1/republica4.htm
Carlos Campos Acero
¿Puede una persona declararse monárquico y partidario, simultáneamente, del republicanismo político sin caer en la incongruencia?. Yo lo soy: lo declaro expresa y públicamente en la presentación de este blog, en el apartado "Sobre el autor": "Monárquico por sentimiento, lealtad y convicción personal, se declara de izquierdas, progresista y socialdemócrata. En la estela del republicanismo cívico, entiende la política como ejercicio virtuoso de cosa pública, el federalismo como el marco idóneo donde desenvolver el autogobierno de los pueblos y los Estados y la democracia como procedimiento y fin en sí misma".
No creo ser incongruente. Y me atrevo a sacar esto a relucir porque declararse monárquico o republicano no es otra cosa que decantarse por una u otra forma de configuración de la Jefatura del Estado, no una opción para la acción política, en la que partidarios de una u otra forma de Estado pueden estar absolutamente de acuerdo
Hace pocas semanas leía en uno de los blogs del diario El País una interesante entrevista al catedrático de Sociología de la Universidad de Barcelona, Salvador Gíner, en la que se mostraba muy crítico con la concepción de la sociedad actual acerca de la moral y la ética en la política, y en general, y se hacía referencia a su más reciente publicación al respecto: El origen de la moral. Ética y valores en la sociedad actual (Península, Barcelona, 2012). Me interesó lo que planteaba y pedí a la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas que me lo buscara, pues no lo tenían en depósito. Menos de una semana después estoy leyéndolo con fruición y provecho. Y lo que son las casualidades, en su capítulo noveno, "Ciudadanía", encuentro un apartado titulado "Virtud pública y republicanismo" (páginas 281-283), que refleja muy bien lo que expreso en la presentación de "Desde el trópico de Cáncer" y corrobora mi profundo sentimiento de admiración por Hannah Arendt. Perdónenme la insistencia, pero no me resisto a trascribirlo en su integridad:
"La concepción republicana de la politeya posee antiguas y profundas raíces. Tras un largo período de relegación, si bien no de completo olvido, experimentó un renacimiento notable, que se remonta a la obra de algunos filósofos morales del siglo XX como fuera Hannah Arendt. El esfuerzo por consolidar el republicanismo como alternativa a las otras concepciones democráticas del orden político tiene consecuencias de alcance para la teoría moral de la democracia.
El republicanismo comparte algunos rasgos con el liberalismo. Su énfasis principal, empero, recae sobre la fraternidad o solidaridad, así como sobre el altruismo. (Son las virtudes cívicas, las de su moral pública.) Ello sega sella su ligazón con la justicia social y la redistribución equitativa de recursos, así como con su visión del ciudadano como ser dotado de virtud cívica. Esto incluye participación en lo público, responsabilidad ante el interés común tal y como se plasma en la res publica y al que se llega a través de la deliberación. De igual modo, el republicanismo no se ciñe a la vida política, sino que suele preocuparse de que la actitud participativa penetre todos los niveles de la vida social: la empresa, la convivencia del barrio, la cultura en el espacio público, en las instituciones privadas y en el seno de los movimientos sociales. He aquí algunos de los elementos esenciales para una concepción genuinamente republicana de la buena sociedad.
Llama la atención en esta concepción de la politeya su afinidad con la interpretación multidimensional del ciudadano. No osaría afirmar que todos los amigos del recién descrito ciudadano "avanzado" sean republicanos implícitos o subconscientes. Me limito a indicar afinidades electivas, inclinaciones compartidas por ambos, es decir, entre la hipotética ciudanía republicana y lo que constituye una ciudadanía plena o avanzada. Las demandas que emanan de los ciudadanos que apoyan la multidimensionalidad para que se ejercite la fraternidad o solidaridad a través de una política social efectiva orientada sobre todo hacia quienes son ciudadanos precarios -por pobreza, marginación social o cualquier forma de discriminación regular- coinciden con las del republicanismo. Lo mismo ocurre con la exigencia de derechos participativos en la industria y la empresa, en la vida comunitaria, en la conversación pública y en la esfera política. Los avisos contra el exceso del profesionalismo en las instituciones que eliminan nuestra condición de partícipes y nos transforman en seres pasivos -pacientes tratados como objetos en la sanidad y medicina públicas, por ejemplo- responden también a una conciencia solidaria o civismo social, por así decirlo que es concomitante con la filosofía política del republicanismo. Todos, incluso los pacientes y hasta muchos condenados a prisión por la justicia, deben tener derecho a la voz y la palabra, y a ser tratados con respeto."
Como ven, nada más alejado del republicanismo cívico que la teoría y la praxis de nuestro gobierno y de buena parte de su oposición.
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http://www.laprovincia.es/blogs/desde-mi-ventana/republicanismo-reclamar-la-etica-en-la-politica.html
Sociedad Civil, por Salvador Giner 1/4
https://www.youtube.com/watch?v=MPQ8SVYuTtw&feature=youtu.be
REPUBLICANISME: UNA INTRODUCCIÓ
http://www.alcoberro.info/V1/republica2.htm
R. Creo que se identifica con el concepto de republicanismo que yo expongo, con la idea del ciudadano que exige respeto y considera inadmisible que alguien o algo tenga el derecho de decidir sobre su vida y su libertad, sea un individuo o una institución, como podrían ser la Iglesia u otros poderes. Le dije –en público y también en privado– que lo que requiere su Gobierno es humildad, la suficiente como para crear los mecanismos sociales de control independiente que exige una república, sea sobre los medios de comunicación públicos, sea apoyar y articular organizaciones no gubernamentales de mujeres, de consumidores, de minorías, y no sólo darles apoyo económico y legal, sino hacerlas realmente independientes y fuertes, y después ser lo suficientemente humildes como para aceptar que estos mismos cuerpos que han ayudado a crear se conviertan en sus peores críticos, en los más duros. Para eso se requiere una gran virtud, porque a todos los gobiernos les cuesta mucho aceptar la crítica, y más aún de sus propias creaciones. La respuesta que me dio fue que me invita a Madrid a que examine su Gobierno dentro de tres años –seis meses antes de las próximas elecciones– para comprobar si ha sido fiel a esas ideas. Un compromiso muy valiente y muy bello.
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P. En España el republicanismo se asocia con la idea de derrocar a la monarquía...
R. No se trata de destronar a las monarquías. Es la idea de que una persona no puede ser dueña de otra. Tiene su origen en la Roma clásica y puede seguírsele la pista en el Renacimiento y en los movimientos de finales del siglo XVIII en Inglaterra y en América. Consiste básicamente en no tener dueño, en ser libre. En la Inglaterra del siglo XVIII, quienes se consideraban republicanos usaban el término “commonwealth”, en el sentido latino de “res publica”, de bien común, pero estaban satisfechos con la idea de una monarquía constitucional. Jean-Jacques Rousseau dice que una monarquía en la que el rey está sometido a la ley y en la que funciona un Estado de derecho, debe ser llamada república. Podríamos llamarlo ciudadanismo porque lo que lo define es la diferencia entre súbdito y ciudadano. En política, lo más importante es la libertad, porque la libertad significa no ser súbdito de nadie, ni de un poder público ni de un ciudadano privado.
P. ¿Cómo se articula?
R. La primera obligación del Estado es impedir que determinados individuos sean súbditos de otros individuos; la segunda tiene que ver con el hecho de que, para evitar el dominio de unos sobre otros, se crea otro poder, y entonces se plantea el problema de cómo controlar el Estado a través de una teoría constitucional que nos dice cómo ponerle freno al poder público y hacerlo democráticamente responsable. Hay tres principios básicos en una democracia: el primero la elección de quienes ostentan el poder por un periodo limitado y, preferentemente, con una rotación del personal. La segunda idea es que debe haber una separación de poderes, de modo que nadie lo controle todo. En la antigua Roma, por ejemplo, había hasta cuatro asambleas elegidas y todas ellas se solapaban de modo que existía una auténtica situación de control y equilibrio. Finalmente, la tercera idea es que el Estado de derecho debe ser aplicable a todo el mundo.
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P. ¿La república rinde cuentas, es transparente?
Esto es la esencia de todo. Este poder público que nos protege aplicando la ley, impidiendo, por ejemplo, los abusos de otras corporaciones públicas, tiene que ser transparente hacia los ciudadanos, de modo que sepamos lo que hace. Hay un cuarto elemento que debe permitir a la ciudadanía controlar y saber lo que hace el gobierno y también incidir en lo que hace.
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P. ¿Cómo incidir en lo que hace más allá de votar cada cuatro años? Hemos tenido muchos ejemplos de Gobiernos que consideran que ganar unas elecciones les da un cheque en blanco para actuar en contra de lo que quiere la ciudadanía.
R. Además de votar, los individuos o los grupos de individuos deben poder pedir al Gobierno que justifique lo que hace e incluso iniciar acciones ante los tribunales si consideran que no es legal lo que hace. El control se ejerce a través del Parlamento, pero también a través de la opinión pública y, en este sentido, los medios de comunicación son claves. En política nunca hay soluciones fáciles, pero hay una variedad de instituciones que podemos explorar. Empezando por abrir vías para que individuos y movimientos sociales, lo que llamamos ONG, hagan oír sus voces a través de los media.
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P. ¿A través de referendos?
R. No soy muy partidario des estas consultas populares del modelo norteamericano, porque finalmente los únicos que salen adelante son los que tienen el dinero de los grandes “lobbies” detrás, porque son muy caros de organizar y más aún de ganar, lo que los convierte en un instrumento de la derecha más conservadora. Prefiero que los gobiernos se vean forzados a explicar lo que hacen en los medios de comunicación y también que exista algún tipo de tribunales de apelación administrativos que puedan detener determinada decisiones del Gobierno, sin olvidar instituciones como los Defensores del Pueblo. Pero lo más importante es que haya libertad de expresión, libertad de asociación y la posibilidad de manifestarse en la calle. Son necesarios unos medios de comunicación independientes, por eso soy favorable a la dispersión de la propiedad de los medios de comunicación y, por supuesto, a un sistema realmente autónomo de gestión de los medios de comunicación públicos.
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P. Ésta es una de las tareas que tiene por delante el Gobierno de Rodríguez Zapatero. ¿No cree usted que además de una regulación legal, este es un asunto que sólo progresa si la sociedad ha madurado lo suficiente como para que el gobierno de turno no se atreva a manipular?
R. Sí, se necesita el apoyo de la sociedad y que haya expectativas de este tipo en la opinión pública, pero si se aplica medidas como, por ejemplo, nombrar al director de la televisión pública por un periodo fijo e impedir que pueda ser despedido, que su mandato no coincida con la legislatura política y, además se crea un ente independiente que reúna a los más variados sectores de toda la sociedad para que controle, monitorice y critique el funcionamiento de la televisión en cuestión, se consigue lo que en definitiva es la idea republicana, que no es otra cosa que “checks and balances” [controles y equilibrios].
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P. Un equilibrio delicado.
R. Sí, lo es. Se lo dije a Rodríguez Zapatero tras mi conferencia en Madrid. Le dije: la política es el arte más importante y el más difícil en la vida humana, y ciertamente, se necesitan políticos devotos de sus ideales, en el sentido de servicio a la ciudadanía y del sistema, pero lo más difícil es diseñar las instituciones de modo que recojan siempre el sentir de la otra parte. Hay un dicho latino republicano que reza: “Audi alteram partem” [Escucha a la otra parte]. Hay que crear ese tipo de cuerpos sociales, hay que dar dinero a movimientos sociales autónomos, sobre consumo, sobre salud; dar voz a las minorías que serán sus críticos... Hay una constante interacción entre las instituciones y las leyes que se hacen y los valores que tiene la gente. Ya lo dijo Maquiavelo.
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P. En sus libros cita a menudo a Maquiavelo.
R. Sí. Al Maquiavelo de los DISCURSOS, el republicano, no al de EL PRÍNCIPE. Lo que él dijo es que no se pueden tener buenas leyes sin buenas costumbres o buenos hábitos, pero tampoco se puede tener buenos hábitos sociales sin buenas leyes. Las dos cosas van juntas. Las buenas leyes tienden a mejorar los hábitos sociales que a su vez impulsan mejores leyes. Es un círculo virtuoso. Pero nunca hay una garantía de éxito porque la política es algo muy frágil, y un solo acontecimiento puede desencadenar reacciones terribles.
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P. ¿El republicanismo es jacobino o federalista?
R. Federalista. El republicanismo francés tiene un problema: le afectó demasiado Jean-Jacques Rousseau, que era un republicanismo renegado. Tenía las ideas básicas republicanas, rechazaba la dependencia en la buena voluntad del otro, creía que la libertad es la ausencia de la dominación y defendía el Estado de derecho. Pero Rousseau aportó una idea al republicanismo que le es ajena: la del pueblo soberano, la de unir a la gente en una sola voz. Esto procede de una tradición completamente distinta, del concepto de solidarismo, del pueblo como algo distinto del individuo. Estas ideas proceden de pensadores como el absolutista Jean Bodin o Thomas Hobbes. La idea de que el pueblo hable con una sola voz es profundamente antirrepublicana, de ahí la tendencia al centralismo del modelo francés, a esa voz única. Creo que la tradición auténticamente republicana es el federalismo, en el sentido de que tiende siempre a dividir el poder, de modo que el poder público nunca sea en sí mismo un poder dominante, sino que se perpetúe el proceso de control y equilibrio.
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P. Hay elementos que apuntan a que vivimos unos momentos de retroceso histórico, perdemos derechos que dábamos por consolidados. Me refiero, por ejemplo, al recorte de los derechos humanos en aras de la seguridad o, en lo económico, a las consecuencias de la globalización.
El principio republicano de prioridad la libertad, entendida como la no dominación, también debería marcar las relaciones entre los Estados. En un orden internacional ideal, cada Estado representando a su gente no sería forzado contra sus deseos por otros Estados. ¿Cómo conseguir esto? En estos momentos, el gran problema es que hay uno, los Estados Unidos, que lo domina todo, sin un contrapeso como lo fue la Unión Soviética durante la guerra fría. La única respuesta está en el trabajo en red, a través de coaliciones de Estados. El caso de Europa es un ejemplo y debería ser el ideal de las Naciones Unidas, pero parece claro que a la actual Administración de Washington no le gusta nada, quiere mandar sobre el mundo y se marcha de Kioto, deja la Corte Penal Internacional, marca sus distancias con las Naciones Unidas y decide invadir Irak con el apoyo de muy pocos países. Es decir, tiene y busca una posición de dominio en el mundo. El neoconservadurismo es esto: quieren una dictadura benigna porque creen que poseen los valores correctos, pero nunca sería correcta una dictadura por más benigna que sea, porque el amo será siempre el que decida.
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P. No deja de ser una paradoja que Estados Unidos, que en su origen representa este republicanismo que usted predica, propague ahora la dictadura.
R. El modelo de Estados Unidos tiene problemas internos como casi todos los sistemas. Creo que hay instituciones que necesitan cambios drásticos, pero aun así espero que la situación actual sea transitoria, asociada a esta Administración. A la sociedad norteamericana, en general, no le gusta la idea de que su país domine a otros países, pero la conjunción de los atentados del 11 de septiembre y esta administración neoconservadora han hecho posible esta deriva. Creo que el apoyo a la guerra de Irak y al haberla declarado casi unilateralmente está declinando rápidamente. Al igual que después de la guerra de Vietnam, habrá un repliegue. Los norteamericanos detestan la idea de que ahora en todo el mundo haya una hostilidad contra su país y contra cada uno de ellos como individuos. Ojalá viajen más.
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P. ¿Europa debería actuar como contrapeso?
R. Por supuesto. Creo que esta necesidad generará en Europa un mayor apoyo a las instituciones. Conforme pasen los años y quede claro que Estados Unidos sigue sin tener ningún competidor, quedará más claro que Europa debe unirse.
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P. ¿En un mundo en el que se expanden movimientos como el fundamentalismo islámico o triunfan sistemas como el confucianismo capitalista, por poner dos ejemplos, el republicanismo tiene carácter universal o está limitado a las culturas occidentales?
R. Creo que en ninguna cultura la dominación se considera un valor positivo, excepto, por supuesto, para el dominador. Éste es un registro humano muy profundo. Todas las evidencias apuntan a que la gente no quiere ser dominada. Es algo que forma parte de la naturaleza de la especie que dice: “Quiero ser mi propio dueño”. Queremos ser capaces de exigir respeto, no de recibirlo como un regalo, y que nos lo puedan quitar. Lo importante es exigir respeto, y creo que esto es universal, y que se pueden encontrar diversos nombres para el republicanismo porque se llama libertad. La tradición liberal rompió esta conexión y usó el término libertad para algo diferente, para indicar que no querían ninguna interferencia. Yo quiero restaurarlo y creo que éste es un valor universal. Se trata de forzar a los demás a que te respeten porque quede claro que no eres su sirviente.
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P. ¿En el sentido de dignidad?
R. Exacto. En latín está claramente asociado: “dignitas”, y en inglés, “status”.
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P. ¿Cómo se mantiene la dignidad y se reclama respeto en un contexto de claras desigualdades económicas?
R. El republicanismo, en lo que respeta a las relaciones entre los ciudadanos, incluye que todo el mundo debe estar protegido contra la pobreza; que todo el mundo debe tener acceso a cobijo y vestido, y disponer de las capacidades básicas para llevar una vida económica dentro de la sociedad. El cómo deba hacerse, si por medio de un sistema de seguridad social o por el de unos ingresos mínimos asegurados, como algunos apuntan, es una cuestión de los detalles políticos. Pero sí que tiene que haber provisiones contra la pobreza para que los individuos no sean dominados por los que tienen más dinero.
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P. ¿Cómo se adaptan los valores republicanos al proceso de globalización?
R. La globalización puede ser positiva con dos condiciones: que sea justa, que cuando se les pide a los países pobres que firmen un acuerdo para liberalizar las telecomunicaciones, éstos puedan a su vez exigir acuerdos globales en los terrenos que les interesen. El caso de la agricultura es el más claro. El cultivo del algodón, por ejemplo, se asocia a los países pobres, pero Estados Unidos es uno de los mayores productores, y mientras el Gobierno norteamericano no deje de pagar esas enormes subvenciones a sus productores de algodón, no habrá justicia con los países pobres. Y lo mismo sucede con la política agrícola de la Unión Europea. Si no es así, no se le puede llamar globalización, aunque atreverse a tocar estos privilegios sea electoralmente muy difícil. La segunda condición es establecer un control sobre las grandes compañías multinacionales, a las que la globalización ha dado un poder enorme que les permite chantajear a Gobiernos y sociedades. Las grandes corporaciones se han convertido en reales poderes de dominación, exactamente en un modelo antirrepublicano. Hay un proverbio irlandés que dice: “No hay fuerza más que en el número”. Lo esencial es que los gobiernos creen las redes que les permitan controlar estas empresas y obligarlas a jugar con determinadas reglas, no con las que ellas imponen ahora.
http://www.alcoberro.info/V1/republica4.htm