La fuerza de la CUP es innegable en la política catalana. Son pocos pero deciden mucho. Perdieron seis de los diez diputados que tenían hasta el 21 de diciembre pero siguen siendo decisivos para la investidura del nuevo govern. Artur Mas no acababa de creerse que le echarían de la presidencia. Y lo enviaron al baúl de la historia, según expresión de los propios cuperos.

Al comienzo de la última legislatura se propusieron poner el sistema de patas arriba. Y lo consiguieron. Presagiaron que echarían los bancos de Catalunya y fuera están en cuestión de días. Prometieron proclamar la república catalana y se declaró en el Parlament aunque fuera sólo por unos minutos. La CUP perdió muchos votos pero sigue siendo decisiva.

Mientras personalidades de los dos partidos independentistas han sufrido las consecuencias del 155, unos fugándose a Bélgica y otros consumiéndose en las cárceles cercanas a Madrid, a la CUP, ni un rasguño judicial, ni una cita, ni un incordio del Estado. Y cuando Anna Gabriel intuyó que podían ir a por ella, se largó a Ginebra, patria del capitalismo, para cambiar de peluquera y seguir la revolución por otros medios. Ella se queda en Ginebra y Lenin se pudrió en Zurich esperando la revolución en Petrogrado que ni él veía clara.

La CUP ha quebrado los planes de Puigdemont para investir a Jordi Sánchez, preso preventivo, porque no está de acuerdo con el pacto entre Puigdemont y Junqueras.

Si hay más autonomismo que no cuenten con ellos. Sólo están dispuestos a jugar la carta de la república catalana. Tienen cuatro diputados pero serán decisivos para la investidura. No tienen nada que perder. Se rigen por las ideas tanto si cuadran con la realidad como si no. Son una carta ganadora, aunque pierdan votos y aunque ni la antigua Convergència y ERC sean los partidos más votados.

Este aire mesiánico, definitivo, académico y anárquico les permite jugar las cartas a su antojo. Son los que trazan el relato. Han enviado a paseo a un presidente y pueden hacer lo mismo con el que venga. No deja de ser un mérito. Pero si la CUP tiene que tener la clave de la política catalana no llegaremos a buen puerto. Demasiada ideología y excesixva seguridad. La democracia es imperfecta. Y ellos no lo saben.