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La mirada de Javier Pérez Andújar sobre “Empantanados”, el llibre de Joan Coscubiela

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La mirada de Javier Pérez Andújar sobre “Empantanados”, el llibre de Joan Coscubiela

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Intervenció de Javier Pérez Andújar a la presentació del llibre de Joan Coscubiela a la Casa del Llibre, el 26 de febrer de 2018.
Buenas tardes. Intentaré no hablar de política en estas palabras de introducción a la presentación del libro de Joan Coscubiela. Me va a resultar difícil porque el libro, Empantanados, trata sobre los acontecimientos políticos más recientes y candentes. Unos acontecimientos políticos que han trastornado el mundo político, por supuesto, pero también han sacudido y alterado la vida ciudadana, lo que se llama la sociedad, y finalmente han conmocionado la vida y los sentimientos privados de muchos de nosotros, es decir, de los individuos, de las personas, de la gente.
Por supuesto, Empantanados es un libro político, pero también es un libro especial en cuanto que tiene su propia personalidad. Y eso no ocurre con todos los libros. Para empezar, hay que señalar que es un libro político escrito por un sindicalista. Pero el sindicalista se vio en la tesitura de escribir este libro después de un conmovedor discurso que dio en el Parlament en el cual se había mostrado como individuo manifestando lealtad a sus valores más personales y más familiares.
Joan Coscubiela fue abogado de CCOO, y durante doce o trece años fue secretario general de Comisiones de Catalunya, y desde este cargo se enfrentó al pujolismo y se quedó prácticamente solo. Luego fue diputado en el Congreso, y allí llamó corrupto a Rajoy antes de que otros se atrevieran. Y después fue diputado en el Parlament de Catalunya con la lista de Catalunya Sí Que Es Pot, donde tuvo tanto éxito que ha dejado la política.
De este modo, Coscubiela se despide con un libro de encargo, y de descargo, en el que detalla y analiza los dos años de legislatura más turbulentos que ha conocido este país en los últimos tiempos. Pero Empantanados no solamente contiene la mirada particular del autor, porque además lo que muestra, lo que nos desvela, es el sentimiento de un grupo de compañeros que han coincidido en una formación nueva, cuya aspiración o función es representar a una izquierda nueva. Pero en el camino se verán solos y, así, ese grupo de amigos acabará autodenominándose “la patrulla nipona”, como en las películas de guerra, como los cuadernillos de Hazañas Bélicas.
Se trata de la aventura de un reducido grupo de diputados y diputadas que se sintieron abandonados, o perdidos, en la jungla política, en un Parlament convertido en territorio hostil. Un grupo que en ningún momento sabrá si vendrán los suyos a rescatarlos y tampoco saben si cuando la guerra termine alguien llegará para avisarles o su sino va a ser quedarse combatiendo en la nada para siempre.
Así explica Coscubiela en el libro esta sensación de abandono: “Mientras nosotros participábamos y reconocíamos a Barcelona en Comú y a En Común Podem, ellos no nos reconocían a nosotros como su representación en el Parlament de Catalunya”.
El único aliado que tiene esta patrulla nipona es el tiempo. “El tiempo es la materia prima de la política” es una frase de Trotski, pero es sobre todo la cita recurrente del comandante de la patrulla, Lluís Rabell. El cargo de comandante se lo otorga Coscubiela en el libro. Empantanadoses un libro de guerra clásico, de los bonitos, donde quien escribe la historia no es el comandante, el jefe, sino el otro que va siempre a su lado. En esto, Empantanados está más cerca de la película Objetivo Birmania que de la Anábasis de Jenofonte, por citar a dos clásicos. Pero es que Objetivo Birmania juega con trampa, pues forma parte íntima de nuestra democracia, ya que con esa película nace el llamado “régimen del 78”. Recordemos que Objetivo Birmania fue la película que dieron en la tele la noche en que se dio la noticia de la muerte de Franco.
En Empantanados está latente la personalidad más literaria de Joan Coscubiela. Es el primer libro que escribe, a pesar de que antes le habían encargado otros sobre su experiencia política y sindical. Pero si aquí al fin acepta es por la misma razón que tiene cualquier otro autor verdadero: no solo porque tenga algo que decir, pues Coscubiela tiene mucho que decir siempre, sino porque ha encontrado finalmente su papel como narrador. Y es que, en un libro, tan importante es quien lo escribe como quien lo narra.
En esa patrulla nipona que vaga por los pasillos del Parlament, Coscubiela es como el periodista que protagoniza Objetivo Birmania: es el miembro de la patrulla que sabe que debe contar todo eso en cuanto salgan de ese infierno. El periodista lo hace en la película porque es su oficio y lo haría en cualquier otra guerra.
En Coscubiela esto es su misión vital, es su primera misión, es decir, la primera que tuvo en la vida y de algún modo lo está insinuando a lo largo de todo el libro.
Joan Coscubiela es el hombre que confía en Rabell, en su cabeza de lista, cuando parece que nadie más esté confiando en él. Coscubiela es el miembro de la patrulla que sabe cómo funciona toda esa mecánica parlamentaria, es ya experto en ese tipo de hazañas y es consciente de que la lealtad al cabeza de lista resulta decisiva para el éxito de la operación.
Pero estas lealtades y estos compromisos Joan Coscubiela no los ha aprendido por el camino, con la experiencia, sino que, al contrario, su sentido de la lealtad y del compromiso fue lo que le puso en el camino cuando era muy pequeño, cuando tenía diez años y vio cómo la policía franquista detenía a su padre en su casa, en la Barceloneta un día de 1965. Claro, se lo llevaron por su militancia clandestina, por su ideal del comunismo.
En aquel Joan Coscubiela de entonces, que se queda desprotegido de repente, que le va a tocar explorar en solitario la jungla sin saber qué hay detrás de cada maleza, está su primera patrulla nipona, y es así como en ese momento va a decidir sus armas y va a tomar las del periodista, las del escritor, las del letrado, las de quien cree en el poder del papel y de la palabra escrita.
Ese es el Joan Coscubiela que se convertirá en el abogado de quienes Victor Hugo llamó “los trabajadores del mar”. Coscubiela va a dedicarse a la defensa laboral de los pescadores de la Barceloneta y del puerto de Barcelona, la gente de las calles donde creció. Y así, desde los diez años hasta los sesenta y algo que tiene ahora, va hacer Joan Coscubiela lo que hizo Dante en medio de su selva oscura: fijarse muy bien para poder contarlo.
En sus páginas, Coscu –si me permites que te llame como tus compañeros lo hacen– reivindica la duda como método de conocimiento. Esto va a alejarlo de una izquierda que no duda. O que teme dudar, por ser más precisos.
Coscubiela es el hombre que duda de todo y de repente un día toma la palabra en el Parlament y les hace ver a quienes gobiernan que su incapacidad para la duda los deshumaniza, que los convierte en una máquina monstruosa de poder. Este es el Coscubiela del discurso del 7 de septiembre, que se rebela contra la antidemocracia y contra el autoritarismo, y que denuncia a los partidos que forman el Govern y también a los partidos y grupos que lo apoyan, y les reprocha que se hayan acostumbrado a pisotear los derechos parlamentarios.
Coscubiela ha empezado su discurso leyendo con su habitual tono comedido, pero de pronto se ha encendido, ha dejado de leer y se ha puesto a hablar de lo que le enseñaron sus padres, y ahí se da cuenta de que es eso mismo lo que él quiere enseñarle a su hijo Daniel, y lo dice, y al oírle hablar de este modo, medio Parlament se pone en pie y arranca a aplaudirle y algunos diputados empiezan a gritar “democracia”. Pero ahí no se estaba aplaudiendo una ideología, la de Coscubiela, y quienes gritaban democracia no se referían a un sistema político. Se estaba aplaudiendo a un hombre, a una persona, y si tuvo tanto éxito su intervención también fuera del Parlament fue porque la actitud de Coscu le había recordado a la gente que los políticos eran personas.
Y esta era su función en la patrulla nipona: humanizar el desconcierto y el abandono de sus compañeros. El Coscubiela de ese momento no es un político, sino toda su biografía política. Es todo por lo que ha luchado, la memoria de su padre y el esfuerzo por legársela a su hijo.
Y cuando hasta desde la bancada de los grupos antagónicos le aplauden y empiezan a corear la palabra “democracia” no es que la estén pidiendo, porque ya la tienen; la están aclamando, porque la han visto y la han reconocido en la actitud de Joan Coscubiela, porque han reconocido que la democracia es eso, alguien que habla sin miedo ni a los otros ni a los suyos, y que al hablar le tiembla la voz pero no de ira sino de duda, porque no ha dejado de dudar y tampoco ha dejado de creer.
Pero, sobre todo, al decir “democracia” lo que se vio aquel día es que la palabra “democracia” había estado monopolizada, secuestrada, pues parecía que solo una parte del mundo político tuviera legitimidad para emplearla. Con su actitud, el diputado Joan Coscubiela recordó que el derecho a invocar la democracia no se le puede negar a nadie.
Otra cosa que se vio aquel día es que en vez de más días históricos necesitábamos más días humanos, pues no en vano es la gente quien hace la historia.
Empantanados nace de ese día. La gente ha visto que ahí ha pasado algo, y un editor le pide que explique qué ha ocurrido. Ese discurso del 7 de septiembre es la última bengala que lanza la patrulla nipona para que acudan a su rescate, para que sepan donde están. Pero las “patrullas niponas” están condenadas a desparecer en la jungla. Y de eso trata también este libro, de explicar qué pasó y quiénes eran, y por qué ocurrió.
Empantanados está dividido en tres partes. La primera levanta acta de todo lo ocurrido en esa “breve, intensa e inacabable legislatura de dos años”. Los adjetivos son del autor. La segunda parte analiza el independentismo como respuesta política local a una crisis global, y también estudia el mecanismo interno de éste. Y en la tercera parte, el autor se pregunta sobre lo ocurrido y las microsoluciones que pueden ir planteándose.
Todo el libro aparece salpicado de experiencias personales. Está escrito por alguien honesto que da la cara por todo lo que ha hecho. A lo largo de estas páginas palpita un continuo homenaje a Lluís Rabell, y a ratos parece un libro dedicado a él.
Dibuja a Rabell en sus lecturas, en su carácter, en sus frases, en su perspicacia política, en sus gustos particulares (canta por Brassens).
Al frente de la patrulla nipona han coincido un líder vecinal histórico, Lluís Rabell, y un sindicalista histórico, Joan Coscubiela; es decir, dos criaturas pertenecientes a especies en peligro de extinción: los sindicatos y las asociaciones de vecinos.
Rabell viene del activismo vecinal, de cortar calles, ha presidido la FAVB. Y había sido trotskista en París cuando el socialismo refundado por Miterrand empezó a nutrirse de trotskistas.
Coscu viene de los sindicatos, de negociar convenios colectivos en fábricas en huelga. Es de la escuela de López Bulla y como el propio blog de su maestro indica, se pasa el día metiendo bulla.
Les han mandado a los dos a una misión que se prevé corta y que no se sabe cómo puede acabar. Y nada más aterrizar, se dan cuenta de que están solos ya no en el Parlament, sino en lo que ahora se llama “el relato de la izquierda”. Son supervivientes de una taimada operación de liquidación del pasado. Ahora, o se es patriota o no se es patriota. Ya no hay clase obrera.
Como buenos marxistas, Coscu y Rabell son carne de contradicción. Los han puesto al frente porque vienen de la calle. Los barrios y el trabajo son la calle. Y la izquierda quiere volver a llevar la calle al parlamento; pero luego resultan demasiado callejeros para lo que la política actual puede asimilar. No caben. Porque la realidad es que ya hace décadas que la calle ha dejado de alimentar a los parlamentos, y estos se nutren de los platós de televisión y de la propia política. No caben porque se topan con que en el Parlament ya no se puede hacer política porque la política ya está hecha, y se nutre de sí misma y se devora a sí misma, y solo se escucha a sí misma, y esa política que hay ahí solo quiere más política como ella.
Coscubiela es un sindicalista que ha leído a Maquiavelo estando preso en la cárcel franquista, en la Modelo, todo esto lo cuenta en el libro.
Rabell viene de otras barricadas. Ha leído a Rosa Luxemburgo y la cita cuanto puede.
Y sin embargo, el milagro se produce a la inversa. Lector de Maquiavelo, Coscubiela sufre en su conocida intervención parlamentaria un arrebato de lo que Rosa Luxemburgo llamó “dialéctica de la espontaneidad”, y Coscu se suelta con los efectos que ya hemos comentado.
Y a la vez, en Lluís Rabell no deja de rezumar un fino lector de Maquiavelo, que es quien por ejemplo tiene la audacia y el acierto de ponerle al vicepresident Oriol Junqueras el sobrenombre de cardenal Mazarino por su capacidad para simular y disimular.
La patrulla nipona tenía su refugio en la casa de una novelista que se había unido a ellos en esa candidatura. Se trata de la escritora Gemma Lienas. En su casa conspiraban y se consolaban. Los libros, el sindicalismo, los vecinos… todo junto, forma un mundo coherente y auténtico, que también ha quedado como una patrulla nipona, abandonado a su suerte en la nada por quienes estaban deseando cambiar el paradigma para hacerlo desaparecer.
Empantanados es un libro lleno de todo esto, de política, de experiencias, de reflexiones y de lecturas. Salen citados, y bien citados por supuesto, Rosa Luxemburgo, Trotski, Norberto Bobbio, Maquiavelo, Todorov, Georges Brassens… hasta Hernan Cortés; pero no se nombra ni una sola vez Juego de tronos. Y esto tiene mucho que ver con lo dicho sobre la liquidación absoluta del pasado. Sobre la condena a la nada de los libros, los barrios y los obreros.
Para terminar, quiero señalar que Empantanados demuestra que Coscubiela es equidistante a más no poder, y la prueba está en el índice alfabético del libro. Los dos nombres más citados de largo y en un número similar de ocasiones son Carles Puigdemont y… Mariano Rajoy. Ambos se lo merecen.

 


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