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TRABAJAR Y SER POBRE
Según Intermón Oxfam, el salario medio de los trabajadores mejor remunerados en España es unas 10 veces superior al de los peor pagados. En las empresas del Ibex, un primer ejecutivo gana 112 veces el salario medio de sus empleados, y 207 veces el sueldo más bajo. Desde que estalló la crisis, el número de millonarios en España se ha incrementado en un 60%, pero también han subido un 35% las personas que no llegan a ganar 6.000 € anuales. Los sueldos en el último año han bajado un 0,8%. Según la Universidad de Comillas, en su reciente estudio Familia 2017, el 42'5% de las parejas jóvenes no pueden formar un hogar. El paro en menores de 25 años, supera el 40%. Si, antes de la crisis, ser mileurista era un infortunio, hoy casi es un privilegio.
Perdemos prosperidad y, a pesar de los indudables avances globales que han sacado de la miseria a millones de personas, especialmente en zonas hasta hace poco consideradas "tercer mundo", como China, las economías avanzadas afrontan un problema masivo de desigualdad. Una desigualdad que no sería crítica si todos los segmentos sociales ascendieran y ganaran capacidad adquisitiva, aunque algunos de ellos lo hicieran más rápidamente. El problema es que la riqueza se concentra de forma acelerada en segmentos cada vez más exclusivos de la sociedad, mientras capas cada vez más amplias de europeos y americanos tienen dificultades crecientes de acceso a sanidad, y educación (e, incluso, a alimentación). Mientras la productividad (inducida por el cambio tecnológico) se ha incrementado en un 250% en EEUU desde 1975, los salarios se han visto inalterados en los últimos 40 años (descontando la inflación). Según la consultora McKinsey, 800 millones de puestos de trabajo se ven amenazados por robotización en los próximos años. La digitalización acelerada del mundo volatiliza antiguas cadenas de valor físicas y las transforma en cadenas virtuales. Cada vez hay menos oferta de trabajo, y mayor inestabilidad laboral. La creciente competencia por un empleo hace que los salarios tiendan a la baja, y la población se precarice de forma implacable. Una nueva clase social está emergiendo, los “Working Poor", aquellos que, aun teniendo un trabajo, no pueden escapar de la miseria. Uno de cada cinco españoles vive por debajo del umbral de la pobreza (con unos ingresos netos anuales inferiores a 8.000 €). En el Reino Unido o Alemania, el 15% de la población vive por debajo de este umbral, en un momento donde se incrementa el número de mega-millonarios globales: las ocho personas más ricas del mundo acumulan un patrimonio de 426.000 millones de dólares, equivalente al del 50% de la población mundial. Jeff Bezos (fundador de Amazon) acaba de superar a Bill Gates (Microsoft) como la persona más rica del mundo, con un patrimonio superior a los 90.000 millones de dólares. Entre el resto de afortunados figuran Carlos Slim (magnate mexicano), Mark Zuckerberg (Facebook), o Amancio Ortega (Zara). Si redujéramos el patrimonio de estas ocho personas a la mitad (y está claro que con esta medida no les dejaríamos a la miseria), podríamos multiplicar por dos el patrimonio de media humanidad.
Por primera vez en la historia, el mundo no afronta un problema de producción, sino de distribución de la riqueza. Según el World Economic Forum, la expansión de la desigualdad es el principal riesgo económico actual. Paradójicamente, esta desigualdad llega en un momento de revolución tecnológica: nunca como ahora la tecnología nos había ofrecido tantas posibilidades productivas y transformadoras. La época del big data, el internet of things, la inteligencia artificial, la medicina personalizada o la genómica avanzada es una época de inestabilidad y conflicto. La tecnología trae progreso, pero también paro. Nos encontramos en un punto de bifurcación: la humanidad puede optar por un escenario de abundancia y productividad, una forma renovada de capitalismo social distributivo; o avanzar hacia un tecnofeudalismo donde las rentas se concentren en capas cada vez más pequeñas de afortunados inversores y emprendedores de éxito, excluyendo a la mayoría del potencial bienestar global. Son necesarias medidas urgentes. El malestar generado por la desigualdad y la incertidumbre económica ya está dibujando un peligroso panorama de tensiones geopolíticas y liderazgos populistas. Es imprescindible acelerar el cambio tecnológico, y buscar formas redistributivas del valor generado. Y, desgraciadamente, parece que no vamos por buen camino: los salarios, la alarmante evolución del fondo de pensiones, el endeudamiento, o las paupérrimas estadísticas de I+D, recientemente publicadas, no anticipan unos años de bonanza.
Artículo originalmente publicado en ViaEmpresa