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Cataluña como mentira

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Cataluña como mentira

No creo que nadie en sus cabales confiara en un médico, un abogado o un asesor bursátil a sabiendas de que no nos está diciendo la verdad, que nos está mintiendo. Sin embargo, eso ha sucedido en Cataluña con su Gobierno, con la clase política con la mayoría del Parlamento, con la mayor parte de los medios de comunicación, con muchos periodistas, con las universidades, con los colegios profesionales, con las escuelas de los niños... Y lo más grave del caso es que muy posiblemente vuelva a suceder igual tras las próximas elecciones de 21D. Han mentido a sabiendas y lo volverán hacer de nuevo. Todo el mundo lo sabía, pero nadie se atrevió a decir que el rey iba desnudo.  Es bien conocido el adagio de que es más fácil engañar a una multitud que a un solo individuo.
En Cataluña ha regido y rige la mentira, es su imperio. Ni posverdad, ni Donald Trump, ni Brexit. No hay otra. Las cosas no son como son, sino como parecen que son, puras apariencias. Vivimos instalados en la mentira, se ha vuelto nuestro medio natural, ese líquido amniótico que nos protege, estamos en ella como pez en el agua. Todos lo sabían, todo el mundo decía --eso sí, en privado-- que la independencia no era ni siquiera imaginable, menos aún posible. Todo el mundo sabía lo de la financiación de Convergència --¿por qué no se ha hecho pública todavía la sentencia del caso Millet, que tiene que dictar el tribunal presidido por la esposa señora esposa de Juanjo Queralt?-- los negocios de los hijos de Pujol o lo de Banca Catalana.  Pero ¿para qué decir la verdad? ¿A quién le puede interesar? Y sobre todo ¿qué beneficio nos puede deparar? Ninguno. Hemos contraído todos, algunos más que otros, una grave responsabilidad ya fuera por acción o por omisión, o simplemente por callar demasiado tiempo. Podemos buscar mil excusas en las actuaciones de los demás, de los otros, de los adversarios... pero, como reza el pasaje evangélico, quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. La culpa reside en cada uno de nosotros, es demasiado fácil --y barato-- echársela a los demás.
¿Para qué nos vamos a hacer daño? ¿Que ahora toca independencia? Pues independencia, como antes tocó ser comunista, católico o franquista y alzar el brazo. ¿Después? Después ya veremos...
Hemos confiado, como sociedad, en unos mentirosos porque esta es una sociedad caciquil y clientelista, anudada por estrechos lazos de intereses, una tela de araña. Cataluña es una gran familia, eso sí que lo tiene. Nos conocemos todos, y todos nos hemos visto alguna que otra vez en pijama o incluso sin él. ¿Para qué nos vamos a hacer daño? ¿Que ahora toca independencia? Pues independencia, como antes tocó ser comunista, católico o franquista y alzar el brazo. ¿Después? Después ya veremos... La cosa consiste en ir pasando sin levantar nunca las alfombras, sin tirar de la manta, sin decir esta boca es mía, sin cambiar. ¿Para qué? Cataluña es una sociedad silenciosa y silenciada, en donde no hay lugar para la discrepancia ni para un "sí, pero...".
Ellos a decir que la culpa es de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto, que habían ganado unas elecciones cuando habían perdido, a llenar las calles una y otra vez para hacer ver que son mayoría, cuando no lo son y encima lo sabían. Hacer ver que todo está preparado para el día después cuando no había nada previsto, y así, una y otra vez, durante cinco extenuantes años. En Cataluña no había fractura social ni violencia sino cohesión social, un solo pueblo, y sobre todo pacífico, muy pacífico.
Todos lo sabíamos, claro está, porque, como decía mi abuela, aquello que parece mentira es por la poderosa razón de que no es verdad.
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No existe remordimiento, ni sinceridad, ni autocrítica. No existe perdón, ni disculpas ni arrepentimiento. Nunca te creas a un independentista catalán por mucho que ahora, en este vaivén de declaraciones diarias, se pueda llegar a pensar que han dado marcha atrás, que hasta admiten que no iban en serio con la independencia, que todo era un teatro, un gesto simbólico. Nunca te creas a un independentista catalán cuando le oigas decir que, en realidad, existen otras fórmulas de ‘entendimiento’, que cualquier acuerdo es posible siempre que exista disposición para el diálogo, que se han dado cuenta de que no había una mayoría social suficiente para declarar la independencia de la república de Cataluña, que no estaban lo suficientemente preparados.
Todas las versiones que se presentan ahora de una supuesta derrota de los independentistas no valen de nada, ni siquiera para ese falso regocijo que se detecta en algunos que piensan que ya han vencido, que se sienten felices y henchidos cuando propagan esa visión de que el independentismo catalán huye en estampida, renegando de sí mismo. Es un espejismo, nada hay de cierto en eso.
No te conformes, no desistas, no te mientas. Habrá que repetirlo muchas veces, como ahora, desconfiando cada vez que se quiera transformar en certeza lo que solo es una estúpida ilusión. El objetivo debe ser mayor y este es el momento. Debemos tener la aspiración como españoles, ya seamos madrileños, gallegos, andaluces, murcianos o catalanes, de resolver de una vez el ‘conflicto territorial’, y salir de este marasmo, este hastío de tantos años, este sobresalto de traiciones en la historia reciente de España, esta permanente involución a un discurso político superado, este absurdo de debates sobre ridículas invenciones de la historia, agravios y enfrentamientos.
Debemos tener la aspiración como españoles de resolver de una vez el ‘conflicto territorial’, y salir de este marasmo, este hastío de tantos años
“España es más kafkiana que el propio Kafka”, repetía con sorna María Zambrano, y el exministro César Antonio Molinalo recordaba hace unos días para recalcar aquello que, posteriormente, ha vuelto a repetir el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que “el nacionalismo es un veneno” que puede acabar con Europa. El nacionalismo separatista, el nacionalismo desleal, el nacionalismo que ha padecido España en dos de las regiones más ricas de Europa, Cataluña y el País Vasco, tras decenios y decenios de planes económicos específicos para acallar con inversiones las desafecciones políticas inventadas y fomentadas.
Dicen algunos que el ‘procés’ ya se ha acabado, que no es posible que haya más, pero no es así. Un desvanecimiento no es la muerte. Conviene que lo tengamos claro porque lo único que no puede ocurrir es que otra vez regresemos a lo mismo. Nadie debería dudar de que, si pueden hacerlo, sustituirán el ‘procés’ muerto por otro de similares características en cuanto se acabe este 'impasse' de aceptaciones forzadas de la Constitución ante un juez del Tribunal Supremo, como han hecho algunos de los procesados. Dicen también que el electorado independentista está fraccionado, dividido y decepcionado, tras la representación bufa de la declaración de la república catalana, pero sabemos bien que ese electorado ya ha dado muestras suficientes de vivir en un mundo paralelo en el que los conceptos de realidad adquieren una dimensión distinta.
De las cosas que aprendimos de Gabriel Rufián, estaba precisamente esa, que el autoengaño es fundamental para que el engaño público, masivo, sea efectivo. Por eso ya existe una mentira nueva que se ha echado a rodar para superar los engaños anteriores, alimentados durante años, cuando juraban que la independencia de Cataluña era irreversible y que sería aceptada en todo el mundo. “Se declaró la independencia, se proclamó la república, pero esa república no se implementó y la razón fundamental es que no estábamos dispuestos a poner en riesgo la seguridad de los ciudadano por la violencia del Estado español” (Joan Tardà). Este es el nuevo autoengaño y será tan efectivo como los anteriores: En el ‘referéndum’ del 1 de octubre hubo “miles de heridos” —como va diciendo Ada Colau— y si la independencia no salió adelante fue por responsabilidad “frente a un Estado autoritario sin límites para aplicar la violencia”.
De las cosas que aprendimos de Rufián, estaba precisamente que el autoengaño es fundamental para que el engaño público, masivo, sea efectivo
Nunca te creas a un independentista catalán ni secundes a quienes jalean su rectificación, porque con ese paso atrás solo buscan tomar impulso. Las cosas han llegado demasiado lejos como para que, en unos meses, todo se instale en la misma senda de amenazas, chantajes y desobediencia. Nos merecemos resolver el ‘conflicto catalán’ y eso solo será posible si existe un escarmiento. El escarmiento de la ley, el escarmiento de la lealtad, el escarmiento de la sociedad. El escarmiento de los que se han saltado la ley y el escarmiento de quienes hemos padecido las consecuencias. El escarmiento de la izquierda que se abrazó a los separatistas y el escarmiento de los equidistantes que pensaban en la ganancia de pescar en río revuelto.
No se pueden malograr ni desaprovechar los momentos críticos vividos en octubre, cuando el Estado entero se tambaleó y temíamos que todo se iba a ir al traste. España, como país viable, llegó a ese punto de inflexión, uno de los peores momentos en cuatro décadas de democracia, equiparable solo a los momentos más trágicos del sangriento chantaje terrorista o al golpe de Estado militar de los ochenta, y todo lo sufrido, todo lo temido, todo lo vivido no puede pasarse por alto. Ahora, superada la ‘línea roja’ de las querellas y las inhabilitaciones judiciales, superada la tensión de la cárcel de los políticos declarados en rebeldía; ahora, con Europa detrás la unidad de España y el mundo entero apercibido de la manipulación grotesca del independentismo catalán; ahora no podemos volver a repetir la historia de nuevo. Otra vez no.
https://blogs.elconfidencial.com/espana/matacan/2017-11-16/nunca-te-creas-a-un-independentista_1478454/

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