Secesiones y economía
En unos días en los que la idea de secesión está a la orden del día, resulta casi apremiante conocer cuáles pueden ser las posibles consecuencias (económicas) de la misma. Y pese a los planteamientos que prometen cielos por descubrir, y los agoreros que vislumbran infiernos (no sólo para Cataluña), lo cierto es que tenemos (muy) poca idea de cuáles podrían ser los efectos económicos de una secesión. Tal es la dicotomía discursiva que presentan estos dos enfoques que, cuando uno intenta entenderlos, se da cuenta de que ambos comparten un rasgo en común: tanto los planteamientos teóricos como sus conclusiones derivadas, tienden a estar sujetas al arbitrio de quien los enuncia.
Por el contrario y para huir de subterfugios teóricos, en este artículo quiero hablar de un caso histórico del cuál pretendo evidenciar posibles costes y beneficios de llevar a cabo una secesión…dejándoles a ustedes las extrapolaciones oportunas. Tras esto pasaré a plantear una serie de reflexiones acerca de los últimos movimientos que se están viendo esta semana.
Atendiendo al caso histórico, éste tiene además las ventajas de ser muy reciente en la historia, ser relativamente cercano a Europa geográfica y culturalmente, y encontrarse en el entorno de la Unión Europea. En concreto, se trata del colapso de la antigua República Federal Socialista de Yugoslavi. Y es que los investigadores Andrés Rodríguez-Pose y Marko Stermsek en un interesante trabajo de 2015 analizan el caso de la secesión yugoslava, con el intento de dar luz acerca de los patrones que pueden seguir los países una vez tiene lugar un proceso de independencia. El valor de dicho estudio se centra en no hacer supuestos acerca de la evolución futura de los países independizados, sino en dejar que “los datos hablen por sí solos” recurriendo para ello a un período temporal amplio, 1955-2011.
Para poner en situación al lector, los autores realizan una extensa revisión histórica de la formación y desintegración de Yugoslavia. Este país, formado en 1943 y con capital en Belgrado, englobó en sus respectivas regiones a seis grupos eslavos: serbios, croatas, eslovenos, bosnios, macedonios y montenegrino. La relativa indefinición de Yugoslavia durante la Guerra Fría le permitió recibir mucha ayuda internacional desde ambos frentes, lo que le llevó a desarrollar cierta base industrial, especialmente en el norte del país (Eslovenia), entre las décadas de los 50 y los 60 del siglo pasado. Durante este período, los estándares de vida alcanzados por Yugoslavia serían la envidia del bloque comunista, pese a que dicho crecimiento no sería de ningún modo equilibrado. Esto es, mientras el PIB per cápita de la región más rica (Eslovenia) en 1950 alcanzaba un ratio de 5 a 1 con la región más pobre (Kosovo), dicho ratio acabó aumentando hasta llegar a cifras de 8 a 1. Tal disparidad llevaría al gobierno yugoslavo a establecer mecanismos de redistribución entre las regiones, a través del llamado Fondo Federal, con el fin de conseguir cierta convergencia territorial. Sin embargo, esta herramienta no llegó a ser todo lo efectiva que se esperaba, pues Eslovenia aun contribuyendo con un 25% de los recursos de este fondo a los largo de los años 80, a la vez acabaría recibiendo por parte de otros programas estatales, el 39% de los mismos. Es decir, la transferencia de recursos tenía lugar de manera bilateral.
Con la caída del Muro de Berlín y con la crisis financiera que estaba viviendo en ese momento el país (y Europa en su conjunto), Yugoslavia acabó entrando en una profunda crisis política que se enfatizó aún más con la llegada al poder de varios partidos no comunistas en las regiones (repúblicas) de Eslovenia, Croacia, Bosnia y Macedonia. Entre éstas, las más ricas (Eslovenia y Croacia) buscarían una mayor autonomía con el fin de poder estabilizar sus economías regionales muy afectadas por los cambios que se estaban produciendo. A partir de ese momento, “las repúblicas empezaron a ignorar los procedimientos legales y constitucionales, boicoteando las instituciones federales (incluyendo los impuestos), emitiendo préstamos ilegales bajo la Constitución, y erigiendo barreras comerciales dentro del propio país” (traducción propia a partir de Rodríguez-Posé and Stermsek, 2015). Finalmente en marzo de 1991, Serbia (capital del país) rechazó en dos ocasiones las propuestas presentadas por Croacia y Eslovenia con las que pretendían establecer una confederación de repúblicas en el país. Ante dicha situación ambas regiones convocaron sendos referéndums y se declararon independientes en Junio de 1991.
Esto llevaría a un conflicto militar de 10 días en Eslovenia (con 62 víctimas mortales), pero a uno mucho más largo en Croacia que duraría hasta 1995. Macedonia, por su parte, se acabaría independizando sin conflicto a finales de 1991, mientras que Bosnia lo haría en 1992 a través de un duro enfrentamiento que finalizaría en 1995 gracias a los Acuerdos de Paz de Dayton. Gracias a lo acordado en dicho acuerdo, Eslovenia, Croacia y Macedonia mantendrían sus fronteras originales y Bosnia se convertiría en una república con dos entidades: la Federación de Bosnia y Herzegovina, y la República de Srpska. Por su parte, la región (república) de Serbia, aun manteniendo sus límites originales y englobando a las entidades de Montenegro, Kosovo y Vojvodina, acabaría entrando en un conflicto armado con Kosovo en 1998 que llevaría a la independencia de facto de esta última región. Por su lado, Montenegro se acabaría independizando a través de un referéndum en 2006.
Siendo esta la situación, cabe preguntarse cuál ha sido la evolución de estas repúblicas. La Figura 1 muestra la evolución del PIB per cápita de las mismas, conteniendo el primer gráfico el comportamiento de las regiones más ricas, mientras que el segundo gráfico se refiere a las regiones más pobres. Como puede observarse, tras la secesión todas las regiones sufren un duro impacto económico, del cual sólo Eslovenia, Macedonia y, posteriormente y con dificultades Croacia, se recuperarían mostrando en 2011 niveles de renta superiores a los de 1991. Esto incluso tras largos períodos de ajuste pues a Macedonia le llevaría 20 años aproximadamente recuperar dicha renta. Por el contrario, para el caso de Bosnia y la propia Serbia, la situación sería muy diferente pues aún en 2011 se encontraría muy lejos de alcanzar niveles de PIB per cápita similares a los de la antigua Yugoslavia.
Figura 1. Evolución del PIB per cápita de las repúblicas de la antigua Yugoslavia 1955-2011
(1955=100)
En el artículo los autores llevan a cabo múltiples análisis acerca de los factores que podrían estar explicando este dispar comportamiento económico entre las repúblicas que acabaron emergiendo. Así, encuentran que el principal elemento de la evolución futura es el nivel de riqueza que la región poseía antes de tener lugar la secesión. De hecho, muestran que si ésta era rica y abierta al comercio, es esperable que mejorase su renta por individuo, aunque ello no le eximiría de un fuerte caída inicial. Pero sin duda un elemento muy determinante de la evolución futura sería la forma en la que la secesión tuvo lugar. Si ésta fue a través de un conflicto corto (como los diez días de Eslovenia), el crecimiento futuro sería mucho mayor. Pero si la independencia tuviese lugar a través de un duro enfrentamiento con múltiples bajas (como los tres años y las más de 25,000 víctimas de Bosnia), difícilmente la región se recuperaría con los años. Además, si a lo largo del período de recuperación el nuevo país sufriese sanciones internacionales, su crecimiento posterior sería aún menor. Sorprendentemente, el hecho de acabar siendo un país perteneciente a la UE, o mostrar una mayor estabilidad democrática tras la independencia, no parece afectar al crecimiento futuro del país.
Finalmente, los autores concluyen que la secesión por sí misma no trae el esperado “dividendo económico”, esto es, el beneficio por independizarse. Es más, lo relevante a la hora de vivir un proceso de independencia es la manera en la que ésta se lleva a cabo. Si es a través de conflictos violentos con pérdidas humanas y de material, lo más probable es que el país muestre peor desarrollo con los años. Esta diferencia puede observarse entre Eslovenia y Serbia. Mientras el primero se independizó mediante un conflicto corto, el segundo se vio inmiscuido en múltiples conflictos violentos que acabarían lastrando su crecimiento futuro. Con todo, la experiencia secesionista de Yugoslavia, pese a darse bajo una condiciones muy concretas, arroja enseñanzas en cuanto a las formas en las que ésta no tendría que llevarse a cabo.
Moviéndonos ahora al contexto actual y sin ánimos de volverme melodramático, los últimos altercados bien pareciesen apuntar a que, en caso de una eventual secesión, ésta no se llevaría a cabo mediante un “divorcio acordado”. Esto no quiere decir que estemos ante una situación a la yugoslava, ni mucho menos, pero no por ello hemos de bajar las alarmas. En estos días estamos viendo crispación social, enrocamiento político, nerviosismo en los mercados de capital y un fenómeno que múltiples veces se ha anunciado pero al que, por lo general, se le achacaba una probabilidad muy baja: la huida de la región de las principales empresas catalanas. Y es que ahora bien pareciese que el secesionismo catalán ha puesto encima de la mesa que los países están mucho más integrados de lo que pensábamos, especialmente España. Mientras a diferencia del Brexit, donde los movimientos de salida han sido de una manera más progresiva y pausada tras el shock del referéndum, en Cataluña éstos han tenido lugar en cuestión de una semana. Esta facilidad para poder deslocalizar empresas (o sedes sociales, mejor dicho), evidencia que dentro de un país, los costes (hundidos) de moverse son mucho menores a los que existen entre países. ¿Y esto por qué es relevante? Porque nos dice que los movimientos secesionistas en países muy integrados, son mucho más difíciles de llevarse a cabo, lo cual resta de facto poder a cualquier estrategia política que pretenda jugar la baza de la independencia a su favor, ya que los efectos no esperados (y que pueden jugar en su contra) posiblemente sean muy superiores a los previstos.
De ser éste el caso, la experiencia catalana podría estar lanzando cierto mensaje de tranquilidad a los gobiernos europeos frente a las tensiones nacionalistas, pues la propia integración de sus economías, casi por sí sola, jugará de mecanismo de ajuste moviendo los capitales, las empresas y, especialmente, las personas, dentro de las fronteras del mismo país sin acarrear demasiados costes extras a que los que ya de por sí sufrirá la propia región que lance el proceso de secesión.
Mientras tanto, sigamos expectantes al panorama que estamos viviendo…y preguntándonos si la clase política está sabiendo responder a nuestras preocupaciones como sociedad
Jorge Díaz Lanchas
Investigador en Organismos internacionales, especializado en temas de comercio internacional, economía urbana, economía política internacional y economía regional.
Doctor y máster en Economía Internacional por la Universidad Autónoma de Madrid e investigador asociado al Centro de Predicción Económica (CEPREDE).http://agendapublica.elperiodico.com/secesiones-unilaterales-economia/
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