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El 'mantra' de los idiotas.Gregorio Morán

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El 'mantra' de los idiotas

El surrealismo ha sido fecundo en el terreno del arte y la literatura pero aplicado a la política se tradujo siempre en irresponsabilidad y aventurerismo, incluso algunas veces trágico. La historia de España está llena, durante el siglo XX, de gestos surrealistas que acarrearon consecuencias desoladoras. Ahora, en el XXI, hemos vivido momentos de alto voltaje surrealista --la corrupción endémica o la crisis bancaria, sin ir más lejos--, luego llegó lo que estamos viviendo en Cataluña.
Un president de la Generalitat dice que declara la República catalana pero lo enuncia en tales términos que no se sabe si lo dice en serio o amaga con hacerlo. Hasta tal punto que sus propios partidarios no tienen la certeza aún de si lo ha proclamado o si va a considerarlo en "las próximas semanas". Una duda que ha dejado al personal adversario en la creencia de que el presidentestá encerrado con su propio juguete y no está dispuesto a que se lo quiten. Una niñería de recién sobrevenido a la política, a quien nadie, fuera de su ámbito personal, conocía ni esperaba nada que no fuera su mediocridad de alcalde por corrimiento de escala, como en el ejército, donde uno asciende a partir de la vacante que deja el inmediato superior.
Las sociedades frágiles se distinguen, entre otras cosas, por un alto concepto de sí mismas, atufadas de profecías autocumplidas, que se basan en el orgullo de sentirse diferentes porque así lo han decidido. Un proceso tortuoso que pasa por una etapa que se acerca al surrealismo: ellos deciden quiénes son sus enemigos, que no son otros que aquellos que les impiden ser plenamente como quieren ser y no como son.
Un president de la Generalitat dice que declara la República catalana pero lo enuncia en tales términos que no se sabe si lo dice en serio o amaga con hacerlo
Esta sociedad nuestra está llena de gentes que se inventaron a sus enemigos y eso no tiene más tratamiento que el psiquiátrico. Que los dos bancos más importantes de Cataluña hayan abandonado el territorio, ellos que tanto alimentaron soterradamente al victimario nacionalista con fondos del Estado, es una manifestación de desvergüenza; lo que en el mundo bancario se califica como la defensa de los fondos amenazados por la irresponsabilidad de sus líderes, los mismos que se lucraron con sus complicidades. Un gesto de cinismo. Pero lo que entra de lleno en el surrealismo es que el vicepresidente, señor Junqueras, de aspecto abacial y acendrada religiosidad, sostenga que al fin y al cabo los dos bancos han llevado sus sedes a los Países Catalanes, porque uno se fue a Valencia y el otro a Mallorca.
Esta gente no respira realidad. No ya realismo sino sentido común, que aseguran es el menos común de los sentidos. Lejos de ellos cualquier tentación revolucionaria; son reaccionarios de cuna y en ese ámbito se mueven con soltura, porque vivimos en una sociedad cómoda y autosuficiente. Me refiero a ellos y a los suyos, porque el resto de la ciudadanía, que sigue siendo mayoritaria, ha de pechar con las necesidades cotidianas que son las que menos preocupan a esta panda de descerebrados cuyos jefes y promotores aspiran a la amnistía que les libre del peso de la justicia.
Donde no se respira realidad se acaba abandonando la memoria, esa memoria que nos obligaría a recordar a aquellos diputados insultados, escupidos y humillados, cuyo president y conseller de Interior hubieron de entrar por el cielo, en helicóptero, en ese mismo parlamentoluego convertido en circo mediático donde exhibir el patetismo de unos payasos.
Donde se ha alcanzado la cima del surrealismo en política, allí donde se alcanza sin más el territorio de la idiotez, es en el mantra que considera a Rajoy como el fabricante principal del independentismo
Pero donde se ha alcanzado la cima del surrealismo en política, allí donde se alcanza sin más el territorio de la idiotez, es en el mantra --convertido en verdad de fe por los conversos a la causa del nacionalismo bajo en calorías-- que considera a Mariano Rajoy como el fabricante principal del independentismo. Ni Pujol, ni el abad de Montserrat, ni los desmadrados medios de comunicación al servicio de una Generalitat de reclutas sin fronteras, por citar los más emblemáticos entre otros muchos. El principal creador de independentistas es el enemigo al que no se atreven, ni quieren, ni pueden abatir, Mariano Rajoy. Un político menguado que lo único que puede exhibir es su veteranía, sus modos de registrador de la propiedad y su horrendo castellano de jugador de mus.
Cuando la idiotez se hace ideología, llegan los mantras, esa herencia budista que la psicología vulgar ha convertido en lemas para gente poco dada a pensar por sí misma, y entonces ocurre que las inteligencias perezosas, idiotizadas, no se dan cuenta de que están inventando un personaje que acabará enterrándolos.
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¿Quién es... Gregorio Morán?
Gregorio Morán
Gregorio Morán Suárez (Oviedo, 1947) publicó durante casi treinta años --y hasta julio pasado-- sus populares 'Sabatinas Intempestivas' en 'La Vanguardia'. Es autor de diferentes libros sobre la dictadura y la transición a la democracia en España. Entre ellos, 'Adolfo Suárez: historia de una ambición' (1979), que constituyó una de las primeras biografías sobre el que fuera presidente del Gobierno español y uno de los artífices del tránsito a la democracia y la Constitución de 1978. Treinta años después regresó con una actualización del mismo personaje en 'Adolfo Suárez: ambición y destino' (2009). Formó parte activa de los movimientos contrarios al franquismo y militó en el Partido Comunista de España (PCE), donde después de años en el exilio parisino abandonó la pertenencia a finales de 1976, poco antes de su legalización definitiva. En su recorrido por los medios de comunicación, también ha sido articulista de 'Mundo Obrero', 'Cambio 16' y 'Diario 16', entre otros.

Estreno al final del buenismo

Gregorio Morán
6 min
Cuando te echan de una empresa tras haber trabajado durante treinta años en ella te nace por dentro una sensación de orfandad. Pasas a la situación de huérfano en la búsqueda de un padre que te recoja en su casa y que te haga sentir menos solo. Ya habrá ocasión de tratar sobre eso, porque las heridas de la escritura necesitan tiempo; no basta con tratamientos paliativos. Conviene dejarlas secar hasta que las postillas se van cayendo y uno recupera el equilibrio sin necesidad de rascarse la herida. De momento quede el asunto aquí a falta de mayores explicaciones. Tengo el dudoso honor de ser la primera víctima colateral de la radicalización en que se ha sumido la sociedad catalana, en los medios de comunicación y fuera de ellos.
Viví durante años el largo proceso de construcción del “buenismo”, o lo que es lo mismo, los veintitrés años del monopolio de Jordi Pujol​ y su Sagrada Familia, algo único en la historia de España desde la muerte de Franco. Un conjunto familiar mucho más amplio que lo consanguíneo y donde pululaban todo tipo de individuos a los que daba de comer, y muy bien por cierto, tanto que la gastronomía catalana vivió su momento de gloria perifrástica. ¡Somos los mejores, no sólo de España y su meseta, sino en todo el  planeta rico y establecido!
Entonces a aquello no lo llamaban “buenismo” sino “el oasis”. En verdad que había mucho camello y mucha agua donde abrevar. De eso se ocupaba la Generalitat y sus infinitos pozos ocultos. Todo el que pasara el examen de buen catalán, respetuoso y benevolente con el pujolismo dominante tenía garantizado un pan debajo del brazo, en general acompañado de jamón y con tomates para untar y aceite de oliva virgen, tan virgen que era lo único virginal en aquel mundo de estafadores del erario público, monopolizadores de la verdad según le petase a la autoridad indiscutible de nuestro principal coreano del norte, el indiscutido e indiscutible Jordi Pujol, español del año tras la compra del galardón y catalán de todos los días, sin el cual no se movía una hoja que no cobraran los comisionistas de la Sagrada Familia.
Sagrada Familia era el lema con el que se denominaban y eran conocidos por la siempre discreta banca andorrana. Pero el oasis empezó a cuartearse conforme se descubrían las cuentas, los comisionistas del 3%, el saqueo del emblemático Palau, otrora símbolo de las bondades de una sociedad respetuosa con la trampa siempre que se repartiera bien y a gusto con sus beneficiarios. El Palau fue el ascensor de clases sociales aspirantes a compartir con las grandes familias, que habían robado antes, los beneficios del “buenismo”.
Cuando hay botín, los repartos se hacen entre caballeros. Cuando se acaban los fondos por exceso de celo en la estafa, los buenos se vuelven hienas comedoras de lo que queda, los despojos
Quien aceptara las reglas del juego podía participar en los banquetes, y todos contentos en su bondad natural. Cuando hay botín, los repartos se hacen entre caballeros. Cuando se acaban los fondos por exceso de celo en la estafa, los buenos se vuelven hienas comedoras de lo que queda, los despojos. La destrucción, consensuada por los protagonistas de la izquierda en Cataluña, se inició como por ensalmo el día que los presuntos radicales que cantaban la Internacional al final de sus mítines aceptaron bautizarse como Iniciativa per Catalunya, un título que no hubiera disgustado ni a Cambó ni a su criado, hermanados en la causa.
Era el buenismo. El mismo que transformaba una manifestación contra los atentados sangrientos de los islamistas radicales en una campaña contra la islamofobia​, con absoluto desdén hacia los turistas asesinados. Si se trataba de cultivar la cantera del buenismo había que dar pruebas de dónde estaba el peligro principal, que no era otro que los empleados que hacían las butifarras, por más que odiaran la manipulación de esa carne detestada por ellos y que constituye la base nutricia de la sociedad catalana: el cerdo.
Pero no serían los trabajadores magrebíes quienes iban a dinamitar el buenismo que les daba de comer y otras regalías consentidas para que no se mezclaran con los latinos, los grandes perdedores secretos. La explosión la comenzaron los herederos del pujolismo, ansiosos por quitarse de encima la justicia española, aún no suficientemente abducida por la hegemonía catalanista. Era el único flanco que habían dejado fuera de control una vez que construyeron los dos pilares sobre los que se asentó el nacionalismo buenista y corrupto: la enseñanza depurada por la inmersión lingüística obligatoria y los medios de comunicación subvencionados con largueza. O eras buenista, o no eras nada. Un no integrado, un marginal. Pero todo se vino abajo cuando los buenistas enseñaron su voraz dentadura.
https://cronicaglobal.elespanol.com/pensamiento/sabatinas-intempestivas-gregorio-moran/estreno-final-buenismo_91634_102.html

 


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