La confusión se palpa en el ambiente sobre el referéndum unilateral previsto para el primero de octubre. La determinación de Puigdemont y su equipo choca con el secretismo de los organizadores sobre cuestiones tan elementales como el censo, las urnas y los colegios electorales. Rajoy insiste en que no habrá referéndum y envía miles de policías y guardias civiles a Barcelona como si fueran a conquistar un territorio. La despedida de guardias civiles de varias ciudades del sur dan pena.

Rajoy estuvo de visita en la Casa Blanca y el presidente Trump manifestó que “España es un gran país y me gustaría que siguiera unido”. Rajoy arrancó un apoyo claro pero tímido. Trump tiene otros frentes abiertos y Catalunya no está entre sus prioridades. Además, el apoyo de Trump no cosecha muchos votos en Europa. Otra cosa es la gran potencia norteamericana en términos de inteligencia, seguridad y medios. En todo caso, España es la aliada de Estados Unidos y no un partido independentista en Catalunya.

Quedan cuatro días para la anunciada votación. No hay campaña abierta, sólo se propagan las tesis del sí, las papeletas no se sabe dónde se van a encontrar y la junta electoral, prevista en la ley del Referéndum, ha dimitido. Las mesas electorales, según Puigdemont, se constituirán por los primeros votantes que lleguen en caso de que los designados no se presenten. No sabemos quién auditará el recuento. Todo está sujeto a la improvisación. Esto no es serio.

Si se tiene en cuenta que la ley del referéndum se aprobó sin debate y saltándose las leyes del Estatut, es difícil que los resultados sean aceptados como válidos. No sólo por Rajoy sino por la comunidad internacional. Se han saltado los criterios de los letrados del Parlament, del Consell de Garantias Estatutarias, las advertencias del gobierno de Madrid y otros requisitos no menores.

Rajoy vuelve de Washington y anula su participación en la cumbre del Consejo Europeo. Debe ser la primera vez que se ausenta de la reunión por cuestiones de política interna. El gobierno se aferra a la ley y Puigdemont también sigue su ley hecha a medida para poder hacer el referéndum. No hay choque de legitimidades sino de legalidades. Catalunya vive en un vacío jurídico porque ni siquiera las leyes del Referéndum y la de Transitoriedad se observan tan solo tres semanas después de ser aprobadas.

El vacío jurídico es un problema principal que flota en el ambiente. La democracia representativa brilla por su ausencia. A pesar de todo, sospecho que el domingo viviremos una gran concentración de personas en las calles de Barcelona y demás ciudades catalanas. La democracia está en la calle y no está controlada por las instituciones. Va a su aire. Cualquier cosa puede ocurrir.

Encuentro a faltar discursos de altura en vez de la retórica propagandística que ha penetrado en toda la sociedad catalana. La falta de argumentos sólidos se detecta también en muchas ciudades españolas que despiden a los guardia civiles con destino a Catalunya como si fueran a la guerra.

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