¿Por qué hablando no se entiende la gente?
No cabe duda de que Gustavo Bueno ha sido uno de los intelectuales más importantes que ha dado España este ultimo siglo. Es por eso que en tiempos de crisis y duda hay que volver a él para rearmarse intelectualmente. Yo lo he hecho hoy, un día después de la fatídica manifestación de Barcelona donde supuestamente se convocaba al personal para manifestar su repulsa al terrorismo. No fue así, como todo el mundo sabe ya.
Pero mi atalaya de observación no fue tanto la citada manifestación a la cual ni fui ni pienso ir a ninguna similar, sino twitter. He tenido que volver a Bueno para recordar uno de sus libros más interesantes y el que contiene una análisis mas certero de eso en lo que twitter se ha especializado: el pensamiento Alicia.
El pensamiento Alicia es un simplismo infantil y para Bueno es Zapatero precisamente el que inauguró en época postmoderna un tipo de pensamiento que el socialismo arrastraba desde su fundación. El pensamiento Alicia es infantil, pero también pudiera ser el resultado de la evolución de la mentira socialista o comunista. Mentiras que finalmente se convierten en delirios demenciales por la pérdida de referente fisicalista de semejantes mentiras. El Pensamiento Alicia bien pudiera decirse que es infantil pero también que es la demencia senil de las dos izquierdas definidas (socialismo y comunismo). (Aqui puede el lector interesado profundizar en estos conceptos)
Si descontamos a los propagandistas que cobran por tuit o por amenazas, escraches o linchamientos concretos (aqui hay un buen post sobre este asunto), creo que la mayor parte de la gente, digo una mayoría de personas comunes que pueblan las redes sociales son incapaces de debatir ninguna idea, me refiero a los que ya tienen una opinión formada sobre algo. Sobre esta cuestión se ha escrito mucho y parece haber un consenso sobre la dificultad que tiene cambiar de opinión, pues la mayor parte de nosotros pensamos que nuestra opinión es nuestro capital, algo así como un curriculum identitario, algo que hay que preservar de las opiniones ajenas siempre sospechosas de sesgos ideológicos o lo que seria peor: de intereses.
Pero yo no voy a hablar de la fortaleza con la que defendemos nuestras opiniones ni de esa sobreactuación que parece presidir nuestras intervenciones en las redes sociales, sino de algo mucho más sutil ¿Por qué hablando no se entiende la gente?
Cuando andaba aprendiendo psicoterapia psicoanalítica, allá por los años 80, mis maestros siempre solían advertirnos a todos los jóvenes noveles de nuestros errores en terapia. El error más frecuente en psicoterapia es hablar demasiado. Movidos por el “furor curandi” y la necesidad de aprender y quedar bien todos nosotros nos empleábamos a fondo lo que traducido en términos de tecnología logorreica significa “interpretar”. Nos tomábamos nuestro tiempo para averiguar qué es lo que le pasaba a nuestro paciente, nos hacíamos una idea, nos planteábamos una hipótesis y cuando ya la teníamos, zas! se la endosábamos al paciente en las narices.
Nuestro maestro solía decirnos que era lícito que nosotros nos hiciéramos una hipótesis mental de por donde iba el sufrimiento de nuestros pacientes ¿pero por qué comunicársela al paciente? Al paciente solo hay que decirle aquellas verdades que pueda trajinar con sus propios recursos, aquellos que pueda comprender, aquellos que no están demasiado lejano de su propia hipótesis. Decir la verdad no curaba a nadie, si esa verdad esa extemporánea, al paciente no le sonaba de nada o simplemente era un constructo contratransferencial (una fantasía) del propio terapeuta. Además había que contar con la resistencia ya descrita por Freud, la negativa a aceptar la verdad (suponiendo que la verdad histórica del paciente pueda ser vislumbrada por el terapeuta). Somos seres que nos resistimos y solo por eso ya vale la pena esperar que una interpretación a destiempo, no solo sea contraproducente sino que aumente la resistencia al tratamiento mismo. Por el contrario, una interpretación positiva seria aquella que aumentaría el insight, es decir la comprensión de sí mismo.
Lo cierto es que no había día que no saliera de mis sesiones de supervisión oyendo esta frase a mis espaldas: “hablas demasiado Paco”
Hubo que pasar al menos 10 años para que entendiera que lo que me decían mis supervisores era la verdad. La herramienta fundamental de la psicoterapia no es la palabra, ni la interpretación sino el silencio. Un silencio que captura mucha mas atención que cualquier interpretación puesto que favorece el discurso del paciente, el terapeuta puede preguntar, confrontar informaciones aclarar puntos oscuros y volver una y otra vez sobre aquello que no queda claro. Las preguntas inteligentes, esas que hacen aflorar narrativas interesantes y subjetivas son las que hay que promover en una terapia y callar, sobre todo callar, porque el paciente no tiene porqué saber, pues el saber algo por sí mismo no cura.
Lo que cura es la construcción de una nueva narrativa.
La gente no se entiende hablando porque hay cosas que no se pueden decir, ni nombrar sin convocar a todos los demonios que habitan nuestro sistema límbico. Pero aun hay más, no se entienden hablando porque para entenderse hay que compartir un buen numero de conceptos, he dicho “conceptos” no palabras. Podríamos decir un mismo idioma, pero ya se supone que entendemos el idioma que habla el otro, lo que no reconocemos es que para entender al otro es necesario compartir con él ciertas claves, ciertos procesos de pensamiento, formación e información previa, pues el concepto no viene de serie con la palabra más que en las palabras neutras. En este sentido dice Bueno a propósito de ciertas palabras que pueblan la red:
No siempre hablando se entiende la gente. Hay cosas de las que conviene no hablar por el bien público, por la tranquilidad pública, por la eutaxia del régimen. «El aforismo que nos ocupa puede resultar especialmente peligroso en la vida política, en general, y en la democracia, en particular. No sólo porque también la democracia tiene sus arcana imperii, de los cuales no conviene hablar (arcanos o secretos que deben mantenerse reservados o clasificados como secretos), sino también porque la democracia no tiene por qué tolerar que la gente hable de cualquier cosa y como quiera ‘expresando libremente su pensamiento’, invocando como principio sagrado (en realidad: metafísico-espiritualista), aquel que dice que ‘el pensamiento no delinque’).
El aforismo «Hablando se entiende la gente» sólo vale cuando ya se ha entendido la gente previamente en un idioma común. Si el aforismo se enuncia en general, sin decir a qué contenido se refiere, entonces es puramente retórico, estúpido, confuso, frívolo o incluso imprudente y peligroso. Por ejemplo apelar a la democracia para salvaguardar un referendum ilegal bajo el pretexto del “derecho a decidir” es algo con lo que no puede llegarse a ningún tipo de consenso. Pues las palabras no solo son nombres intercambiables para señalar en la dirección que nos apetezca sino que señalan en la dirección de conceptos. El derecho a decidir en todo caso es del pueblo español, no de una parte de él.
Estas diversas especies o modos del genérico «nación» no hay que entenderlas como meras alternativas independientes de una tabla taxonómica, sino como fases de un despliegue evolutivo o histórico global, con interacciones mutuas y muy profundas.» (pág. 253.)
Por lo tanto, esto no es una mera cuestión nominal. Nación no es una voz flatulenta que se emite por la boca a gusto de cada cual, se trata de un concepto muy complejo que tiene raíces históricas, políticas e incluso biológicas con un desarrollo ontológico muy complicado para ser entendido por una turba de gañanes.
Dicho de otra manera el lenguaje es comunicación pero esconde varios ases en la manga: y el más conocido es la ambigüedad. Una palabra puede ser cambiada por otra y generar una realidad distinta. La palabra “democracia” no es la misma palabra si la dice Puigdemont que si la dice Rajoy. Y a pesar de que la democracia no es perfecta, cuando hablamos de democracia estamos hablando de la democracia realmente existente, no de una utopía. Esto ya lo sabia Gramsci y también lo sabe cualquier terapeuta: las palabras generan realidades y estados mentales cuando les cambiamos los enlaces. También lo sabe Pablo Iglesias.
Y ahora volvemos a lo posible adyacente.
Solo podemos llegar a comprender aquello que está próximo a nuestra forma de ver el mundo y aun más, en la cadena de las ideas no hay saltos y cada idea se enlaza con la anterior de modo que configura un horizontes nuevo:
Steven Johnson plantea que las ideas normalmente surgen de otras ideas, del intercambio, del compartir, dice que las ideas son bricolaje y que no están aisladas, que son redes de ideas. Por eso no es partidario de poner muros o barreras entre unas ideas y otras, sino de que las ideas colisionen para que surjan nuevas ideas. En el mundo de la empresa y de la creatividad ha habido un interés por aplicar este concepto de lo posible adyacente. Las buenas ideas ocurren en redes y la suerte favorece a la mente conectada, como dice Johnson. Según él son muy raros los momentos eureka, las ideas personales y aisladas, que surgen de la nada. Si te expones a ideas, incluso de rivales, a discusiones, vas a aumentar las posibilidades de que salte la chispa.
Pero esta idea que es aplicable al mundo de la empresa y de la innovación no es aplicable al mundo de las ideas en política o en las ciencias sociales donde la competitividad es la norma y la colaboración una excepción. Solo sería aplicable en el caso de personas que compartieran conocimientos muy profundos sobre las materias de su especialidad y suponiendo que no buscaran arrimar el ascua a su sardina, cosa del todo imposible en cualquier organización humana. Hasta en los Alamos donde se reunieron todos los especialistas en física atómica durante la segunda guerra mundial a fin de adelantarse a Hitler en la construcción de la bomba atómica hubo espías que trabajaban para la URSS.
Ha de ser adyacente y ha de ser posible.
Por eso creo que cuanto más nos relacionemos con lo que tenemos al lado, nos resuene con algo de nosotros mismos, con lo “ya pensado” más lejos vamos a llegar, más puertas y ventanas se nos van a ir abriendo. Y por tanto cuanto menos nos relacionemos con los que usan el pensamiento Alicia tanto mejor, para nuestra salud mental.
De lo que se trata es de evitar el cierre cognitivo, es decir la certeza absoluta pero hay que recordar que el pensamiento tiene niveles de definición y filtros de manera que cuando nos comunicamos con alguien es muy posible que no exista en absoluto comunicación y solo un sordera selectiva a nuestros argumentos, que solo se escuche a sí mismo, pues para eso hablamos para saber qué pensamos y por eso la psicoterapia funciona (cuando funciona).
Ejemplos del pensamiento Alicia hallados en twitter ayer después de la manifestación contra el terrorismo.-
La mayor parte de los tuiteros están obsesionados por la causalidad. ¿Cual es la causa de los atentados terroristas?
La mayor parte de la gente no saben diferenciar causalidad de correlación y hallar correlaciones es muy fácil, pero encontrar causas a un fenómeno tan complejo ya no lo es tanto.
Las primeras son debidas a los bienpensantes-psicologizantes:
1.- Eran unos pobres chicos utilizados por el imán de Olot.
2.- Se trataba de psicópatas.
3.- Eran personas sin futuro y sin integración en la sociedad occidental.
Otras demenciales como éstas:
4.- Vendemos armas a Arabia Saudita.
5. Occidente es culpable.
6.- Las políticas de Madrid.
7.- El Cid campeador y la Reconquista.
8.- La culpa es de la islamofobia.
Pero esta idea está más próxima a la verdad solo que no se puede decir, el paciente aun está demasiado lejos de poder adquirir este conocimiento, silencio pues.