En mayo de 2005 Francia dijo ‘no’ al referéndum sobre la Constitución Europea y sumió a la UE en un período de parálisis institucional. Doce años después Emmanuel Macron ha sido elegido presidente de la República haciendo una campaña desacomplejadamente pro-europea, que culminó con su discurso de la victoria en la explanada del Louvre, al son de los acordes del Himno de la UE y entre multitud de banderas con las doce estrellas en círculo. ¿Qué ha cambiado?
Al fracaso del proyecto de Constitución europea le siguió en 2008 la mayor crisis económica del continente desde la Gran Depresión. Y así la UE fue encadenando una crisis tras otra, hasta el voto británico a favor de abandonar la Unión, un resultado que pudiendo haber contagiado a otros países de la UE parece haber actuado de vacuna.
Desde entonces quizás no haya aumentado sensiblemente el número de europeístas militantes pero desde luego sí el de ciudadanos que, al ver que la integración europea es reversible, han optado por defenderla abiertamente, distinguiendo entre su enfado ante la gestión de algunas políticas europeas y la conveniencia de seguir apoyando el único proyecto de futuro superador de las fronteras nacionales. No se trata de asumir de manera acrítica todo aquello que se decida a nivel europeo, sino de distinguir entre los objetivos y las realizaciones.
2017 está siendo un año positivo para la Unión Europea, quién sabe si una especie de ‘Primavera europea’. Los resultados electorales de los últimos meses han frenado la efervescencia -en parte sobredimensionada- de populismos y euroescepticismos de diversa índole. En varios países hemos presenciado incluso movilizaciones pro-europeas lideradas por la sociedad civil. En el mismo momento en que se cumplen 60 años del nacimiento del proyecto europeo, 30 años del programa Erasmus y 15 de la puesta en circulación del euro, la bandera europea se convierte en el símbolo de quienes dentro o fuera de la UE luchan por mantener o por recuperar los derechos y valores en los que se basa la Unión Europea.
Los ciudadanos lo dicen en todas las encuestas: el terrorismo, las políticas de crecimiento y ocupación la crisis migratoria, el cibercrimen, el fraude fiscal, el cambio climático, el mercado único digital, o el acceso a la energía son asuntos que solo podrán resolverse eficazmente a nivel europeo. Al mismo tiempo, a medida que se van conociendo las desventajas en términos de derechos y oportunidades que supondrá el Brexit y crece el desconcierto entre los partidos y los ciudadanos británicos, aumenta el número de europeos que no están dispuestos a tirar por la borda los mejores sesenta años de la historia de Europa.
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