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PIB y poder económico, de Antón Costas en La Vanguardia

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PIB y poder económico, de Antón Costas en La Vanguardia

Encerrados como estamos con un solo juguete, prestamos poca atención a la evolución de nuestra economía y, especialmente, a su capacidad para mantener niveles adecuados de dinamismo, innovación y crecimiento, bases de nuestro bienestar social futuro. Así, por ejemplo, hablamos de crear una Seguridad Social propia, o nuevos programas sociales, pero no decimos nada de cómo se van a financiar y sobre qué fuentes de riqueza se van a apoyar.
Existe la idea de que la economía catalana es fuerte, no se resiente por el debate político en curso y podrá soportar cualquier tipo de gobierno. El argumento es que a lo largo de estos años el PIB catalán no ha perdido ritmo ni participación en el PIB español. Pero puede ser que el PIB no sea un buen indicador para juzgar la capacidad de generación de riqueza y bienestar. Permítanme que les cuente una anécdota a este respecto.
Hace años tuve la oportunidad de participar en una reunión de empresarios catalanes con el presidente de la Generalitat en aquel momento. Asistía también el conseller del ramo. Los empresarios trasladaron al presidente su temor de que la economía catalana estuviese perdiendo oportunidades. Visiblemente incómodo, el conseller negó la mayor. A su juicio no había declive. Su argumento fue que el PIB catalán seguía manteniendo su posición dentro del PIB español. Después de un momento, el presidente le cortó sin miramientos: “Calle, calle, conseller –le dijo–, estos señores hablan de poder económico no del PIB”. El presidente estaba en lo cierto.
El poder económico de las empresas y de los bancos no reside donde están sus fábricas y sus oficinas bancarias. Se encuentra donde están su sedes corporativas, sus consejos de administración, sus altos directivos y sus unidades de decisión estratégica. Es ahí donde se toman las decisiones de futuro. Decisiones que, por cierto, en la mayor parte de los casos no se conocen hasta que, después de un tiempo, sus efectos se hacen visibles. La importancia de las sedes es enorme. El que haya vivido la experiencia desde dentro de una empresa comprada por capital foráneo lo sabe.
Eran los años en que se estaba produciendo una mutación importante en la estructura empresarial. Una mutación provocada en parte por la globalización y el cambio técnico. El presidente del Gobierno español José María Aznar había intensificado la política iniciada por Felipe González de privatizaciones de grandes empresas públicas y de liberalización de algunos sectores, como el de las telecomunicaciones, los transportes y el audiovisual.
Algunos empresarios buscaron aprovechar aquella oportunidad para fortalecer el poder económico de Catalunya. Es obligatorio recordar aquí el activismo de José Manuel Lara Bosch, recientemente fallecido. Pero no siempre se tuvo la ambición necesaria. Pero sí hubo éxitos notables. Entre otros los de Gas Natural o, en el ámbito bancario, los de La Caixa y el Banc Sabadell. Estos dos últimos muy valiosos, dado el mito de la incapacidad financiera de Catalunya.
Hoy el objetivo debe ser no tan sólo no perder nuevas sedes de empresas, de bancos, de entidades financieras no bancarias y de servicios a las empresas, sino hacer de Barcelona y el resto de Catalunya un territorio atractivo como sede de negocios. Pero hay que ser conscientes de que el riesgo de declive es real. Sólo hay que ver el goteo de cambios de sedes que estamos conociendo. Y esas son sólo las conocidas. La economía empresarial catalana tiene fortalezas indudables. Un buen indicador es su capacidad para mantener posiciones en el mercado español y su pulso exportador. Pero no debemos caer en el autoengaño del “mecachis, qué guapos somos”. Existen debilidades manifiestas. Una es el reducido tamaño medio de las empresas. Otra, la debilidad de su capitalización. Y también la falta de una estrategia de largo plazo, basada en nuestras capacidades y habilidades industriales.
La ciudad de Barcelona, como cabeza de puente del área metropolitana y del conjunto de Catalunya, padece esta falta de visión estratégica. El turismo sostenible puede y debe ser una poderosa industria. Pero necesita algo más si quiere fortalecer su papel como ciudad global. Otras ciudades como París, Londres, Nueva York o la propia Madrid también tienen en el turismo una fuente importante de riqueza. Pero tienen algo más que las hace fuertes económicamente. Barcelona necesita reinventarse para seguir siendo una ciudad exitosa y un reclamo para sedes de negocios.
El actual debate político en Catalunya tiene que abrirse a sus consecuencias económicas de largo plazo. El reto es conciliar la aspiración mayoritaria a un mejor autogobierno con el mantenimiento y fortalecimiento del poder económico, base del bienestar social futuro. No es sensato pensar que la economía lo aguantará todo. Los empresarios y financieros no acostumbran a hablar mucho, votan con los pies; y sin hacer mucho ruido. El riesgo es que la economía catalana acabe siendo sólo sala de máquinas, fábrica, pero no puesto de mando.

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