Modelos, economía y economistas: un debate
La crisis financiera de 2007-8 y las críticas que se han vertido sobre los economistas desde entonces han despertado en la profesión un gran interés por examinar el estado de la disciplina, sus prácticas y su enseñanza. Uno de los resultados más brillantes de este ejercicio de introspección ha sido el libro del no menos brillante Dani Rodrik, profesor en la Universidad de Harvard, titulado Economics rules, que podríamos traducir como Las reglas de la economía (aunque de forma traviesa también podría leerse como La economía manda). Rodrik, uno de mis economistas favoritos, aúna una formación amplia con un conocimiento profundo de los fundamentos de la economía, una heterodoxia orgullosa con un currículo impresionante. Su libro ha generado una no menos fenomenal respuesta de otro gran académico, Ariel Rubinstein, en forma de reseña recién publicada en el Journal of Economic Literature. El resultado es un debate de elevadísima altura acerca de cuestiones que interesan a quienes miran a la profesión desde fuera y sobre las que los y las economistas deberíamos reflexionar y enseñar a reflexionar a nuestros estudiantes.
Déjenme comenzar con un esbozo de Economics rules, cuya lectura recomiendo encarecidamente a quienes leen Nada es gratis. Su primera inflexión se centra en la cuestión de si la economía es o no una ciencia (debate que Pedro abordó aquí). La respuesta del autor es inequívoca: sí, en efecto, la economía es una ciencia. Pero no porque se adscriba al método científico. La economía es una ciencia porque utiliza modelos. Estos cumplen varias funciones: 1) clarifican la naturaleza de las hipótesis y el proceso que nos conduce a las conclusiones, evitando los cepos lógicos de los argumentos puramente verbales; 2) permiten acumular conocimientos en sucesivas modificaciones o extensiones; 3) producen explicaciones y predicciones; y 4) representan un estándar aceptado por la práctica totalidad de la profesión. Rodrik resume estos cuatro puntos, como hacía aquel, en dos palabras: claridad y consistencia.
Aquí es donde enlaza la segunda idea principal del libro: como la ciencia económica es una ciencia social, sus modelos no pueden tener una validez universal. La realidad social es cambiante y variada, alberga infinitas posibilidades. En economía no pueden existir leyes como las de la física, constantes universales o ecuaciones de Schrödinger (y aún así, estos conceptos quizás sean descripciones de nuestro conocimiento y sus límites más que del universo en sí). Por tanto, no tiene sentido hablar de EL modelo, sino de LOS modelos. Distintas situaciones y distintas épocas requieren distintos modelos cuyos supuestos críticos se ajusten mejor a esos diferentes contextos. Para que la ciencia económica realice su propósito, debe acoger una diversidad de modelos que refleje la flexibilidad de la vida social. En un estupendo capitulo titulado “When economists go wrong,” Rodrik explica cómo la fijación de los economistas por encontrar y poseer EL modelo explica los pecados de omisión y comisión que contribuyeron a la crisis financiera y a la incapacidad de los economistas para verla venir.
Por tanto, un buen o una buena economista deben desarrollar el buen juicio y ciertas habilidades artesanales para “fabricar” y seleccionar el modelo que mejor se ajuste al objeto de estudio. Parte de este buen hacer consiste en crear modelos sencillos. Esa es la fortaleza de la economía como disciplina, no su debilidad. Rodrik utiliza para ilustrar este punto el cuento de Jorge Luis Borges Del rigor en la ciencia, recurso que yo también he empleado en alguna ocasión: En aquel relato, Borges describe un país cuyos cartógrafos, empeñados en construir el mapa exacto, crean uno a escala 1:1, y por tanto inútil por completo. Del mismo modo, los modelos en economía no deben ser tan complejos como para ser inútiles. Pero además, añade Rodrik, los modelos deben capturar los aspectos más relevantes del contexto a estudiar. Es decir, de nada nos sirve tener un buen mapa de Montevideo si estamos paseando por Tokyo.
En su reseña de Economics rules, Ariel Rubinstein elogia el libro y a su autor, matizando alguno de sus argumentos, pero también señalando que la crítica de Rodrik a la economía y los economistas es demasiado “blanda” y en último término inofensiva, punto con el que estoy de acuerdo. No es ninguna sorpresa que Rubinstein piense así. Es uno de los más importantes críticos de la teoría económica además de uno de sus gigantes (un “in-outsider,” como se denomina a sí mismo y a Rodrik) dotado de un intelecto feroz, inquisitivo e independiente. Es siempre una delicia leerlo.
Rubinstein sospecha que la insistencia de los economistas por demostrar que la economía es una ciencia se deriva del afán por pertenecer a un club prestigioso (con las ventajas de financiación que eso puede conllevar, añado) y no del de seguir unos estándares, que es posible además que restrinjan nuestra imaginación, nuestras ideas y el tipo de preguntas a las que nos enfrentamos. Con respecto a la consistencia, Rubinstein argumenta que de por sí esa característica no garantiza que un modelo sea correcto, que es en realidad lo importante. En este artículo de 2007, Rubinstein junto con Michele Piccione demuestran cómo un modelo puede ser tan consistente y elegante como la teoría del equilibrio general y al mismo tiempo moralmente repugnante. Con respecto a la claridad, Rubinstein argumenta que la literatura (en especial Chejov) también nos ayuda a clarificar la naturaleza humana y sin embargo no la llamamos ciencia. En resumen, los modelos para Rubinstein no son instrumentos capaces de resolver los problemas del mundo, como opina Rodrik, sino fábulas que nos ayudan a clarificar aspectos concretos de las interacciones sociales.
Rubinstein se moja aún más a la hora de criticar aspectos importantes de la profesión. Sus opiniones nunca dejan indiferente. Aún recuerdo las airadas reacciones a su conferencia plenaria en el congreso de la EEA/ESEM de 2004 en Madrid, luego recopilada en este artículo en Econometrica. Podríamos resumir sus críticas en cuatro. Primero, que los modelos con demasiada frecuencia sufren de un exceso de “matematicidad,” que sirve solo para señalizar a posibles empleadores y evaluadores que se poseen habilidades matemáticas. En segundo lugar, no es solo que los economistas se comporten de forma gremial, y en parte utilicen esa “matematicidad” como barrera de entrada, como señala Rodrik, sino que dentro del gremio existe una élite que dificulta al resto el desarrollo de su carrera. En tercer lugar, muchas de las críticas hacia la enseñanza de la economía se deben a las expectativas irreales que se inculcan a los estudiantes; la disciplina no es ni debe ser una plataforma hacia el éxito financiero o empresarial y no debe enseñarse como tal porque para ser financiero o empresario no es necesario un título en economía. En último lugar, para Rubinstein el estado de los estándares de publicación en economía es lamentable. Los artículos son demasiado largos y su “sustancia está perdida en un mar de símbolos y matemáticas” (p. 170), en parte como forma de señalización y en parte por el deseo de generalizar sus resultados, de ser la palabra última y definitiva. Es decir, por su deseo de convertirse en EL modelo.
Imagino que a estas alturas habrá más de un lector con la ceja levantada, quizá indignado. Como Rodrik menciona, existe una lógica de “los bárbaros solo están al otro lado” (p. 170) según la cual quienes critican a la economía o los mercados son podemitas-bolivarianos o gremiales-rentistas y quienes se unen a ellos en sus críticas solo dan munición a esos bárbaros. Al fin y al cabo, como dice Rubinstein, “los economistas son humanos después de todo y los humanos buscan un sentido de identidad que se alinee con sus intereses” (p. 163). Pero tomarse estas críticas en serio, por mucho que nos duelan y cuestionen el valor de aquello a lo que nos dedicamos, es crucial. Por dos razones. Una “gremial”, porque estaremos haciendo un servicio a la profesión, ayudando a que prospere y mejore. Y en segundo lugar, por una razón personal, porque es importante que evaluemos si los economistas estamos usando nuestras vidas y nuestras energías de la forma correcta.
http://nadaesgratis.es/santiago-sanchez-pages/modelos-economia-y-economistas-un-debate
El uso de modelos es la consecuencia de seguir el método científico.
Evolución...
Evolución...
A raíz de mi anterior entrada con Marcel Jansen, se produjo una interesante discusión en los comentarios sobre el rol de la teoría en la ciencia económica. Una primera postura, encabezada en los comentarios por Jesús, enfatizaba una visión rigurosa sobre la ciencia, que no sería tal sin estar basada en teoría. La segunda postura, que ejemplificamos en la entrada en la figura de Esther Duflo y que Anxo defendió en los comentarios, tiene un enfoque más experimental, resaltando la importancia práctica de usar lo que hemos aprendido para tener un papel más activo como economistas en la resolución de los problemas de la sociedad, pero perdiendo el miedo a probar nuevas medidas (a pequeña escala), cuya efectividad dependa quizá mucho más de pequeños detalles prácticos que de los formalismos, en muchos casos abstractos, de un modelo matemático formal. Mi intención hoy es apuntar que ambas posturas no tienen por qué estar enfrentadas. Es sólo cuestión de tener una visión suficientemente amplia de los que significa "teoría económica".
En general, los modelos económicos se abstraen del comportamiento humano más complejo para permitir arrojar algo de luz sobre un aspecto concreto de dicho comportamiento. En ese proceso, naturalmente se ignoran intencionadamente múltiples aspectos importantes del "mundo real". De forma similar, el diseño experimental hace uso también de la abstracción para, limitando el número de tratamientos experimentales, reducir el número de posibles explicaciones del comportamiento observado en el experimento. Por tanto, el objetivo compartido tanto de los modelos como de los experimentos es arrojar luz sobre el comportamiento (económico) usando simplificaciones de la realidad.
Como dice Jesús, la teoría y los experimentos pueden, y deben, en muchos casos retroalimentarse. Una teoría económica es más útil si no se queda en un mero ejercicio intelectual (o lo que es peor, en una abstracción complicada usada para justificar una cierta ideología). A su vez, los experimentos basados en un conjunto de hipótesis bien definidas y formuladas, tienen más sentido que probar cualquier cosa "a ver qué sale".
No obstante, el testar teoría no es el único objetivo del trabajo experimental. En primer lugar, no está hoy en día ya tan claro que es lo que constituye una "teoría". Hasta hace poco, se trataba de una modelo matemático preciso no trivial. Pero éste está lejos de ser el caso en otras ciencias sociales, donde la "teoría" viene a veces en forma de descripciones verbales o gráficos de flujos. No olvidemos además que aunque los modelos matemáticos han dominado la discusión neoclásica en economía desde los años cincuenta del pasado siglo, no está claro que debamos restringirnos a ellos.
De hecho, éste no era el caso en el pasado. Los padres fundadores de la economía académica, Adam Smith, David Ricardo, François Quesnay, usaban argumentos verbales para explicar sus teorías, si bien en la época se les consideraba "filósofos", más que "economistas". La teoría de la mano invisible o el concepto de ventaja comparativa son aún en día extremadamente útiles para explicar los mercados competitivos y la especialización y el comercio, respectivamente.
El formalismo matemático ha sido extremadamente útil en Economía porque unifica metodologías científicas, evitando tener diferentes explicaciones para cada manifestación de un fenómeno económico similar. Gracias a ello, la Economía ha conseguido evitar el problema de gran parte de las ciencias sociales, donde las teorías son un poco como los cepillos de dientes: Todos tienen uno... pero no nos gusta usar el de otros. La unificación metodológica es positiva para producir teorías mas robustas, pero no debemos limitaros tampoco a un sólo tipo de herramienta.
Pongamos por ejemplo la reciente literatura sobre diferencias de género ante la competición (de la que hemos hablado muchas veces, y que tocó Anxo el lunes). La mayoría de los artículos experimentales seminales de esta literatura no contienen una sola fórmula matemática. Sin embargo, están inspirado en teoría. En concreto en la teoría de la selección natural de Darwin (1871), que explica que algunas características evolutivas, tanto físicas como de actitudes, se pueden explicar por la competición. Autores posteriores como Bateman (1948) o Trivers (1972) argumentan que las diferencias de género ante la competición pueden haber evolucionado debido a la competición por las parejas sexuales, donde la promiscuidad podría ser mas valiosa para el éxito reproductivo de los machos que de las hembras.
Este ejemplo muestra que se pueden hacer experimentos económicos interesantes basados no necesariamente en teoría económica, sino en teoría proveniente de la Biología, la Psicología o la Antropología. Los resultados de los experimentos económicos muestran evidencia compatible con la teoría de que las mujeres pueden tener una actitud menos competitiva que los hombres, lo que a su vez podría ser una de las posibles explicaciones (parciales y alternativa) de las diferencias salariales entre géneros. Por supuesto, que el importante debate sobre diferencias salariales está lejos de cerrarse con los resultados de unos pocos experimentos. pero un enfoque que ponga junto evidencia de distinto tipo (datos de campo, datos del mercado laboral) puede ser mucho más enriquecedor para entenderlas.
Los experimentos económicos crean una versión idealizada y simplificada del mundo real, y esta es una de sus limitaciones. Por ello, es improbable que contengan todos los aspectos de la realidad de forma que se traduzcan en estimaciones precisas de cómo ocurrirá un fenómeno.Esta es la razón por la que, en mi opinión, tiene poco sentido calibrar los parámetros de un modelo teórico particular en un experimento de laboratorio. Tanto la teoría como el experimento dan un sentido del a dirección en la que ocurre algo y quizá de cómo interaccionan ciertas variables, pero la calibración de los parámetros depende mucho más de aspectos concretos y prácticos, como los que destaca Duflo.
Además, los experimentos deben ser necesariamente sencillos, a riesgo de que sus participantes ni siquiera entiendan las instrucciones. Esto no quiere decir que la explicación teórica que los motiva deba ser simple. En muchos casos, los modelos teóricos se vuelven incluso demasiado complejos para que los resuelvan los economistas teóricos, así que no nos restrinjamos a hacer experimentos sólo sobre aquellos modelos que hemos sabido resolver. Piensen por ejemplo en los modelos de subastas, que cualquier estudiante de doctorado sufre. Cuando se modelan distintos formatos de subastas, en muchos casos o no existe un equilibrio o existen múltiples equilibrios. y resolverlos requiere hacer supuestos increíblemente restrictivos. Pero aún así es importante testar cómo se comportan los pujantes ante distintos tipos de subastas. Como dicen Vernon Smith y Charlie Plot, el laboratorio puede usarse como un "túnel de viento" para comparan distintas instituciones.. Quienes diseñan distintas subastas, y también los teóricos, se han beneficiado en el pasado de los experimentos realizados con ellas.
En fin, y siguiendo con la teoría de la evolución, igual los que deberíamos evolucionar somos los propios economistas académicos y admitir que no toda la teoría se hace con ecuaciones: ni es lo único ni necesariamente lo más práctico (ni realista).
Nota: Esta entrada está basada en el artículo "What is an Economic Theory that Can Inform Experiments?", coautorado junto a Uri Gneezy, y disponible aquí.
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http://brujulaeconomica.blogspot.com.es/2017/04/econopatiasjuan-francisco-jimeno.html
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