La conllevancia o la ruptura
En tiempos de velocidad de vértigo es imprescindible disponer de un mapa de carreteras señalizado, una hoja de ruta, un plan de intendencia mínimamente realizable. La improvisación suele comportar altas cotas de siniestralidad.
En estos momentos no sabría vislumbrar cómo será la gobernabilidad de Catalunya a finales de año. El president Puigdemont nos cuenta que habrá un referéndum y que él no estará en la Generalitat en el 2018. No sabemos la fecha, ni cómo se va a organizar o bajo qué legalidad se llevará a cabo.
La consulta no será aceptada por el Estado y tampoco por la comunidad internacional. Los precedentes más próximos, Quebec y Escocia, se han celebrado hasta ahora después de un acuerdo previo entre las instituciones.
El Reino Unido no tiene Constitución escrita pero sí tiene jurisprudencia. David Cameron fue a Edimburgo y pactó con Alex Salmond el referéndum del 2014. Quizás porque pensó apresuradamente que los riesgos de la secesión escocesa eran mínimos. Finalmente, ganó por más de diez puntos. Theresa May no ha dicho si va a aceptar la iniciativa de Nicola Sturgeon para celebrar un nuevo referéndum en la primavera del 2019. No es probable que la consulta se celebre en un vacío jurídico y sin un pacto político previo.
¿Adónde vamos con el conflicto creado entre el Govern de Catalunya y el Estado? A una ruptura unilateral o a un pacto político. El independentismo no pondera la hipótesis de un acuerdo. Y Mariano Rajoy se aferra a la ley suprema a pesar de que el presidente saliente del TC, Francisco Pérez de los Cobos, dijera ayer que el proceso soberanista catalán no puede ser resuelto por el Tribunal Constitucional.
En todo caso, las prisas catalanas y la actitud quietista de Rajoy pueden provocar un accidente político grave. Estamos en tiempo de descuento. Si así fuere, habrá que exigir responsabilidades aunque sea demasiado tarde. La política en el mundo democrático es hoy gris y precaria, sin inteligencia creativa. Ganan las ideas simples, seguras, no discutibles ni discutidas, que son el motor de los populismos. La inteligencia política es hoy peligrosa o cuando menos sospechosa.
Es aconsejable releer a Ortega sobre lo que dijo sobre las masas y sobre su visión del problema catalán en el célebre debate con Azaña en la discusión del Estatut de 1932. No se puede resolver, sólo conllevar. La alternativa a la conllevancia es la ruptura unilateral que dejaría a Catalunya a la intemperie, fragmentada y frustrada. Pido un cálculo de riesgos. En su última intervención parlamentaria en 1934 Francesc Cambó dijo: “No os hagáis ilusiones. Pasará este Parlamento, desaparecerán todos los partidos que están aquí representados, caerán regímenes, y el hecho vivo de Catalunya subsistirá”. Me quedo con la conllevancia civilizada, abierta, reivindicativa y constructiva.
Publicado en La Vanguardia el 16 de marzo de 2017