La obsesión por la independencia ocupa la centralidad del debate. Esta clave lo domina todo. Desde la misma política, el deporte, la economía y una parte sustancial de la literatura. Los temas de gobernabilidad pasan fugaces por los informativos y los titulares de diarios. Que los farmacéuticos reclamen más de 300 millones de euros que les tiene que pagar la Administración no causa grandes sobresaltos en el Govern.
La corrupción cobra interés cuando policías o guardias civiles entran en domicilios o instituciones con órdenes de detención de personas, parallevarse algunas cajas, ordenadores o papeles que son incorporados a los sumarios. Después del primer impacto se vuelve al tema. Y así llevamos años. Cuentan que James Joyce dijo un día a sus íntimos compatriotas irlandeses que ya que no podían cambiar de país, les sugería cambiar de tema.
En las últimas elecciones no se habló siquiera de la labor de gobierno. Se centró el debate en la independencia y muchos electores respondieron a la llamada con una mayoría de escaños, aunque no de votos. Los independentistas ganaron y ahora están trabajando dificultosamente para investir al president Mas y entrar en una cierta normalidad de gobierno.
En Catalunya no se gobierna con normalidad desde hace tiempo porque vivimos bajo los efectos de la obsesión de Artur Mas y su núcleo de asesores para alcanzar la independencia por la vía rápida y emotiva, a pesar de que las urnas restan votos a su partido desde que leyó mal políticamente las manifestaciones a partir de la Diada del 2012.
En su influyente libro Misère des petits Etats d’Europe de l’Est, el húngaro István Bibó remarcaba la paradoja que consiste en querer movilizar las masas democráticamente sólo en favor de la causa de la nación, excluyendo la causa de la libertad, lo que explica todas las contradicciones y todas las monstruosidades del siglo XX.
Hemos entrado en un periodo de confrontación directa con el Estado. La causa de la independencia puede pasar por encima de la ley, de las posibilidades de que este empeño acabe en un fracaso y de lo que piensa la mitad de los catalanes. La organización de los independentistas roza la perfección. Las manifestaciones han sido un éxito que ningún gobierno sería capaz de repetir con tanta eficacia pacífica.
Pero esos éxitos incuestionables no avalan el hecho de tomar el atajo para alcanzar la independencia saltándose leyes que han sido aprobadas por el propio Parlament. No hay un solo responsable de cuanto nos ocurre enestos momentos inciertos. Los hay en Catalunya y en las más altas esferas del Estado.
Pero de lo que se trata ahora es de cómo garantizar la convivencia cívica y política del pueblo de Catalunya, que sería muy alterada si se llega a aprobar oficialmente la ruptura unilateral.
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