Ayer, al terminar una conferencia, alguien del público se me acercó y me dijo que ‘no entendía el motivo por el que defendía la economía circular, que mientras existan estímulos desde el gobierno para el consumo de productos lo lógico es seguir produciéndolos’. Le respondí que ‘yo defiendo un mundo posible. Es sencillo. En el mundo hay 600 millones de taladros. La utilización media de todos ellos será de 13 minutos en toda su vida. No parece muy lógico seguir fabricándolos y almacenarlos en el trastero.’ Le sumé que ‘el 95% del tiempo los coches están parados. Parece más lógico compartirlos. Ese mundo es insostenible’. El hombre me insistió con un ‘los políticos ya lo arreglarán. Harán alguna ley que anime a quitarse de encima lo viejo y comprar lo nuevo’. Ese es el problema, pensé. Que esperamos decisiones políticas basadas en la táctica, en lo inmediato.
La política no es una ciencia exacta. Es evidente. Se habla de recuperación, se nos explica que la creación de un empleo de escaso valor añadido y el renacimiento de modelos de negocio de escaso recorrido en el mundo que viene, denotan que vamos bien. Que lo peor ya ha pasado. Y probablemente es así. Lo peor de una época que ya acabó ha terminado. El problema es que el capítulo que empieza ahora poco, o nada, tiene que ver con ese momento que ya vivimos. Ahora toca repensarlo todo, reubicar, empezar de nuevo. Nada que sirviera hace unos años es modelo o medida para lo que ahora nos toca vivir.
En este momento, cuando el gasto privado crece, la economía parece reactivarse olvidando los millones de exiliados sociales que dependen del socorro familiar o de Cáritas, nos la han vuelto a meter y doblada. El discurso oficial vuelve a ser una interferencia, un voluntario ejercicio de control sobre la capacidad empresarial de un país. Olvidar la promesa de una flexibilidad fiscal que nos acerque a los criterios que están permitiendo el crecimiento de otros territorios cercanos y comunicar que donde es blanco ahora es gris y donde era gris ahora ya es negro, es la demostración más clara de que vamos sin conductor y, probablemente, sin frenos.
Este es un país donde las vacas gordas estimularon el gasto público en obras ineficientes en lugar de la creación de un modelo de crecimiento vinculado a un futuro que se nos escapa. Y llegó la hostia. Nos explotó en frente de las narices. Y nos durmió. Muchos no han despertado. Otros, al despertar, ni se dieron cuenta de esta década perdida. Algunos, incluso, siguen considerando válidos los parámetros de entonces. Y, cómo entonces, el error de la clase política es pensar en modo videoclip. En corto y rápido. Por aquel entonces el fracaso fue combatir la crisis en lugar de gestionarla identificando que estábamos en el primer escalón de un nuevo escenario socioeconómico y tecnológico.
Eran tiempos de táctica y dispendio en lugar de estrategia y presupuesto de modernización. Era el inicio de un momento que pocos identificaron. Un proceso en el que hubo una oportunidad para establecer los criterios con los que afrontar el cambio de era en el que estamos. No se supo ver. Menudo cúmulo de estiércol se acumuló en poco tiempo con ‘planes E’ y derivados. Aquella explosión que se pudo denominar crisis en su momento ya no lo es, no lo fue nunca. Era otra cosa. Es otra cosa. Una revolución en todos los órdenes de la vida que estalló en lo económico y en lo laboral. Esto es un estado de cambio, de transformación inédita.
Vivimos un tiempo en el que la política ya no lidera los procesos, los sobrevuela. No es capaz de tomar decisiones pues hace mucho que descubren que sus errores se encadenan uno tras otro. No ven como salir del círculo vicioso y perviven en sus ideas viejas y lejanas. En la poca acción creen que está la supervivencia y en eso siguen. La inercia y los ciclos juegan en su juego simplón de acusar al contrario y glorificarse los propios. Pero sigue siendo urgente. Imprescindible. No queda tiempo. La política no es una ciencia exacta, es evidente. Habla de recuperación. ¿Recuperar qué? ¿Por qué no crear algo nuevo? Tal vez algo circular.
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