Hacia un nuevo Renacimiento
Cuando, dentro de unos años, con perspectiva histórica, se estudie esta época que nos ha tocado vivir, se hablará de un nuevo Renacimiento. Nos encontramos inmersos en las turbulencias derivadas de un despegue exponencial del modelo económico, propulsado por un cambio tecnológico sin precedentes. No entendemos qué está pasando porque no estamos genéticamente predispuestos al cambio. Durante miles de generaciones, el ser humano ha vivido en entornos de cambio lento. Los hombres que pintaron las paredes de Altamira habrían nacido en aquella zona, habrían muerto en aquella zona, y no habrían conocido nada del mundo que les rodeaba, más allá de unos pocos kilómetros a su alrededor.
Si hubiéramos nacido en el siglo I, en el X, o a principios del XX, con toda probabilidad hubiéramos seguido la profesión de nuestros padres (posiblemente, agricultores) y habríamos vivido en el entorno donde habíamos nacido. El futuro hubiera sido igual que el pasado. Todo estaba escrito. En aquella época, no era necesario tomar decisiones. Acontecimientos inesperados (como una guerra en Centroeuropa) apenas nos afectaba porque las noticias, si llegaban, lo hacían con meses de retardo. Hoy no sabemos dónde nos encontraremos dentro de cinco años, ni mucho menos de qué trabajarán nuestros hijos. Nos cuesta interpretar el entorno de cambio permanente porque genéticamente no estamos preparados. Por ello vivimos en constante tensión, inmersos en estrés (que alguien definió como “miedo sin peligro”).
Hoy despegamos hacia un mundo global, cruzando la velocidad del sonido. Quizá sólo en algunas ocasiones, la Humanidad ha generado una vibrante explosión de conocimiento, seguida por una expansión económica, como la actual: la Grecia clásica (que originó los imperios Griego y Romano), el Renacimiento (que marca la transición a la Edad Moderna y la eclosión de los estados europeos), y la Ilustración (que origina la Revolución Industrial y el capitalismo). Estos periodos de la historia se caracterizaron por una revolución de conocimiento (liderada por unas pocas personas), a la que siguió una revolución cultural (liderada por algunas ciudades o naciones), y finalmente una revolución política y económica, que afectó a la práctica totalidad del mundo conocido en cada momento. Fueron épocas de tránsito, de efervescencia intelectual y nuevas epopeyas humanas. Etapas expansivas en el progreso humano, que llevaron a las civilizaciones a nuevos estados de equilibrio, a nuevos paradigmas sociales, tecnológicos y económicos. La única diferencia con la revolución global que ahora sufrimos es que las anteriores se desarrollaron en lapsos de tiempo de dos siglos. Ésta, la revolución global, se ha desarrollado en el lapso de dos décadas.
El paradigma vigente hasta el momento, sustentado en la racionalidad científica (que permite generar conocimiento sistemático), la innovación tecnológica (que permite aplicarlo para la resolución de problemas humanos), la libertad económica (que incentiva la creación de nuevas empresas para obtener réditos de lo anterior), y la democracia política (que extiende esos réditos al conjunto de la ciudadanía, reduciendo las desigualdades) ha convivido en un mundo fragmentado y desequilibrado. La curva exponencial de progreso en la que estamos subidos nos llevará a un nuevo escenario, con la introducción masiva de nuevas tecnologías y la conversión acelerada de media humanidad en ciudadanos globales.
Seamos optimistas. La tecnología, hoy, permite resolver la práctica totalidad de problemas del ser humano. Como dice Guillermo Dorronsoro, Decano de la Deusto Business School, nos acercamos a un Segundo Renacimiento. Una época caracterizada por una industria empapada en conocimiento, un crecimiento inteligente (basado en innovación), inclusivo (que reduzca las desigualdades), y sostenible (respetuoso con el medio ambiente). Un crecimiento que permita incorporar 4.000 millones de personas al sistema de bienestar global en unas décadas, y extienda la democracia al globo. Los libros de Historia estudiarán esta época como una nueva “curva en S” (curva de disrupción) de la Humanidad. Y, si una cosa es segura, es que deberemos dejar de pensar local e incrementalmente, para pensar global y exponencialmente.
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