Siempre se ha dicho que cualquiera puede ser presidente de Estados Unidos. Donald Trump lo ha demostrado contra la opinión general en América y en el mundo. Académicos, periodistas, tertulianos y expertos tendremos que aplicar aquella sugerencia que me hizo un director del Times de Londres, William Rees-Mogg, que advertía que las opiniones hay que aplicarlas sobre los hechos comprobados y no sobre acontecimientos que no han ocurrido. Cuánto periodismo superfluo se construye sobre hipótesis de un futuro siempre incierto.
Era improbable que Donald Trump ganara las elecciones; pero, una vez conocidos los resultados, cabe hacerse dos reflexiones. La primera es por qué lo ha conseguido y la segunda es qué va a hacer a partir de enero.
En un país tan plural y tan grande como Estados Unidos no existen causas únicas, si bien una de ellas se refiere a los efectos de la globalización, que ha creado una inmensa riqueza en el mundo que no ha sido distribuida con criterios de equidad y justicia. Trump ha ganado en feudos demócratas que han sido muy castigados por la crisis industrial.
También se ha producido un rechazo a las élites y los que han sido percibidos como el poder establecido. Se ha visto con el Brexit, en Hungría, en Colombia y ahora se ha confirmado en Estados Unidos. Trump ha convertido un Partido Republicano tradicional en un partido populista que está fuera de control.
La hegemonía del hombre blanco estaba en peligro y muchos piensan haberla reforzado votando a Trump, molestos en el subconsciente colectivo por el hecho de que Obama ocupara ocho años la Casa Blanca y que las minorías arrebataran protagonismo a los blancos que emigraron de Europa.
En esta época de posverdad ha utilizado reiteradamente la mentira para desacreditar a Hillary Clinton, a quien definió como delincuente y de quien dijo que si él ganaba la metería en la cárcel. Todo ha valido para conseguir la victoria. No es una práctica aconsejable ni aceptable.
Pero sus primeras palabras al conseguir la victoria fueron de otro tono, conciliadoras, pidiendo unidad a una sociedad dividida y ofreciendo buenas relaciones a todos los países que no sean hostiles. Las primeras felicitaciones le llegaron de Marine Le Pen, Nigel Farage, Viktor Orbán y Putin. Una pista.
Es una incógnita cómo va a abordar la cuestión de la seguridad, la OTAN, los tratados internacionales, como el cambio climático, sus relaciones con Rusia, China y la Unión Europea. El universo simbólico de Donald Trump se aparta de la tradición de su partido y de los pactos establecidos con los aliados que han
estado vigentes desde la Segunda Guerra Mundial. Dos conceptos han recorrido su campaña: el proteccionismo económico y un nacionalismo de Estado desacomplejado. Habrá que ver cómo influyen en las relaciones con Rusia, con Europa, con Israel y con los conflictos de Oriente Medio, especialmente el de Siria. La victoria de Trump ha dado un giro a la política internacional.
estado vigentes desde la Segunda Guerra Mundial. Dos conceptos han recorrido su campaña: el proteccionismo económico y un nacionalismo de Estado desacomplejado. Habrá que ver cómo influyen en las relaciones con Rusia, con Europa, con Israel y con los conflictos de Oriente Medio, especialmente el de Siria. La victoria de Trump ha dado un giro a la política internacional.
Publicado en La Vanguardia el 10 de noviembre de 2016
Creo que hay una confusión, no tengo claro quien va a favor y quien va en contra de las élites, o de los poderosos, o de los mal llamados mercados.
El mundo lo mueven las empresas grandes, con su creación de valor, con sus desarrollos y crecimiento.
¿quienes son las élites financieras? ¿esta tan claro que están a favor del uno o de otro ?
Mas bien creo que los políticos se acercan a los poderosos buscando su apoyo para sacar a su país hacia adelante, ¿el “nuevo” no hará lo mismo ? ¿el “nuevo” cumplirá con todas las fantasmadas que dijo ? no lo creo, no podrá…porque el mundo globalizado tiene hace mas de un par de décadas que funciona con otras estructuras, donde se adaptan o se intentan adaptar varios sistemas.